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Fui migrante

Fui víctima de discriminación por ciudadanos y autoridades; casi fui expulsado por una directriz del entonces ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, quien impuso cuotas de expulsión de extranjeros en su precampaña presidencial.

18 de febrero de 2025
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  • Fui migrante

Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho

Fui migrante. Durante siete años viví en Francia las dificultades y los encantos de habitar en tierras ajenas. Me fui joven, recién graduado de la universidad, en una época de migración masiva de colombianos que huían por miedo a la violencia o a la falta de oportunidades. Yo no huía del país sino de mi profesión, pues la ingeniería termina por atraparlo a uno, pero esa es otra historia.

No escapaba de Colombia, insisto. Me fui a buscar aventuras y una maestría que redireccionara mi profesión. Pronto descubrí que era un migrante privilegiado; no conocía a nadie, pero viajé con dos amigos del alma; no sabía francés, pero pude inscribirme en un buen curso; no tenía plata, pero obtuve un crédito del ICETEX. Lo más importante: era un migrante legal. No tenía que esconderme ni temer por mi situación, podía trabajar medio tiempo y aspirar a entrar a la universidad. La mayoría de migrantes no tienen esas oportunidades.

Gocé las dichas de vivir en Europa: conocí personas, religiones, culturas y lenguas. Estudié historias del Viejo Mundo, que son parte de nuestra historia. Me deleité en museos maravillosos, catedrales fantásticas y expresiones culturales de gran nivel. Disfruté ciudades organizadas, con espacios públicos generosos, transporte barato y digno y una cultura ciudadana que facilita la vida. Aprendí francés y cultura francesa, de la que enseñan las academias y de la que se adquiere en las calles y las fiestas.

Hice una maestría en urbanismo en la Universidad de París y allí encontré mi vocación. Gocé del estado benefactor francés, tan necesario cuando se es frágil y vulnerable, lo cual me dio conciencia política y social. Era pobre, pero joven y en París. También sufrí. La soledad. El frío. El peso de la distancia. Padecí el pésimo comportamiento de algunos compatriotas que dejaban mal parada la reputación de los colombianos.

Fui víctima de discriminación por ciudadanos y autoridades; casi fui expulsado por una directriz del entonces ministro del interior Nicolás Sarkozy, quien impuso cuotas de expulsión de extranjeros en su precampaña presidencial, basada en el maltrato a los extranjeros y a la denuncia de la migración como mal supremo. Por fortuna, el mismo estado francés pagó el abogado que me ayudó a defenderme y pude quedarme a terminar mis estudios. Hoy soy urbanista y político; Sarkozy es un expresidente con brazalete electrónico, condenado por corrupción.

Cuentan que el ser humano salió del África hace millones de años: la migración está en el origen mismo de nuestra especie y siempre existirá. Casi todos fuimos o seremos migrantes. Por eso conviene una mirada humana, compasiva y empática. A su vez, los migrantes –sea cual sea su situación– han de mostrar respeto por la tierra que los acoge. De ellos depende, en parte, el trato que recibirán otros en su situación.

No aspiro a un planeta sin fronteras, pero sí a un mundo donde la dignidad esté por encima de la nacionalidad. La migración no se detendrá: ojalá entendamos que nos enriquece; ojalá Colombia pueda ofrecer a los migrantes lo que Francia me dio a mí.

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