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Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho
Se ha vuelto casi un lugar común decir que las elecciones presidenciales del año próximo están servidas para una inminente victoria de la derecha. Se dice que el péndulo debe volver allí (de donde pocas veces ha salido) y que el panorama internacional marca la tendencia inevitable. Quizás muchos piensan con el deseo y prefieren no creer que el gobierno actual tiene aún una base social importante, el poder mediático y presupuestal de la presidencia y toda la intención de participar abiertamente en política, moviendo de nuevo las líneas éticas.
El pobre desempeño del presidente Petro y la decepción generada han creado un clima de derechización de la opinión pública que hace brillar los ojos de los aspirantes al trono. A falta de más de un año para las elecciones se ven ya diferentes tendencias que quizás no lleguen a una candidatura única. Tienen rasgos comunes: el discurso altisonante de la seguridad, la eterna y soporífera rabia contra Santos y la incapacidad de hacer autocrítica, desconociendo que muchos de los problemas actuales del país se generaron bajo sus mandatos. Gritan seguridad, pero no van más allá de la mano dura; hablan de economía, pero no presentan un plan diferente a la reducción de impuestos; denuncian corrupción, pero tienen un pasado sombrío de acciones y relaciones. Generalmente buscan (o les toca) alinearse con discursos de otros líderes de moda, como Trump, Milei o Bukele y deben estar bastante enredados por estos días buscando justificaciones para la nueva amistad con Putin.
También es posible identificar diferencias en la oferta que empiezan a construir las derechas colombianas. Por un lado vemos, como siempre, a una derecha arcaica, concentrada en la comodidad de los más poderosos, la negación del conflicto armado y sus causas y una lucha frontal contra las libertades individuales. Por otro lado, hay una derecha moderna, que valora la libertad del individuo, respeta las instituciones y no teme abordar temas como la protección ambiental, la transición energética o la importancia de la cultura en la sociedad; infortunadamente, esta se ve eclipsada y mandada a callar por los más radicales y suele ser temerosa de mostrar su lado progresista, por lo cual termina frunciendo el ceño y repitiendo consignas conservadoras que no cree. Finalmente, observamos que crece en Colombia, como en el continente, una derecha populista y libertaria, volcada a criticar al estado, practicar la política del espectáculo y vestirse de antipolítica, aunque lleva décadas circulando en las salas del poder y callando ante la corrupción de sus amigos.
De la derecha nacional es destacable la recién estrenada pasión por defender las instituciones, así como su lucha por reconocer el papel de la empresa privada en la construcción de país y la presencia de líderes regionales de gran calidad humana y política; sin embargo, el discurso que hoy ofrece huele más a un regreso al pasado que a la visión renovada de un país que requiere seguir reduciendo desigualdades, fortaleciendo y haciendo transparente la acción del estado y reconociendo la diversidad cultural y de pensamiento propia de una nación tan compleja y herida como la nuestra. Por ahora se ve más ambición que visión.
Y mientras tanto ¿qué proyecto de país está construyendo el Centro?