Cuando el mundo se empeñaba en imponer figuras estandarizadas y excluía a las bellezas distintas, una pareja de paisas quiso revolcar el mercado y darles espacio a esas compradoras que estaban ignoradas.
Cecilia Valencia Cano y Darío Arias Giraldo son los esposos que le dieron vida a Gorditas y Gorditos Sexy, una marca con uno de los gingle más pegajosos de Medellín: “Ven a Gorditas Sexy/ y ahora Gorditos Sexy también”, ¿lo recuerda?
Pese a que ya tenían un local de ropa, en el año 2000 inició su más exitoso emprendimiento y no fue fácil conseguir las prendas: ningún fabricante textil en Antioquia quería recibir los pedidos.
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Los talleres pensaban que las tallas grandes gastaban mucha tela y no era rentable confeccionarlas. Además, trataban de persuadir a Darío comentándole que solamente a él se le ocurría ofrecer un producto como ese.
Pero este emprendedor ya tenía mucha experiencia, siendo un adolescente salió de su casa e hizo carrera de comerciante en Bogotá, Barranquilla y Maicao; conocía los secretos logísticos del negocio.
Como ningún proveedor aceptaba el encargo, él convenció a Cecilia de viajar a Los Ángeles (EE. UU.) e importar las prendas. Al principio no se movía mucho la demanda, pero detectaron la falla: estaban mezclando ropa tradicional con el nuevo concepto y esos dos públicos no compartían el mismo espacio.
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Ensayo y error
Las mujeres de tallas grandes evitaban las tiendas comunes en cualquier ciudad del mundo; no se sentían bien en ellas, las asesoras y las otras clientas les lanzaban miradas prejuiciosas y las excluían.
Inclusive, Cecilia fue víctima de una situación como esa: “Toda la vida he sido ‘trocita’ y cuando entraba a un almacén lo primero que me decían era: ‘aquí no tenemos su talla’, eso lo hacía sentir muy mal a uno, la gente era imprudente”.
Después de ese análisis, Darío entendió que la tienda tenía que dedicarse exclusivamente a esas clientas; ya era hora de darles la oferta que tanto les había negado la industria.
El movimiento que hubo un Día de Madres les confirmó que iban en la ruta correcta y adaptaron el local, el boom fue innegable, tanto que terminaron ocupando todo el espacio que estaba dividido en seis locales, al frente de la Beneficencia de Antioquia.
Esta era una apuesta casi sin precedente, tanto así que no existían los maniquíes para exhibir las prendas. Cecilia contó que su esposo fue a la fábrica y les pidió a los encargados unos modelos más grandes, allá les dijeron que lo iban a intentar.
“Los mandamos a hacer con tres tonalidades diferentes para que la gente se sintiera incluida y cuando exhibimos los cuatro primeros, le cuento que esos maniquíes eran más fotografiados que cualquiera. Los niños pasaban y cantaban el gingle, a nosotros nos daba risa y hasta satisfacción”, comentó doña Ceci.
A partir de ahí, una de las reglas de oro consistió siempre en dar un trato exquisito a las visitantes y ellas lo retribuyeron con una fidelidad que pocas veces las marcas provocan en la gente.
Así llegaron más aperturas: la segunda fue en Bello, la tercera en el bulevar de Junín y así sucesivamente hasta completar 10 locales en un momento determinado.
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Reacción emotiva
Doña Ceci recuerda que en una ocasión, una clienta entró al vestidor y se estaba demorando mucho, la familia ya estaba intrigada.
Cuando fueron para chequear que todo estuviera bien, la chica estaba llorando, pero no de la tristeza, lloraba porque al fin había encontrado diseños atractivos en la talla que le quedaba perfecta.
“La gente lloraba de la felicidad porque nunca habían encontrado una talla grande, nosotros también nos conmovíamos porque una vez llegó una niña de 21 años que llevaba un año sin salir de la casa, es que no encontraba ropa, se tenía que poner la ropa del papá”, exclamó Cecilia.
Añadió que “era una satisfacción ofrecer esas tallas”, empezaron de la 14 a la 22 y a medida que fue creciendo la demanda llegaron hasta la talla 30.
El enfoque de la marca apuntaba no solo a ofrecer el tamaño adecuado, sino a conseguir prendas estilizadas para toda ocasión; cuando los textileros notaron que Darío nunca estuvo loco, que solo fue un visionario que se percató de lo que otros ignoraban, ahí sí le recibieron su solicitud.
Actualmente, tiene fabricantes que confeccionan solo para él y hasta le han llegado peticiones para abrir en otras ciudades, no obstante, nunca aceptaron expandirse en sociedad con otras personas.
Darío estuvo apunto de montar una tienda en Bogotá, pero tuvo una pesadilla: se veía cargando cajas y corriendo por todas partes, entonces desistió del plan; tiene casi 70 años y considera que ya remó muy duro, es momento de bajarle a la intensidad.
Ese es otro aspecto para resaltar de esta empresa, su cofundador transporta mercancía, la descarga, mueve pedidos, negocia directamente con los proveedores y lleva las cuentas en una agenda, no le gustan los computadores.
No tiene formación universitaria, pero dirigió la orquesta con el sentido común, ve a sus colaboradores como amigos y mencionó que por eso no funcionaron las cosas cuando contrató administradores externos; ellos pensaban mucho en las cifras y poco en la gente, “por eso nosotros mismos seguimos al frente”.
Doña Ceci no piensa ni por un instante en dejar la marca que posicionó desde hace años, pues fueron pioneros en su concepto, unos adelantados para su época.
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Hoy día en las grandes pasarelas del mundo desfilan modelos de tallas grandes, pero estos dos emprendedores paisas hace muchos años le mostraron a la industria que la belleza es diversa.
“Nosotros observamos que estas mujeres se han vuelto cada vez más atrevidas, se ponen lo que sea y se ven muy bien. Uno primero veía que en tallas grandes solo había blusón y camisa de cuadros tipo leñadora, nosotros nos hemos enfocado en desarrollar prendas muy atractivas y ellas se ven hermosas, yo las amo”, puntualizo doña Ceci.