Al igual que numerosos líderes de izquierdas en América Latina, el presidente de Colombia Gustavo Petro ha defendido y blanqueado a la dictadura venezolana durante años. Lo alarmante no es que su colaboracionismo se haya dado durante los inicios y mediados de la llamada Revolución Bolivariana, sino que se mantenga a estas alturas y siendo ahora jefe de estado.
A medida que el chavismo recrudecía sus excesos tiránicos, Petro manifestaba su apoyo mediante la demonización de la oposición venezolana y la ridiculización de tragedias sufridas por millones de venezolanos. Como aquel deplorable tuit del año 2016, donde el presidente insinuaba que la crisis de escasez no solo no era real, sino que se trataría de una guerra mediática. Misma teoría conspirativa que el régimen azuzaba constantemente.
Incluso durante los años de mayor presión internacional, Petro representaba la defensa del régimen venezolano en Colombia, repitiendo los mismos reclamos y consignas de cualquiera de sus voceros sin importar su extravagancia: que se irrespetaba la soberanía venezolana, que las sanciones eran el problema, que la oposición era igual de responsable, o que Washington buscaba apoderarse del petróleo y sus aliados solo eran cipayos.
Por dinámicas políticas, posicionarse durante esta época a favor de la dictadura venezolana podía verse como una forma de capitalizar aún más la impopularidad del ex presidente Iván Duque, oponiéndose a su gobierno aún en este tema. Podía creerse que las posiciones manifestadas por Petro sobre Venezuela cambiarían una vez electo presidente.
Sin embargo, ya en el Palacio de Nariño Petro ha mantenido buena parte de sus posturas e incluso ha despedazado la vía confrontativa que tuvo el pasado gobierno, en nombre de utopías que ya para esas alturas resulta sospechosamente insólito seguir creyendo. Como la idea de que reestablecer relaciones con Venezuela beneficiaría al empresariado colombiano con la restauración de relaciones comerciales fronterizas, o que una dictadura acusada de narcoterrorismo e investigada por la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad aceptará ir a elecciones transparentes y arriesgarse a perder el poder.
Una vez electo, el sesgo y complicidad son ya incuestionables, al tratarse de acciones favorables para Nicolás Maduro y su régimen. Por un lado, vemos al Embajador en Venezuela Armando Benedetti relativizando las violaciones de derechos humanos y emitiendo insultos contra Juan Guaido. Por otro lado, una nueva dirección en Migración Colombia buscando invisibilizar la migración venezolana. Finalmente, a un Presidente Petro junto a su Ministro de Relaciones Exteriores Álvaro Leyva pidiéndole a Estados Unidos cancelar las sanciones contra el régimen y organizando una conferencia internacional con la que el chavismo gana tiempo.
Seguir creyendo que Petro es un mediador neutral en el tema Venezuela es ya un acto de candidez o cinismo. Porque la complacencia y el colaboracionismo con un régimen criminal y asesino no son una forma sofisticada o ingeniosa de buscar la restauración democrática de un país. Eso es contribuir a su legitimación y continuidad en el poder.
Petro no sólo no es aliado de la causa democrática venezolana. Es que su ascenso como presidente de Colombia es la mejor noticia que ha tenido el chavismo en años..