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El propio Xi Jinping sostuvo la tesis de que la absorción del impacto en sus exportaciones de la guerra comercial declarada por Trump, debe provenir de un consumo revitalizado de la sociedad chinas
Para fines de 2024 el gasto doméstico chino contaba por menos del 30% del crecimiento de su PIB. Esta proporción es la más baja de la última década, apartando los años de la pandemia del COVID. Los planificadores gubernamentales en Pekín no anticipaban, sin embargo, nada mejor para el 2025, porque la tendencia histórica de ese país, frente a los estímulos gubernamentales, ha sido terca.
Es así como esta pasada semana un nuevo intento por privilegiar el consumo interno fue puesto sobre la mesa en la reunión del Congreso Nacional del Pueblo. El propio Xi Jinping fue quien sostuvo la tesis de que la absorción del impacto en sus exportaciones de la guerra comercial declarada por Trump, debe provenir de un consumo revitalizado de la sociedad china: “Haremos de la demanda interna la principal fuerza motriz de la economía y el ancla estabilizadora del crecimiento”.
Las agencias estatales, a raíz del encuentro, anunciaron otro vigoroso empujón gubernamental al consumo doméstico, pero en esta ocasión se hizo énfasis en el incremento del ingreso familiar, la estabilización del mercado inmobiliario, el mejoramiento de los servicios médicos y de las pensiones. Se trataría de un nuevo plan que se sumaría al que ya por cuatro años seguidos intentó revivir el sector inmobiliario con muy pobres resultados. Se ha anunciado, entonces, un programa de inversiones para 2025 en programas de protección social a través de ayudas directas, por ejemplo, a la educación y particularmente al cuidado infantil.
Pero, como reza el dicho latino “una cosa piensa el burro y otra el que lo está ensillando”. Hace rato que los líderes en Pekín intentan por esta vía reducir la vulnerabilidad que proviene de la dependencia china de la importación de comida, de tecnología y de petróleo, pero sin entender que un cambio en la arraigada cultura del ahorro preventivo, además de representar una transformación cultural de envergadura, no puede ser temperada con medias tintas.
La sociedad no reclama acciones puntuales de corto plazo obligadas por circunstancias del momento, sino un sistema de seguridad social vasto, inclusivo y estable. El chino de la calle no solo es un individuo altamente consciente del valor de su dinero. Su sentimiento de inseguridad en relación al futuro propio es tan potente que lo inhibe de gastar. Es significativo como en el año 2024, en un año de turbulencias económicas, los hogares chinos consiguieron ahorrar 32% de su ingreso disponible. Esta rebeldía responde al costo de la incertidumbre.
La colectividad, además, se siente engañada. La opinión de los entendidos es que una cosa es lo que la oficialidad declara para información de los administrados y otra la verdadera orientación de las medidas que se están tomando.
Una realidad incontestable es que en el mundo entero los grandes importadores de China se han estado dando a la tarea de protegerse de los subsidios y otros estímulos que allí se practican. Muchos son los que establecen nuevas cadenas de suministro para disminuir su dependencia del gigante de Asia. Así pues, las exportaciones chinas enfrentaban un complejo panorama internacional para el momento en que Donald Trump formuló la imposición de aranceles a sus importaciones.
Frente a ello, hay que reconocer que la teoría es buena: en este momento reforzar el consumo interno debería ser una prioridad ante un ambiente geopolítico adverso. Pero al mismo tiempo implica transferir un poder inmenso a las manos de la sociedad. El consumo doméstico en USA representa 81,3% del PIB, en Inglaterra 83,4%. En China solo 55,6%!
Cuesta creer que Xi desee embarcarse en algo así.