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Por Armando Estrada Villa - opinion@elcolombiano.com.co
La migración, entendida como el tránsito de la población entre dos lugares, uno de origen y otro de destino, ha existido siempre y es uno de los factores que ha contribuido a la aparición y desarrollo de las distintas civilizaciones. Empero, lo que ocurre en el presente es que la migración está ligada a la polarización económica. Con unos países del Norte desarrollados, que todo lo tienen, como Estados Unidos y Europa, y unos países subdesarrollados al Sur, que carecen de lo indispensable para atender a las necesidades y aspiraciones de su población, entre los cuales está Colombia.
Y es que somos una nación de emigrantes, de la que en distintas épocas emigraron colombianos, principalmente, a Estado Unidos, España y Venezuela, en busca de mejores oportunidades de empleo y adelanto económico, proporcionando mano de obra barata, comparada con lo que ganan los trabajadores nacidos en estos países, pero mucho mayor a la que percibirían en sus lugares de origen, solventando la escasez de mano de obra y ocupándose en los oficios más modestos, que los originarios de las naciones desarrolladas no están dispuestos a desempeñar, razón por la cual los países receptores durante un tiempo alentaron la inmigración.
El migrante analiza los aspectos positivos y negativos que lo llevan abandonar su patria y buscar en otro espacio su bienestar, esto es, evalúa los factores negativos que expulsan en el punto de partida y los factores positivos que atraen el punto de llegada. La expulsión tiene que ver con el estado de privación o incapacidad del entorno para satisfacer sus carencias y ambiciones y los de atracción la promesa que contienen de satisfacción relativa de sus necesidades y deseos. En Colombia, los factores causantes de la expulsión son desempleo, pobreza, inseguridad, violencia, atraso y conflicto armado, atados a la escasez de recursos disponibles para los más pobres, la desigualdad en las oportunidades y a la distribución espacial de oferta y demanda de trabajo.
Las autoridades de la mayoría de los países receptores obstaculizan la migración por medio de barreras legales y políticas restrictivas, que no han sido eficaces ya que la migración sigue creciendo. Y contra los que han ingresado se presentan reacciones adversas en sectores políticos, económicos y sociales que pueden ocasionar sentimientos de xenofobia y racismo, en función del volumen de inmigrantes, raza, cultura, costumbres e índice de desempleo en el país receptor e incluso uso de mecanismos punitivos para expulsar migrantes.
La migración, impulsada por el avance de las telecomunicaciones y los transportes, es uno de los mayores problemas de este siglo, porque miles de pobres y desocupados del mundo subdesarrollado tratan de llegar a los prósperos países del Norte, legal o ilegalmente, en búsqueda de opciones laborales. Y es que la migración como uno de los problemas globales del presente tiene incidencia en la situación política, económica y social de todos los países, ya que tiene efectos en las comunidades de origen, destino y para los migrantes.
Como está demostrado que las políticas represivas no disuaden la esperanzada migración hacia el Norte, se considera que políticas de cooperación al desarrollo entre los países de origen y destino puede constituir una alternativa a la emigración. Po eso, se reclama que los estados, la ONU, el PNUD y la OIM, adopten políticas que hagan innecesarios estos desplazamientos, habida cuenta que el problema no se resuelve con la concentración de la población mundial en pocas islas de bienestar y sí con un sistema justo y eficiente, que genere empleo, más y mejor educación, seguridad pública, eficaz Estado de derecho y protección a todas las personas, para desincentivar la migración legal e ilegal, buscando que quienes quieran quedarse encuentren oportunidades.