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¿Por qué fracasa el país?

Opinan que los países que más se preocupan por las instituciones económicas extractivas –que no crean los incentivos necesarios para que la gente ahorre, invierta, innove– son los que experimentan los mayores fracasos.

23 de octubre de 2024
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  • ¿Por qué fracasa el país?

Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co

Uno de los tres economistas ganadores del premio Nobel de Economía, James Robinson, ha tenido estrechas relaciones con Colombia. La conoce a fondo. En el libro “Por qué que fracasan los países”, escrito con el otro nobel, Daron Acemoglu, dedica algunas páginas a analizar el sistema institucional político, económico, cultural y social colombiano. Trata aspectos de su convulsionada historia de rupturas. Quizás es la primera vez que un texto de dos nobeles se ocupa con tanta precisión del país. La Academia Sueca, por cierto, ha sido cicatera con los académicos latinoamericanos.

La teoría esencial del texto se fundamenta, como también lo sostiene Robert Solow, otro nobel de Economía, “en la evolución conjunta de las instituciones políticas y económicas, así como en sus dirigentes buenos y malos”. Opinan que los países que más se preocupan por las instituciones económicas extractivas –que no crean los incentivos necesarios para que la gente ahorre, invierta, innove– son los que experimentan los mayores fracasos. “Las instituciones políticas y económicas extractivas, aunque varíen en detalles bajo distintas circunstancias, siempre están en el origen de este fracaso. Las instituciones y sistemas inclusivas son las que más progresan”.

Estiman los galardonados que Colombia no tiene instituciones fuertes e inclusivas. Juzgan con dureza su historia al criticar que ella “ha estado marcada por violaciones a las libertades civiles, ejecuciones extrajudiciales, violencia y guerra civil... Los grupos insurgentes revolucionarios, se han multiplicado como una plaga, secuestrando y asesinando. Para evitar las acciones de dichos grupos en la Colombia rural se debe pagar la denominada vacuna, para no ser asesinado o secuestrado”. Reconocen que así hayamos tenido siempre elecciones democráticas ininterrumpidamente, hemos girado alrededor de una sociedad sacudida por la violencia. Sostienen en el libro que Colombia, “sin ser un Estado fracasado, es un Estado con una autoridad lejos de ser completa sobre todo su territorio”. Que no cuenta con un auténtico Estado de derecho, “factor clave para el desarrollo económico”, como lo precisa otro nobel, Kenneth Arrow. Concuerdan así estos maestros con quienes insisten que este es un país en donde hay más territorio que Estado, más presidente nominal que real, incapacitados para garantizar la vida, honra y bienes de las comunidades en la amplia geografía nacional.

Un mensaje de escepticismo dejó Robinson para Colombia en sus entrevistas recientes. Al ser requerido para que encontrara una razón para que el país fuera optimista, sentenció sin ambages: “No hay muchos motivos en estos momentos lamentablemente para serlo... A Petro, que recibió un mandato para hacer algo distinto, no lo veo capaz de proveerlo”. Al mismo tiempo que se conocía esta dura afirmación, el Banco Mundial catalogaba a Colombia como el tercer país más desigual en el mundo. La acompañaban en el mismo ranquin de la frustración Brasil y México, naciones hoy puestas bajo la dirección de la izquierda. Desigualdades producidas por la debilidad institucional, la concentración de la riqueza, del ingreso nacional, el peso de los impuestos sobre las clases medias y populares. Absurdos que, entre muchos otros, desfiguran la vigencia de una democracia real.

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