Cien años atrás y entre octubre y noviembre, el fogoso periodista y político Benito Amilcare Andrea Mussolini asumió el control del gobierno del reino de Italia como líder del Partido Nacional Fascista, el movimiento de origen socialista que había fundado en 1919 y que determinó el final del régimen parlamentario y el comienzo de una férrea dictadura nacionalista, antiliberal y totalitaria.
El fascismo se proclamó como fuerza tercerposicionista, que “no es de izquierda ni de derecha”, sino una conjunción sincrética de proyectos, discursos e idearios políticos reunidos por el nacionalismo unitario y el autoritarismo centralista. Pero se volvió norma de costumbre la renuncia del socialismo a la paternidad y el reconocimiento del apellido al fascismo, porque al principio del manejo del poder este se alió por conveniencia estratégica con los grupos plutócratas dominantes y subrayó además la defensa de las tradiciones nacionales, el patriotismo y la religiosidad.
Pero el fascismo se inspiró en las ideas y prácticas socialistas. Mussolini, socialista desde su liderazgo juvenil, anteponía desde sus primeros escritos la grandeza moral y material del pueblo italiano en la orientación de sus periódicos Il Poppolo y Avanti. Desde mis tiempos estudiantiles de curioso pesquisador de la filosofía política me curé del error y la bobada esa de confundir el fascismo con la extrema derecha. Leí entonces esa suerte de catecismo escrito por Mussolini como Doctrina Fascista, donde insiste en que “todo dentro del Estado, nada por fuera del Estado”. Estatismo a toda costa, a sangre y fuego, como el socialismo de casi siempre. Con la diferencia de que Mussolini no creía en el internacionalismo socialista y comunista.
Nunca he entendido el porqué del descalificativo de facho, o fascio, que en el también mal llamado mamertismo se les atribuye a los contradictores que no comulguen con ellos. Esto es muy común en la vida universitaria, sindical y política. Podrían distinguir afinidades y diferencias, para proscribir algún día la división falaz e irracional entre izquierda y derecha. Sobre todo, la presunción de superioridad moral cuando se afirma que la derecha es extrema o de ultra, en tanto que la izquierda es moderada y democrática, si en la vida real está demostrándose muchas veces todo lo contrario: ¿Acaso son democrática y libertarias las tiranías latinoamericanas y asiáticas actuales? ¿No se parecen más al estatismo despótico del fascismo, que niega los derechos de la oposición, elimina las libertades e impone sus manías, vicios, caprichos y truhanerías?
No sigamos diciéndonos mentiras propagandísticas. Izquierda y derecha son artificios de la imaginación carentes de justificación filosófica. Un individuo, un movimiento, pueden ser al mismo tiempo de los dos lados, e incluso de los dos extremos, que, por obvias razones, se tocan y conviven, así sea “en dañado y punible ayuntamiento”. Sin más por el momento, cien años después de la Marcha sobre Roma, creo que Mussolini y el fascismo nacieron socialistas. El Duce y su movimiento eran ambidextros.