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Hace poco tuve la oportunidad de compartir un par de días con una de mis amigas del alma, durante esos días las conversaciones sobre múltiples temas inundaron el espacio y me conectaron con esa esencia de nuestra amistad, ese lazo que nos une no importa la distancia y que nos ayuda a entender lo que significa pertenecer a la colectividad.
En medio de una de nuestras charlas sobre el ser, el hacer y el querer, vimos un grupo de niñas de aproximadamente 15 años, miré a los ojos a mi amiga y le dije: “te gustaría regresar a esa edad” y ella me dijo: “Sí, pero con el conocimiento que tengo ahora”.
Me he quedado reflexionando sobre sus palabras y pensando en cómo durante muchos años me he dado “palo” por decisiones que tomé en el pasado, como me repetí en múltiples ocasiones lo errada que estuve al hacer o decir algo. Quizás, todos cargamos con algo de lo que nos arrepentimos y mi invitación hoy, motivada por la conversación con mi amiga, es a que nos perdonemos.
En la vida, cada uno de nosotros actúa conforme a la sabiduría que posee en cada momento, siempre hacemos lo mejor que podemos con la información que tenemos, por ello condenar la ignorancia pasada desde la sabiduría presente es un ejercicio de juicio retrospectivo contraproducente e inútil.
Cada decisión que tomamos está basada en la información y la comprensión que tenemos en ese momento, de allí que condenar nuestras acciones pasadas desde una perspectiva actual no solo es injusto, sino que también nos impide apreciar el viaje de aprendizaje que hemos recorrido. Con los años la vida nos enseña la importancia de la compasión y el perdón, tanto hacia nosotros mismos como hacia los demás.
Todos cometemos errores, y todos tenemos momentos de ignorancia, por eso en lugar de castigarnos por nuestras fallas pasadas, debemos aprender a perdonarnos y a ver cada error como lo que fue una oportunidad para crecer. Al parecer la clave está en aprender del pasado sin condenarlo, sin castigarnos, entendiendo que cada experiencia vivida, buena o mala, nos ofreció valiosas lecciones que nos ayudaron a construir lo que hoy somos.
Difícilmente hoy yo sería quien soy sin la suma de esas decisiones de mi pasado; al aceptar que actuamos conforme a la sabiduría que tenemos en cada momento, podemos vivir con más compasión y menos juicio. Esta perspectiva nos permite avanzar con una mentalidad de crecimiento, siempre abiertos a aprender y mejorar.
La sabiduría no es una condición fija, sino un viaje constante; cada acción que realizamos y cada error que cometemos nos acercan más a entendernos a nosotros mismos. Al aceptar que operamos según el conocimiento que poseemos en cada momento, podemos liberarnos del peso de la autocrítica y avanzar con una mentalidad de aprendizaje y compasión.
Este aprendizaje es más valioso de lo que imaginamos, ya que al desarrollar la autocompasión se hace mucho más sencillo no juzgar a los demás por sus acciones, comprender las circunstancias de quienes nos rodean y colaborar en la construcción de una sociedad que prospere mediante la comprensión y la compasión, en lugar de fragmentarse por la crítica y el juicio constante.
