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“Estos premios nos ponen la vara cada vez más alta”: Fernando Trujillo, el colombiano explorador del año según NatGeo

Este colombiano, que ha dedicado su vida a la conservación de las especies y los ecosistemas marinos fue recientemente reconocido por National Geographic como el Explorador del Año 2024.

  • Fernando Trujillo. Foto Cortesía: Amazonas Manaus.
    Fernando Trujillo. Foto Cortesía: Amazonas Manaus.
  • Fernando conoce el manejo que se debe dar a los delfines, hasta cómo moverlos de un lado a otro. FOTO Getty
    Fernando conoce el manejo que se debe dar a los delfines, hasta cómo moverlos de un lado a otro. FOTO Getty
24 de mayo de 2024
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Hace 38 años, cuando todavía era un estudiante de Biología Marina, Fernando Trujillo se fue para un acuario de Santa Marta con dos compañeros a vigilar los sonidos de los delfines, porque quería darle respuesta a un planteamiento bien particular que se le había metido en la cabeza: si los delfines no duermen porque su respiración es voluntaria y si quedan privados se ahogan, ¿será que cuando están aletargando tienen un sonido particular?

Así que después de varias grabaciones, empezaron a escuchar algo que hacía tac, tac, tac indefinidamente, y pensaron: “Nos ganamos el Premio Nobel de Ciencia, ¡descubrimos el sonidos que hacen los delfines cuando duermen”, recuerda entre risas. Hasta que pasó un pescador y cuando le contaron la anécdota pidió escuchar. Se puso los audífonos, alumbró con una linterna, y les volvió a decir: “Miren, miren a su delfín haciendo ruidos”, y era un camarón que siempre a las 2:00 de la mañana se ponía sobre el hidrófono, lo golpeaba y sonaba tac, tac, tac.

Y ese día comprendió algo que se volvió religión en su carrera: que el conocimiento local es indispensable para cualquier científico, sobre todo uno de la talla de él, que ha actuado (y lo sigue haciendo) como director científico de la Fundación Omacha, como miembro de la Iniciativa Delfines de Río de Suramérica (SARDI), como coordinador del Plan de Manejo para la Conservación de Delfines de Río y como uno de los responsables de la recientemente firmada Declaración Global sobre los Delfines de Río, cargos todos que le valieron el reconocimiento, como Explorador del Año 2024, por la National Geographic Society.

EL COLOMBIANO habló con él sobre lo que ha sido su carrera y sobre lo que representa este premio.

¿De dónde surgió esa fascinación suya por la vida marina?

“La verdad no sé. Desde pequeño siempre me he sentido muy inclinado por la naturaleza y creo que ese primer acercamiento lo hizo mi abuelo, que era una persona muy reservada, pero que viajaba mucho a la Orinoquía y llegaba siempre a contarme historias y a mostrarme objetos indígenas o cosas que llevaba de sus viajes, entonces eso fue despertando un gran interés en mí, y bueno, indudablemente los documentales de Cousteau y de Félix Rodríguez de la Fuente, lograron que cuando terminé el colegio me presentara a Biología Marina. Recuerdo que todos mis compañeros se presentaban a tres o cuatro carreras y universidades, y me decían: ¿Tú solo te vas a presentar a Biología Marina? ¿Y si no te sale? Y yo respondía: No, ¿cómo no me va a salir si es lo que yo quiero ser? Y sí pasé, estudié Biología Marina en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, con un enamoramiento completo por todo lo que hay lo acuático, lo marino y lo de agua dulce”.

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¿De ahí llegó específicamente a los delfines?

“Sí, me acuerdo que en el 86 Jorge Reinos y el capitán Ospina, que ya falleció, hicieron una expedición al Amazonas y trajeron unos delfines a Bogotá y yo me fui de una a verlos, ¿cómo es que trajeron unos delfines del Amazonas?, los tenían en la piscina de la Cruz Roja, esos animales finalmente se mueren, y yo quedé como muy enganchado con ellos, entonces le dije al capitán Navia: ¿Será que puedo ir a su acuario en vacaciones y trabajar gratis allá? Y me dijo que sí, así que estuve allá un mes con otros dos compañeros, grabando los sonidos de los delfines”.

