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Filantropía vs. Impacto Total

Es claro que muchas compañías tenemos el compromiso de ser positivas en carbono en 2025. Sin embargo, avanzar con todos nuestros actores —proveedores, clientes y colaboradores— para garantizar que estén bien económica, social y ambientalmente es una tarea ambiciosa, aunque absolutamente válida.

22 de diciembre de 2024
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  • Filantropía vs. Impacto Total

Por Carlos Enrique Cavelier - opinion@elcolombiano.com.co

El primer gran filántropo de la era moderna fue Andrew Carnegie, el primer billonario en dólares. Vendió su acería a Pierpont Morgan en 1901 y se dedicó “al amor por la humanidad”, de donde proviene etimológicamente la palabra. Donó el 90 % de su fortuna.

Durante siglos, la filantropía se practicó a través de la construcción de iglesias, el mecenazgo del arte y donaciones a comunidades religiosas. Dentro de esta práctica se encontraba la caridad: dar limosna aquí y allá.

A finales del siglo XX surgió el concepto de Responsabilidad Social Empresarial, que trasladó el enfoque de las personas a las compañías. Esta responsabilidad abarcaba filantropía, caridad y limosnas, o, en algunos casos, ayudas en proyectos que generaban bienestar, aunque a menudo servían más para reforzar la reputación de la empresa. El “social washing”, como llegó a conocerse, le causó —y sigue causando— mucho ruido a la RSE.

Hace unos años empezaron a surgir una serie de organizaciones, movimientos y conceptos que han transformado la filantropía de manera especial. Destacan el ESG de impacto, promovido por Sir Ronald Cohen; el Capitalismo Consciente, de Sisodia y McKey, que marcó un gran momento; y finalmente, el Sistema B. Todos ellos promueven un triple balance para alcanzar un triple impacto: económico, social y ambiental.

El Sistema B comenzó a instaurarse en América Latina en 2012. Tiene la solidez de exigir que cada compañía se recertifique cada tres años, una falencia de la Ley BIC promovida por Duque.

María Emilia Correa, colombiana cofundadora del movimiento en América Latina, nos ha puesto la vara muy alta: “El impacto social y ambiental de cada compañía B debe ser igual o superior al impacto económico de la empresa”.

Es claro que muchas compañías tenemos el compromiso de ser positivas en carbono en 2025. Sin embargo, avanzar con todos nuestros actores —proveedores, clientes y colaboradores— para garantizar que estén bien económica, social y ambientalmente es una tarea ambiciosa, aunque absolutamente válida, incluso si implica trabajar con comunidades más allá de las nuestras.

El impacto puede ser enorme. En Ábaco, la Asociación de Bancos de Alimentos, buscaríamos acabar con la inseguridad alimentaria de 5 millones de colombianos al día, recolectando alimentos que se pierden en nuestros campos. Esto significaría pasar de los 1.2 millones de personas atendidas actualmente a un verdadero Impacto Total.

En Alquería, nos hemos propuesto que Cundinamarca sea el departamento con mejor educación en PISA en Latinoamérica para 2035. Este año, con el apoyo de la Gobernación, logramos subir al cuarto lugar nacional, a 8 puntos del Quindío, que encabeza la tabla. El objetivo no es ser primeros por sí mismos, sino impulsar, por efecto político y social, al resto de departamentos para mejorar la educación pública de nuestro país. ¡Querríamos que esto fuera Impacto Total!

Pero si el Sistema B no se convierte en requerimiento legal para las compañías medianas y grandes, como debió ser la Ley BIC, seguiremos siendo apenas un puñado de voluntarios bien intencionados.

¡Feliz Navidad!

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