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La realidad de la educación en Medellín debería ser motivo de profunda preocupación para todos. Como la segunda ciudad más importante de Colombia, contamos con los recursos, el presupuesto y las capacidades institucionales suficientes para garantizar una educación de calidad. Sin embargo, las cifras muestran un panorama desalentador que no podemos ignorar.
La Encuesta de Percepción Ciudadana de Medellín Cómo Vamos para 2024 reveló un dato alarmante: solo el 64% de los encuestados se siente satisfecho con la educación pública, el porcentaje más bajo registrado desde que se realiza esta medición. Esta caída en la percepción refleja una crisis de confianza en el sistema que está afectando directamente a nuestros niños y jóvenes.
El bajo desempeño académico de los colegios públicos es otro síntoma evidente del problema. En las pruebas Saber 11 de 2023, los colegios oficiales de Medellín se ubicaron en el puesto 50 entre las 97 entidades territoriales certificadas. Hace apenas seis años, en 2017, estábamos en el puesto 23. Este retroceso es inaceptable. Si bien la administración anterior estuvo marcada por graves problemas de corrupción y una gestión desordenada, está claro que el deterioro de la calidad educativa trasciende a un solo gobierno. Estamos enfrentando un problema estructural que requiere soluciones de largo plazo.
Las estadísticas del Ministerio de Educación Nacional también muestran señales preocupantes. En 2023, Medellín tuvo la tasa de repitencia más alta entre las principales ciudades del país, con un 9.3%. Repetir un grado no solo tiene implicaciones académicas, sino también emocionales y sociales. Los estudiantes que repiten suelen experimentar baja autoestima, frustración y aislamiento, lo que, a su vez, aumenta el riesgo de deserción escolar. Y aquí viene otro dato crítico: la tasa de deserción en Medellín alcanzó el 5.4% en 2023, la cifra más alta de la última década.
La deserción escolar no es solo un problema educativo; es un problema social de enormes dimensiones. Los jóvenes que abandonan la escuela tienen menos oportunidades laborales, enfrentan mayores riesgos de pobreza y son más vulnerables al reclutamiento por parte de grupos ilegales. Este círculo vicioso perpetúa la desigualdad y limita las posibilidades de movilidad social en nuestra ciudad.
La educación es, sin duda, la herramienta más poderosa para transformar una sociedad. Sin embargo, los datos muestran que estamos fallando como ciudad en garantizar este derecho fundamental. Es urgente replantear nuestras políticas educativas desde una visión integral. Esto significa invertir no solo en infraestructura, sino también en la formación y estabilidad de los docentes, en programas que acompañen el desarrollo emocional de los estudiantes y en estrategias que fortalezcan el vínculo entre las familias y las escuelas.
Medellín no puede resignarse a ser una ciudad que deja atrás a sus estudiantes. Nuestro futuro depende de la capacidad de garantizar una educación que permita a todos los jóvenes desarrollar su potencial. Este es un llamado a la acción para las instituciones públicas, las empresas, la academia y la ciudadanía. La calidad educativa no puede seguir siendo una asignatura pendiente; debe convertirse en la prioridad que marque el camino hacia una ciudad más equitativa, próspera y solidaria.
