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Cada día el Gobierno Nacional casa peleas. Llenan espacios noticiosos, columnas de opinión, reportajes, que fatigan a la opinión. Abundan los desplantes e instigaciones.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
La opinión pública colombiana está harta de tantos escándalos que a diario se generan en el actual Gobierno. No hay día sin impudicia en los actos y comportamientos oficiales, sin tropelías de funcionarios públicos, sin asaltos al erario. Es una nación que vive en medio de sobresaltos, de desfachatez, de libertinajes, de asaltos a los presupuestos oficiales en todas las escalas de la administración. El panorama de la inmoralidad que denuncia la prensa no puede causar mayor hartazgo en un país que mira en la impunidad su rutina de desvergüenza.
Colombia está inmersa en el fastidioso monotema de la tragedia moral. Cada día el Gobierno Nacional casa peleas. Llenan espacios noticiosos, columnas de opinión, reportajes, que fatigan a la opinión. Abundan los desplantes e instigaciones. Asfixian al lector, al oyente, no las realizaciones productivas, sino la pugnacidad, el espíritu pendenciero y destructor. Se volvieron regla las constantes provocaciones a altas cortes de justicia, al Congreso, a empresarios, a periodistas. No se soporta que le lleven la contraria al mesías. El caos es su estrategia, el desorden administrativo su gestión. Y así el país va consumiendo sus mejores energías para frustrar un “Acuerdo sobre lo fundamental” que encare los problemas nacionales, que no son pocos.
No hay semana que abra o cierre con relativa paz verbal y escrita. El eterno cotidiano. El incendio provocado desde la Casa de Nariño se volvió extravagante monotonía. Allí se madruga cada día a escoger el enemigo de turno para descargarle la vaciada respectiva. La sombra de la vindicta y el agravio ronda por los pasillos de Palacio. Un mandatario como alma en pena, casando pleitos. No ha entendido que ya no es oposición, sino gobierno. La pugnacidad es el pan de cada día que se sirve inexcusablemente hoy en todas sus clases sociales.
Si bien es cierto que hemos tenido presidentes que pasaron sin dejar rastro alguno de grandes ejecutorias, sí que lo será que en este mandato de izquierda populista lo destacable será cicatero. Si la mediocridad ha sido el fuerte de no pocos de nuestros gobernantes, la querella lo ha sido del actual régimen. El encierro en sus propias ideas, su alucinación. No las puede abandonar como “el jugador el casino, el bebedor el licor, el cazador su presa”. La línea del insulto, su gran condimento del conflicto.
El país, insistimos, está harto y, lo peor, mira con recelo y preocupación lo que seguirá a partir de 2026. Con una política sin conductores, sin vocación de unidad en propósitos nacionales. Colombia merece más. No estar bajo el imperio de presidentes que con desplantes, histerias y megalomanías conduzcan el país a las trompadas. Las impertinencias las ha convertido este mandato en sistema de gobierno que no pocas veces se sitúa en deliberado desconocimiento de la ley, la que desprecia por considerarla que no se acomoda a su orientación caudillista. Solo sirve de consuelo a los colombianos en este hastío colectivo, el hasta ahora buen funcionamiento de las cortes y la prensa que se va fatigando de denunciar los excesos del gobernante.