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El clientelismo, adobado con el caciquismo y el gamonalato, anarquizó a los partidos. Perforó sus organizaciones de microempresas electorales que no solo se nutren de dineros ilícitos, sino de posiciones contradictorias como la que mostró Gaviria con su incongruencia.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
Con razón están desprestigiados los viejos partidos políticos colombianos. Sus dirigentes no salen del club de gamonales, de aquellos tan bien descritos por Álvarez Gardeazábal y Juan Rulfo en “El último gamonal” y “Pedro Páramo”, novelas en las que narran las astucias y trucos de quienes no tienen pudor para conseguir burocracia y contratos.
César Gaviria hace quince días presidió una Convención Liberal. Con su voz aflautada logró imponer orden con un discurso que convocaba al país a hacer un frente común para frustrar a Petro en su reelección en 2026, ya sea en cabeza propia o por candidato interpuesto. Combatió Gaviria su gestión, su irrespeto por los pesos y contrapesos del Estado, que forman la estabilidad y valor de una auténtica democracia. Condenó su talante provocador para no construir sobre lo construido, sino para destruir lo construido.
Cuando algunos esperanzados de que sus palabras fueran tan auténticas como veraces, vino un nuevo desencanto con el expresidente pereirano. Tuvo la oportunidad de mostrar su sinceridad como gran opositor al candidato auspiciado por Petro para la Corte Constitucional. Hubo ingenuos que apostaron que la orden a su partido sería la de apoyar públicamente al aspirante de los grupos que se oponían al del Pacto Histórico. Pero no ocurrió.
¿Auspició Gaviria privadamente la candidatura del hombre afecto al petrismo? Hay razones para creerlo, dada su confesa cercanía, tanto de él como de su hijo Simón, al personaje ganador. Lo que escribió con la mano y pregonó con su voz en la Convención Liberal lo borró con el codo. Era más rentable votar por el petrista que hacerlo por la candidata Dangond. Ahí comenzó a flaquear su convocatoria de acercar a los azules al frente común propuesto en su convención, en un momento de efervescencia y calor.
Petro para nada le agradeció a Gaviria el gesto de adhesión a su candidato a la Corte Constitucional. A los pocos días lo zarandeó. Lo acusó de haber hecho leyes, en su calidad de congresista, para favorecer a narcotraficantes. Así le pagaba el diablo a quien bien le servía. Así se sigue haciendo la política en Colombia. No con base en acuerdos programáticos, en propósitos nacionales de país, sino en rumores, traiciones, burocracia. Por eso no se ha podido formar un Estado real de derecho, sino un Estado ilusorio, andrajoso, lleno de rotos, porque se asienta en una democracia frágil en donde los poderes invisibles –que en Colombia son bien visibles– de la picardía, la corrupción, el compadrazgo, restan transparencia al poder a través de las máscaras que políticos profesionales se colocan para estafar al pueblo candoroso.
El clientelismo, adobado con el caciquismo y el gamonalato, anarquizó a los partidos. Perforó sus organizaciones de microempresas electorales que no solo se nutren de dineros ilícitos, sino de posiciones contradictorias como la que mostró Gaviria con su incongruencia. Es el clientelismo que, como camaleón, cambia de piel para adaptarse a las propias y personales circunstancias. Virus perverso que sigue iluminando a los partidos convertidos en “meras agencias de abordaje al presupuesto nacional”.
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