Y, ¿cómo llegó al Amazonas, que es el lugar en donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera?

“Después de lo del acuario resulta que la Sociedad Mundial para la Protección Animal (WSPA), tenía unos recursos para hacer algo de investigación con delfines en el Amazonas, pero eran unos recursos que estaban perdiendo porque no había nadie interesado, y pues con otros dos compañeros dijimos: Nosotros lo hacemos, y terminamos en un avión de carga, sin saber nada de esa zona, sin siquiera un mapa, y llegamos a Leticia en el 87, mucho narcotráfico en ese momento, por lo que nos fuimos derecho a un pueblito que se llama Puerto Nariño, nos subimos a un barco que duró 10 horas, llegamos de noche y dijimos ¿Dónde nos metimos? ¿En el quinto infierno? ¿Quién sabe dónde estamos? Y a la mañana siguiente nos dimos cuenta de que era el pueblito más lindo que cualquiera se pueda imaginar.

Y ahí comenzó la historia, con la arrogancia de un joven universitario que creía saberlo todo, al que la vida le dio una lección y las comunidades indígenas le enseñaron todo. Empezaron por enseñarme cómo ver, cómo oír, cómo detectar a los animales, se turnaban para prestarnos una de las tres únicas embarcaciones que tenían, y como no teníamos mucho dinero ni siquiera para la comida, nos alimentaban. Fue un comienzo muy bonito, fue duro, pero fue muy bonito y yo, ahí, me quedé enamorado del Amazonas y quise dedicar toda mi vida y mi esfuerzo a esa región”.

Además del tema económico ¿por qué fue duro?

“Porque no les gustaban mucho los biólogos o los antropólogos. Un día yo les pregunté: Bueno, pero ¿por qué? Y ellos decían: Es que ustedes vienen, están dos semanas, luego desaparecen, y luego se vuelven los expertos en la Amazonía. Y en ese momento con 19 años recuerdo que pensé que no quería hacer eso, que quería quedarme, poder generar raíces con una comunidad y poder entender sus necesidades”.

¿Allá y en ese momento fue que lo empezaron a llamar Omacha?

“Sí, es que andábamos en la búsqueda de los delfines y con el tiempo los indígenas empezaron a llamarme Omacha y se reían. Yo decía: Pero yo no me llamo Omacha, yo me llamo Fernando. Y se reían y volvían a decir: Omacha. Y yo me imaginaba que era una mala palabra, que me habían puesto un apodo feo y un día les dije: Bueno, ¿en serio? ¿Ustedes por qué me dicen Omacha? ¿Qué significa eso? Y me contaron que ellos creían que yo era un delfín que se volvió gente para proteger a los delfines. Y me pareció súper bonito porque hay muchas historias de eso, de los delfines que se transforman en gente, generalmente para seducir mujeres, pero en este caso se volvió una metáfora para mí que hacía referencia al ponerme en la piel de un animal, de un ecosistema para hacer algo por su conservación”.

Y literal usted se convirtió en ese hombre que protege a los delfines, pero también a los ríos y por consiguiente a todas las formas de vida posible que tiene ese ecosistema...

“Sí, mi intención de proteger los delfines comenzó todo esto, una aproximación romántica, pero se volvió en algo diferente cuando me di cuenta de que si quería proteger a los delfines necesitaba proteger los ríos. Sin ríos saludables no va a haber gente saludable ni va a haber biodiversidad saludable. Digamos que los delfines son una parte de ese rompecabezas, pero otra parte son los humanos, otra parte son las pesquerías, otra parte son los bosques y tenemos que ponerlos en conjunto y hacer cosas que beneficien a todos sin sesgos. Y eso hace la diferencia, porque cuando te enfocas en una sola especie pierdes la óptica de la conservación. Es maravilloso que se enfoque uno en una especie, pero conectado con todo lo demás, con una visión muy holística, como la que tienen las comunidades indígenas”.

En ese momento en el que usted llegó al Amazonas, que era el año 87, ¿la literatura científica que había sobre el territorio y sobre los delfines de río qué tal era?

