Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
Por David Escobar Arango - david.escobar@comfama.com.co
Querido Gabriel,
“¿Ustedes son muy amigos?”, preguntó alguien. “¡Somos!”, respondí. “Tenemos el tipo más potente de amistad. Compartimos causas y trabajamos juntos en un estado de flow que es pura energía”. “Alguna gente siente celos porque los ven metidos en muchas cosas...”, me cuestionó. “Mira”, respondí suspirando, “lo hay entre nosotros es una afinidad espiritual y de propósito. Lo que ven es una cariñosa sincronía alrededor del servicio y el bien común. Si sienten celos es, tal vez, porque añoran tener algo así en su vida”, rematé. ¿Hablamos de esa coincidencia milagrosa que permite a almas semejantes encontrarse en determinados momentos y lugares para tejer relatos, abrir trochas y crear posibilidades? Conversemos de esas tribus de propósito que son, quizá, más que una amistad y cuyo impacto trasciende el de cualquier relación contractual.
Una comunidad espiritual es una forma de vínculo digna de acoger y atesorar. Los lazos de sangre son importantes, más no los elegimos. Un contrato laboral compromete tiempo y energía, pero, por sí solo, no garantiza el verdadero compromiso. Las buenas amistades son bellas y necesarias; sin embargo, debemos reconocer que no nos va bien trabajando con todos nuestros amigos. Una comunidad de espíritus similares capta elementos de cada una de estas relaciones y las supera con ventaja. Se trata de una alineación de la mente y la emoción, de lo ético y lo estético.
Una comunidad espiritual es un caldero en el que se cocinan belleza y valor colectivos. Eso es lo que tuvieron, probablemente, los miembros del círculo de Jena, poetas, científicos y filósofos del romanticismo alemán, tan bellamente descritos por Andrea Wulf en su libro Magníficos rebeldes. Da gusto imaginar la potencia de ese clan de mentes y corazones, colaborando y compartiendo mientras desarrollaban su pensamiento. Su intensa conversación dio a luz a una corriente filosófica que cambió para siempre nuestra manera de ver el universo.
Quienes componen una comunidad de espíritus no viven como ángeles, tienen conflictos, diferencias y desacuerdos. No son iguales ni piensan de la misma manera. Sus matices son, quizá, su máxima riqueza. Sin embargo, al estar cosidos a causas comunes y trenzados entre sí por la admiración, nunca terminan de nutrirse recíprocamente. Comparten un espíritu de cuerpo como el de las órdenes monásticas, los movimientos artísticos y las más admirables empresas.
Hagamos una tertulia que nos impulse a fomentar esta forma particular de tribu con la que nos conecta algo más que el disfrute, los vínculos económicos o las afinidades sociales. Planteemos que, en su versión más elevada, esta comunidad se convierte en una forma de amor. Inspirémonos con estas palabras de Víctor Hugo en alguna carta para Alejandro Dumas, testimonio del viaje de dos almas artísticas que forjaron, además de una amistad, una potente comunidad creativa: “Los grandes corazones son como los grandes soles. Contienen su propia luz y su propio calor. No tenéis necesidad, pues, de elogios, ni siquiera de agradecimientos; pero debo deciros que os quiero cada día más, no sólo porque sois una de las maravillas de este siglo, sino también porque sois uno de sus consuelos”. Luz, admiración, consuelo, una amistad que crea y nutre. ¿Quién no quisiera caminar de la mano con seres que iluminen su camino en las noches más oscuras y lo abracen, festivos, en los días más brillantes?