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El agua quiere ser agua
Todos deberíamos conocer el mar; también el río, el charco, la quebrada, el chorro, la catarata, la laguna, el nevado y el termal. Su diversidad es metáfora de vida.
04 de febrero de 2025
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Por Daniel Carvalho Mejía - @davalho
Agua aromática para las inquietudes; baño de agua caliente para el cansancio; caldo de pollo para la maluquera; tinto o aguardiente para amenizar una buena conversación; chorro de agua helada para el guayabo. El agua está en nuestros ritos cotidianos como dadora de bienestar: nos calma y nos alegra; nos cuida y nos inspira. Por eso queremos ir al charco o al mar en los días de descanso, por eso tenemos piscinas y jacuzzis como espacios de placer y relajación. “El agua quiere ser agua” -hubiera podido escribir Borges- y nosotros, que somos 70% agua, queremos volver a ella.
Es el principio y el fin. Del agua surgió la vida en la Tierra; éramos agua en la laguna materna donde pasamos los primeros meses de nuestra existencia y luego soñamos con pasar los últimos días en una casita frente al mar. El agua ambienta los momentos estelares de nuestras vidas: ¿quién no recuerda aquellas vacaciones en la playa? ¿Cómo olvidar aquel partido de fútbol o aquel beso bajo un aguacero? Ha sido musa para escritores y pintores: la hallamos en Homero y Boticelli, en los textos sagrados y también en los prohibidos; el agua sirvió de excusa a Hokusai y a los impresionistas y de tema a los cantantes modernos, de Alfredo Gutiérrez a Charles Aznavour y de Menudo a Guns N´ Roses. A propósito, ¿no es acaso “Cantando bajo la lluvia” el mejor musical que se ha hecho?
¿Cuántos sueñan con conocer el mar? Tenía su punto el político que prometió llevar a los colombianos al mar, todos deberíamos conocerlo. Cuántas alusiones al mar en las grandes obras artísticas y en nuestras conversas sobre deseos y fantasías. La sangre y el mar son similares en un 98%, eso puede explicar muchas cosas. Somos sistemas hidráulicos con ilusiones y miedos. Todos deberíamos conocer el mar; también el río, el charco, la quebrada, el chorro, la catarata, la laguna, el nevado y el termal. Su diversidad es metáfora de vida.
El agua es progreso. Al lado de ella crecieron las ciudades, gracias a ella exploramos el mundo; al agua potable es la condición básica de la salud y la dignidad; gracias al agua tenemos, en Colombia, una fuente de energía que muchos aún no entienden ni valoran. El agua, por supuesto, también nos amenaza como tormenta e inundación, desbordamiento y creciente; es maremoto, deslizamiento o naufragio. Ha sido tragedia para muchos; lo cual es una advertencia constante que nos recuerda su poder, que nos pone en nuestro lugar -nuestro pequeño lugar-, que nos invita a construir con ella y no contra ella.
Se ha hablado recientemente de ordenar el territorio alrededor del agua. Es una linda premisa que aún está por implementarse; hoy estoy convencido de que debemos ordenar nuestras vidas alrededor del agua. Debemos hacer de ella guía, musa y diosa. Debemos verla como madre e hija; al mismo tiempo, protegerla y entregarnos a su cuidado. Aprender de su serenidad y su fuerza. Nos tocó vivir una época vertiginosa: empezó un año que será tormentoso en Colombia; aprendamos, pues, a nadar en estas corrientes, aprendamos a navegar estas mareas. Vale la pena mojarse.
