El aire, esa mezcla de los gases oxígeno, nitrógeno y argón, de la cual dependen todos los seres vivos para no morir, también es considerado como una fuente de energía, así como lo son los combustibles fósiles, la electricidad y el viento.
Aunque es imposible de ver a simple vista, el aire está presente en nuestras vidas y no sólo al momento de respirar, también como eje central de un sinnúmero de sectores industriales que, a través de este, sustentan parte de su negocio. El sector automotor, la minería, salud, entre otros.
Pero ¿cómo llega el aire, que muchas veces ni se nota su peso, a generar la energía necesaria para taladrar rocas en una mina, o para mover una atracción de algún parque de diversiones o más aún para hacer operar un hospital? La respuesta es una sola: aire comprimido.
Someter el aire a una fuerte presión y luego almacenarlo hace que esta combinación de gases se convierta en un banco de energía lista para utilizarse y eso es precisamente lo que realiza Atlas Copco, una compañía sueca con más de 135 años de experiencia y que en 2017 facturó 3.627 millones de dólares.
Su mayor competencia es la alemana Kaeser Kompressoren, con 99 años de existencia.
Recorrer la planta de compresores de Atlas Copco en Amberes, Bélgica, es caminar entre tornillos hembras y machos que al unirse generan una gran presión y al mismo tiempo eliminan la humedad y filtran el aire para mejorar su calidad.
Pese a lo que uno supondría de una planta de fabricación de maquinaria pesada y liviana, el ruido es un elemento que no está presente. Técnicos e ingenieros realizan su trabajo milimétrico supervisados por elementos tecnológicos, pues un computador es el encargado de definir hasta la cantidad de giros que da una tuerca en algún tornillo.
Los equipos de Atlas Copco están en 180 países del mundo, los principales mercados son Europa y Estados Unidos, en este último el 50 % de los hospitales utilizan compresores de aire de la marca sueca.