“No había prácticamente nada. Éramos muy poquitos los que estábamos en la Amazonía y en ese sitio en particular, en Puerto Nariño, no había nadie, no había ningún investigador y lo que me encontré allá fue una biodiversidad maravillosa, que había que estudiar. O sea, nosotros salíamos de noche, prendíamos una linterna y saltaban los peces dentro del bote, veíamos moverse en la superficie del agua a las rayas migrando o veíamos migraciones de mariposas de colores increíbles, veíamos nubes de colores sobre el río Amazonas, nubes de murciélagos a las 5:00 de la tarde. Era increíble”.

Han pasado 37 años, ¿desde entonces ha notado una disminución de especies?

“Sí, he notado el cambio de forma sustancial”.

¿Y ese cambio tiene que ver con qué? ¿Con acciones humanas? ¿Con los impactos del cambio climático?

“Yo creo que más recientemente sí, con el cambio climático, pero históricamente ha sido por las acciones humanas. Por ejemplo, por la sobrepesca, porque antes se lanzaba una red y a los 15 minutos ya se tenían 3, 4 bares gigantescos en esa red, mientras que hoy eso no pasa. O sea, peinaron todo el río y ya quedan pocos peces.

Hace 30 años me acuerdo que fuimos a una reunión convocada por la Embajada Británica que nos preguntaba que opinábamos la acuicultura (cultivo, crianza y cosecha de peces, mariscos, algas) en el Amazonas. Y muchos decíamos: Es un absurdo, porque el Amazonas es el río más grande del planeta y tiene más de 3.000 especies de peces, pero hoy en día decimos: Sí, hay que hacer acuicultura, y de hecho el Instituto SINCHI, está haciendo algunos pilotos de acuicultura”.

¿El tema de la contaminación de mercurio a causa de la minería ilegal y la deforestación también han tenido algo que ver con ese cambio?

“Sí, la minería ilegal de oro es un flagelo impresionante y eso no lo vamos a frenar. Lo que vale un kilo de oro es tres veces lo que vale un kilo de cocaína. Así que lo que tenemos que hacer es transferir tecnología limpia para que saquen el oro sin contaminar los ríos y sin envenenar a la gente. ¿Esto por qué es necesario? Porque ya hay especies que tienen contaminantes como el mercurio en su organismo, así que los indígenas que están consumiendo estos peces están contaminándose también.

Y en cuanto a la deforestación, bueno, hace 30 años los procesos de deforestación eran muy selectivos, eran como sacar los árboles de maderas finas, pero ahora es limpiar la selva, ¿no? Nuestra joya de la corona que es Chiribiquete y ya tiene 600 kilómetros de carreteras alrededor y de cultivos de coca dentro”.

Fernando, ¿cuándo o por qué decidió crear la Fundación Omacha?

“Resulta que estando en el Amazonas un día, un pescador me buscó y me dijo Mire, estaba pescando y me cayeron dos delfines en la malla, uno se murió y el otro está allá. Yo me fui a toda velocidad hacia el sitio que me señaló, un sitio remoto en la selva inundada, y era una hembra y su cría. La hembra había muerto y a la cría la habían amarrado por la cola a un árbol y para respirar esa cría tenía que balancearse sobre su cola y se fue cortando la cola. Yo corté con un machete la cuerda, me la llevé y la puse en la piscina de la hacienda abandonada de un narcotraficante, me metí en el agua con esa cría, la piscina estaba súper cochina, pero yo tenía que rehabilitar a este animal. Otro día me fui a verla súper temprano, y resulta que los niños de la zona pescaban pirañas y las echaban ahí, las echaban en la piscina, entonces por la noche estuvieron mordiendo a la cría en las heridas. La saqué y me la llevé al lago, la solté, había una familia de delfines que tenía otra cría, yo esperaba que se fuera con ellos, pero se murió.

En ese momento conté esta historia a nivel internacional y recibí una donación de 5.260 libras. Y con eso construí una estación biológica en ese mismo lugar. Al construir una estación biológica, mi primera intención fue dársela a la universidad, pero ellos me dijeron: No, a nosotros no nos interesa tener una sede en el Amazonas, así que me tocó a mí construirla y formar una organización para ese fin.

