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Una piscina pública nos enseña a convivir y nos ofrece un espacio para la armonía comunitaria
Por David Escobar Arango - david.escobar@comfama.com.co
Querido Gabriel,
“¿Cuántas piscinas tenemos?”, pregunté en la inducción. “Más de 40”, dijo el financiero. “¿Y cuánto vale eso al año?”, insistí. “¿Es tan importante aprender a nadar en esta época en la que casi nadie muere ahogado?”. La experiencia como servidor público me había enseñado a temer el costo y riesgos de los espacios públicos con agua, desde fuentes y chorros hasta lagos y piscinas. Mi interlocutor me miró incrédulo. Me estaba metiendo nada más y nada menos que con las ballenitas de Copacabana, un ícono de la entidad. La ignorancia es atrevida, pero el aprendizaje es hermoso. Al cabo de los años, luego de haber abierto nuevas y conservar las antiguas, comprendo mejor el sentido de estos espacios acuáticos y su papel en la construcción de ciudadanía y el cuidado de la salud. ¿Conversamos sobre el valor social de la piscina pública?
Los seres humanos hemos estado, desde siempre, fascinados con el agua, quizás porque el 60 % de nuestro cuerpo está compuesto por este mágico y particular elemento. Nuestras más bellas ciudades se han fundado contiguas a cuerpos de agua. Las más adelantadas civilizaciones construyeron fuentes y canales para la contemplación, el uso y el disfrute de la gente. Los hammam árabes y los onsen japoneses son, por excelencia, centros de salud, espacios de bienestar y lugares de socialización. En los baños romanos se hacía política, cerraban negocios, tejían romances y se fundamentaba una parte importante de una cultura que, luego de 2000 años, sigue siendo objeto de admiración y asombro.
Una piscina pública nos enseña a convivir y nos ofrece un espacio para la armonía comunitaria. Es, además, el laboratorio por excelencia para aprender a ser mejores personas y ciudadanos. En ningún lugar como en este nos sentimos tan vulnerables ni somos tan iguales. El cuerpo semidesnudo, las miradas del colectivo y los trajes de baño nos desenmascaran, nos obligan a comportarnos mejor. Es un espacio que, para funcionar adecuadamente, requiere del respeto hacia los demás, exige el cuidado de niños y adolescentes y, entre otras cosas, promueve el aseo y las buenas maneras.
Una piscina es el medio ideal para el fortalecimiento de la salud física. Nadar es un ejercicio único porque es divertido, algo fundamental para construir un hábito, y ejercita prácticamente todas las partes del cuerpo. Quizá por eso, en el sistema de salud recomendamos con frecuencia la natación como deporte y las piletas para las personas con discapacidad, los adultos mayores y la rehabilitación física.
Pero no todo es movimiento. Flotar en silencio, mirando el cielo, el ruido del mundo amortiguado y obligatoriamente desconectados del celular es entrar a un remanso de paz interior. Si, además, contamos con una cascada o un chorro, la experiencia será aún más sanadora. El sonido del agua es una de las más bellas poesías de la Tierra.
Hagamos nuestra tertulia sobre las piscinas públicas. ¿Qué tal que todo pueblo y barrio de Colombia tenga su piscina? En Comfama podríamos ayudar. En nuestro caso, más de 60 de estos lugares de inclusión y cultura ciudadana acogen a 50 mil estudiantes y 2 millones de nadadores por año. ¿No crees que sería un lindo aporte para que Colombia recuerde y eleve su amor por el agua y lo consolide como una herramienta privilegiada para la construcción de paz y el cultivo de la salud? .
* Director de Comfama.