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Esta cuestión no debe tener color ni dogmas ideológicos absurdos. Las inversiones en energías limpias en los países en desarrollo tendrían que triplicarse de aquí a 2030 para estar en línea con los objetivos internacionales de limitación del cambio climático.
Por Humberto Montero - hmontero@larazon.es
Si fue antes la gallina o el huevo da lo mismo. Poco importa si el cambio climático está originado al 100% por la actividad humana o forma parte de los ciclos vitales del planeta más hermoso del universo. La Tierra es un jardín que debemos preservar en la medida de nuestras posibilidades, puesto que es la única casa que podemos habitar. Nuestra entera supervivencia está vinculada a su frágil equilibrio, así que no merece la pena gastar un segundo en debates estériles. Una vez alcanzado en consenso básico, que vivimos un ciclo climático más extremo, podemos cruzarnos de brazos o reflexionar en el impacto añadido de nuestra actividad.
Con más de 8.000 millones de seres humanos, ni somos una plaga ni podemos ser tan ingenuos como para pensar que el planeta puede absorber esa presión como cuando éramos 1.500 millones, hace no tanto, a mediados del pasado siglo, franja en la que muchos de ustedes nacieron, o incluso cuando en los años 70 del siglo XX pasamos a ser 3,5 millones, en plena explosión de la natalidad y del desarrollo global. Debemos actuar, no sólo los gobiernos y los organismos internacionales, sino todos nosotros, individualmente. ¿Cómo? Consumiendo con criterio en todos los órdenes, no como mangostas.
Hoy comienza en París la cumbre de finanzas climáticas en la que participa el presidente Petro, entre muchos líderes de todo el mundo. Esta cuestión no debe tener color ni dogmas ideológicos absurdos. Los hechos nos muestran realidades incontestables. Las inversiones en energías limpias en los países en desarrollo y en las economías emergentes tendrían que triplicarse de aquí a 2030 para estar en línea con los objetivos internacionales de limitación del cambio climático.
En un informe publicado ayer, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) y de la Corporación Financiera Internacional (IFC, una entidad vinculada al Banco Mundial) estiman que habría que pasar de los 770.000 millones de dólares en 2022 a al menos 2,8 billones anuales a comienzos de la década de 2030.
Los fondos públicos no serán suficientes para ofrecer un acceso universal a la energía verde en esos países y será la financiación privada la que tendrá que multiplicarse y pasar de los 135.000 millones de dólares anuales actualmente a como mínimo 1,1 billones cada año al inicio de la próxima década.
Con buena parte del planeta, por no decir todo, asfixiado de deuda a consecuencia de la financiación de las medidas para paliar la devastación causada por la crisis financiera de principios de siglo y luego de la pandemia, réplicas similares a las crisis vividas a comienzos del siglo XX, podemos caer en la tentación de quedarnos cruzados de brazos ante una situación que ya tenemos sobre nuestras cabezas.
Cierto es que, gracias al esfuerzo económico de casi todos, soportando endeudamientos públicos por encima del 100% del PIB, hemos logrado sacar adelante todas las crisis desde 2007 sin caer en la tentación de generar grandes conflictos. Gracias a Dios hemos aprendido alguna lección. Pero no debemos ser complacientes, porque las crisis climáticas pueden generar graves desplazamientos y cobrarse miles de vidas en regiones que hoy ya no están tan lejanas. Sus sacudidas podrían ser mucho peores que una pandemia. Actuemos sin entrar en pánico.