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Ya no se mueve, no come y toma muy poco. Se está yendo con docilidad, sin poner resistencia a la muerte; es la última gran lección que Spiegel me da; saber aceptar tu hora.
Por ALDO CIVICO - @acivico.
Spiegel, mi perro de 14 años, se está apagando. No va a lograr a esperarme. En la medida que se iba haciendo más débil, me había preparado a este momento de separación. Visualicé varias veces en la mente cómo iba a ser.
Lo que no imaginé es que su fin llegaría tan rápido, y que yo estuviera a la otra parte del océano, tan lejano de él; un dolor que se suma a dolor. Pero ya sufre demasiado. Ya no se mueve, no come y toma muy poco. Se está yendo con docilidad, sin poner resistencia a la muerte; es la última gran lección que Spiegel me da; saber aceptar tu hora. Decido ir a una iglesia en Bolonia, donde solía ir frecuentemente cuando era estudiante universitario, para pensar en Spiegel, para estar de alguna manera cercano a él, para acompañarlo, para encontrar consuelo.
Existen teólogos como el reconocido biblista Paolo De Benedetti, quienes han ofrecido una perspectiva única y compasiva sobre el destino de los animales, explorando profundamente la idea del paraíso para ellos. De Benedetti, en particular, sostenía que los animales poseen un alma y que, al igual que los seres humanos, son parte del plan divino de la creación y merecen una forma de redención y salvación en el más allá.
Cuando Spiegel entró en mi vida, no creía que los animales tuvieran alma. Pero la conexión, la comunicación profunda (y telepática) que se generó entre los dos, me hizo cambiar de idea. Spiegel tenía una capacidad de entendernos que iba más allá de la percepción sensorial; tenía su origen en aquella realidad sutil que está por debajo de los sentidos y les da energía. Hoy sé con certeza que Spiegel tiene un alma y lo escribo en el presente porque el alma es eterna.
Así, en esta iglesia, lo agradezco por todos los momentos que compartimos. Con gratitud pienso en sus últimas semanas, que vivió en medio de la naturaleza, gozando del pasto y de una quebrada donde le encantaba tirarse. Lloro, pero las lágrimas son parte del amor.Estoy en el aeropuerto. El vuelo tiene retraso; una coincidencia que me parece un regalo del Cielo. Mi ahijado Robinson me avisa que el veterinario ya ha llegado. Me conecto por videollamada. Lloro de manera incontrolable.
Aun si Spiegel no logra escucharme, porque desde hace unos meses ha perdido el oído, susurro mi letanía: “Gracias por todo, Spiegel”. Veo cómo el veterinario le aplica un poco de anestesia en el punto de la pierna donde lo va a inyectar. Estoy agradecido por este último gesto de atención. Spiegel se va sin una sacudida. Es como si se durmiera, pero esta vez las piernas ya no se agitan como cuando soñaba perseguir a quién sabe quién. Todo se cumplió. En Europa son las 16:43 del lunes 24 de junio. En Colombia son las 9:43 de la mañana.
El vuelo despega rápido y cruza las nubes. Miro afuera de la ventanilla y me permito fantasear que Spiegel está allá afuera, brincando libre y contento. Porque los animales sí tienen alma.