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Gobernar no es hablar y trinar; gobernar es priorizar, tomar decisiones, corregir errores, asumir responsabilidades, poner tareas y hacerles seguimiento.
Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho
Cuando su padre lo llevó a conocer el hielo, el pequeño Aureliano quedó hechizado. Ese cristal de agua, sólido y transparente, lo deslumbró y marcó su vida al punto de recordarlo cuando la muerte lo acosaba. Lo curioso es que, pese al encanto, Aureliano no preguntó cómo se hacía el hielo; quedó maravillado, quiso tocarlo, quiso tenerlo, pero no entendió cómo hacerlo. Se deslumbró con el brillo mas no aprendió el método, tal vez supuso que bastaba con abrir una caja para acceder a la maravilla.
El reciente consejo de ministros del gobierno nacional, además de ser fuente de humor, especulaciones y renuncias, reveló una total ausencia de método por parte del presidente de la república. No había orden, ni moderación, ni intención de resolver situaciones o de exponer soluciones. No vimos procesos que llevaran a la toma de decisiones, no escuchamos ideas para empezar a resolver -ahora sí- los problemas que agobian a los colombianos y que, en general, se han agravado desde que el desorden se instaló como estilo de gobierno. El infame consejo fue un barco sin norte y el capitán estuvo ajeno al timón, probablemente mirando a lo lejos los icebergs de sus utopías revolucionarias, que parecían tan brillantes en sus sueños y tan fáciles de lograr como abrir la caja donde los escondía.
Todo sería una simple anécdota, un error de comunicación del gobierno, si no fuera un perfecto reflejo de la forma en que el presidente Gustavo Petro ha asumido el reto de la administración pública. Todo es palabra, símbolo y utopía; discurso, grandilocuencia y más utopía. No se planea, no se dialoga, no se concierta. La realidad que se busca cambiar no se comprende; se interpreta a través del dogma, se acomoda a los intereses presidenciales y se le arrojan soluciones sin sustento. Por eso se incumple el plan de desarrollo y los presupuestos no alcanzan, por eso no se recauda ni se ejecuta, por eso las reformas no atraen y en las peleas del gobierno suele perder el pueblo. Por eso hay ministros que pasan un año sin ver a su jefe y tienen que improvisar decisiones a partir de la lectura cartomántica de los tuits del gobernante. Porque no hay método.
Gobernar no es hablar y trinar; gobernar es priorizar, tomar decisiones, corregir errores, asumir responsabilidades, poner tareas y hacerles seguimiento. Es decir, administrar; aunque a muchos les repele la palabra, acaso porque les suena en exceso tecnocrática. Las ideas no bastan sin personal capacitado y herramientas para hacerlas realidad; de nada sirve gritar el cambio si este no se organiza, se planea y ejecuta con sensatez y realismo (administrativo, no mágico).
El presidente Petro, célebre por su oratoria, se queda en eso: voluntad oral. Habla y habla y trina y trina y parece obnubilado por sus propias palabras; piensa que los símbolos remplazan los hechos, los aplausos esconden los errores y los amigos llenan el vacío dejado por los expertos. Ignora que, incluso el maravilloso hielo, no aparece por discurso, sino por método.