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El usurpador

El gobierno colombiano no define su posición en forma clara frente al comprobado fraude electoral propiciado por Maduro. Ya se le agotó el argumento de no reconocerlo como presidente en tanto no se muestren las actas electorales.

18 de diciembre de 2024
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  • El usurpador
  • El usurpador

Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co

Al momento de enviar al periódico esta columna, el gobierno colombiano seguía vacilando en torno a su asistencia a la posesión de Maduro. No toma partido, no abandona su ambigua posición que contrasta con la de la mayoría de las naciones democráticas del mundo y de la región, que consideran fraudulenta la elección del dictador venezolano y, en consecuencia, espuria su posesión como mandatario de ese país.

El gobierno de los Estados Unidos ya reconoció a Edmundo González –que tampoco es mayor cosa– como presidente electo de Venezuela. Los colombianos, en un 90% de los encuestados por la firma Polimétrica, están en contra de que nuestro país reconozca a Maduro como Jefe de Estado. Lo consideran ilegítimo.

Venezuela sigue siendo una papa caliente para Colombia. El gobierno no sabe qué hacer y qué decidir para el próximo 10 de enero, cuando Maduro se posesione después de una reelección comprobadamente fraudulenta. Petro anda perdido en medio de las indefiniciones y equívocos. Encartado con un vecino desprestigiado, que rige a sablazos un país con el cual Colombia comparte 2.220 kilómetros de fronteras porosas, llenas de problemas comerciales, plagadas de rutas clandestinas para el contrabando, tráfico de personas, drogas ilícitas y movilización sin retenes de grupos subversivos, que “tienen carácter de fuerza binacional, porque operan en ambos sentidos sin control alguno”. Una insurgencia que tiene en Venezuela su propio santuario y le sirve de guardia pretoriana al jayán vecino.

El gobierno colombiano no define su posición en forma clara frente al comprobado fraude electoral propiciado por Maduro. Ya se le agotó el argumento de no reconocerlo como presidente en tanto no se muestren las actas electorales. Petro se contenta con insistir en que las elecciones fueron un error, cuando él mismo fue partidario de que se hicieran. Maduro repite que el Consejo Electoral de su país lo validó y que eso es suficiente. El gobierno colombiano, dudando de la legitimidad de tal fallo, no se define. Y esas vacilaciones la han alejado de Brasil, que le tiró la puerta en las narices a Venezuela para impedirle entrar al club de los Brics.

Colombia sigue en silencio, acompañando al vecino con el apoyo que le dan Nicaragua y Cuba, para completar así tres tristes tigres que harían presencia en Caracas el 10 de enero, día en el cual se consumará no solo el fraude, sino el arbitrario raponazo a la democracia.

Dicen que la actitud del presidente colombiano se debe a que teme una pataleta del usurpador venezolano. Percibe que con unas Fuerzas Armadas debilitadas, difícilmente podría enfrentar cualquier locura del sátrapa vecino. Mantiene al país en una indefinición, dada su debilidad, que arrastra ante la perplejidad y el desconcierto continental. Se va quedando solo, mal acompañado, como consecuencia de ser Colombia una nación “sin conciencia geográfica, geopolítica y geoestratégica”.

P.D.: Resultó menos insensata la vicepresidenta Márquez que el presidente Petro. Y eso de por sí es algo insólito. Francia condenó el nombramiento del patán y misógino que Petro quería llevar a la embajada en Tailandia. ¿Cortocircuito en la loca Casa de Nariño?

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