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Y, como si fuera poco, ahora se destapan todos los días noticias que enlodan a miembros del gobierno con “Papá Pitufo”, el zar del contrabando vinculado a la financiación de campañas políticas.
Por Daniel Duque Velásquez - @danielduquev
Lamento que el presidente Petro, quien llegó al poder con un mandato de cambio y el respaldo de quienes nunca habían ganado unas presidenciales, esté tirando a la basura la oportunidad de construir un mejor país. Peor aún, con su fracaso le está devolviendo oxígeno a los mismos sectores que gobernaron Colombia durante décadas, empantanados en la corrupción y el reparto burocrático. Ahora intentarán volver recargados, con caras nuevas disfrazadas de “outsiders” y una agenda que mezclará los estilos de Bukele, Milei y Trump. Una auténtica tragedia por donde se le mire.
Más de dos años después de su llegada al poder, el gobierno de Gustavo Petro ha demostrado ser un experimento fallido que combina improvisación, corrupción y una agenda ideológica desconectada de la realidad. Las cifras no mienten: más de 40 ministros han pasado por el gabinete, dejando un rastro de inestabilidad y desorden. No hay estrategia, solo ensayo y error. Cada cambio de ministro significa una curva de aprendizaje nueva, procesos interrumpidos y un Estado paralizado por la incertidumbre y la desconfianza. Un gobierno que no logra consolidar un equipo de trabajo sólido difícilmente puede ofrecer resultados tangibles.
Pero la improvisación no es su único sello. A pesar de haber llegado con la promesa de acabar con la corrupción, esta administración se ha convertido en un hervidero de escándalos. La Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD) fue saqueada de manera descarada, mientras personajes como Benedetti protagonizan día a día escándalos de presuntos abusos de poder, tráfico de influencias y violencia contra las mujeres. Y, como si fuera poco, ahora se destapan todos los días noticias que enlodan a miembros del gobierno con “Papá Pitufo”, el zar del contrabando vinculado a la financiación de campañas políticas. Al final, el cambio que prometieron no fue más que una versión recargada de la misma politiquería de siempre.
Además de todo lo anterior, se suma el empeño en destruir lo que funciona. En lugar de corregir temas puntuales que requerían mejoras del sistema de salud —como la cobertura en zonas rurales o la atención en salud mental—, han optado por dinamitarlo. El resultado es alarmante: crisis en el abastecimiento de medicamentos, un aumento en las quejas contra las EPS intervenidas y un colapso financiero que amenaza con dejar a millones de colombianos sin acceso oportuno a servicios de salud. No se mejoró lo que debía ajustarse; se destruyó lo que servía.
Este gobierno ha desperdiciado la oportunidad de liderar reformas que unan al país. En su lugar, ha gobernado desde la polarización, la confrontación y el desprecio por la gestión pública eficiente. Cada día que pasa deja más claro que la improvisación, la corrupción y la ideologización no son errores accidentales, sino las piedras angulares de este desastre. Y mientras tanto, quienes sufren las consecuencias no son los ministros que van y vienen, sino los ciudadanos que dependen de un Estado que hoy está más débil, más ineficiente y más corrupto.