Me acuerdo que fui a Natura, a buscar a Matilde Escobar, que era la directora en esa época, y le pregunté: ¿Cómo se organiza una fundación? Ella me dio unos tips y ahí arrancó Omacha. Arrancamos en el Amazonas, después empezamos a trabajar en el Caribe y en la Orinoquía, que son nuestras tres áreas focales”.

¿Esa estación biológica aún existe?

“Pasó algo bien curioso. Esa estación la construí hace más de 30 años y ya estaba en muy malas condiciones, estaba a punto de caerse, y por ahí pasaron muchos, muchos estudiantes. Y un día dije: Bueno, si se tiene que caer, que se caiga, y ya cumpliremos un ciclo acá, con tan mala suerte, digo yo, entre comillas, que apareció Conservación Internacional y la Fundación Besos, y dijeron: No, no la vamos a dejar caer, volvámosla a reconstruir. Y entonces llevamos un año en la reconstrucción, la vamos a inaugurar ahora el 15 de julio, se llama Centro de Conservación Amazónica Omacha, y es un centro cuenta con piscinas de rehabilitación para quién las necesite... nos ha tocado rehabilitar varios manatíes y delfines a lo largo del tiempo, sobre todo crías, las rehabilitamos y luego las devolvemos a la vida silvestre”.

¿Y hay algo especial que estén planeando en ese Centro de Conservación Amazónica Omacha?

“Nos pusimos a pensar cuál sería la mejor forma de poder inaugurar ese centro, y más por esa conexión que tenemos con la gente, y conseguimos financiación, por tres años, para hacer un curso de capacitación en monitoreo de biodiversidad para indígenas, entonces vamos a tener profesores indígenas y profesores de diferentes países que vienen a esa capacitación”.

¿Cómo se puede garantizar que las especies estén protegidas?

“Ahí es donde entramos con planes de conservación que los tenemos en Colombia, los logramos impulsar en todos los demás países. Se me ocurrió hacer un plan de acción sudamericano, por ahí en el año 2008, lo organicé en Bolivia, que era el país que menos conocía a delfines. Ellos ni sabían que tenían delfines y cuando se enteraron que tenían una especie única, como no tienen acceso al mar, se sintieron súper orgullosos y lo nombraron como Patrimonio Nacional de Bolivia al delfín. Fueron los primeros que hicieron un plan nacional de conservación de los delfines, hemos ido a Perú, Ecuador, Venezuela, Colombia, Brasil y nosotros fuimos ayudando todo ese proceso”.

Y en ese mismo sentido, ¿en qué consiste el trabajo de conservación de una especie? ¿Qué incluye además, no sé, del estudio, de las investigaciones, del trabajo con la comunidad?

Primero, saber dónde está. Segundo, saber cuántos individuos de esa especie hay, tercero, conocer si están amenazadas o no. Pero para saber todo eso hay que estudiarlos, en este pueblito dónde venimos trabajando desde hace tanto tiempo, en 30 años, hicimos los análisis estadísticos hace poco, los delfines rosados han disminuido el 52%. O sea, hemos perdido la mitad de los delfines que había hace 30 años. Y de los grises, hemos perdido el 37%. Y eso en un sitio Ramsar, donde hay medidas de manejo, donde la gente está comprometida, porque en el resto de sitios las condiciones son muy complicadas.

Entonces, estudiar y conservar una especie implica sacrificio, implica esfuerzo, también la escala. Una cosa es saber cómo está la especie en un sitio chiquito, a saber, en toda la cuenca del Amazonas

Eso me llevó a que hiciéramos una alianza con muchas organizaciones y ya tengamos más de 80.000 kilómetros de ríos recorridos a través de una iniciativa que se llama SARDI, la Iniciativa Sudamericana de Delfines del Río, con socios en todos los países. Y luego viene el tema político”.

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Claro, porque luego vino el Plan de Conservación de Delfines de Río, que implicó a varios países de la región, ¿no?

“Sí, hoy en día tenemos un Plan de Conservación de Delfines de Río que reúne a los gobiernos de Colombia, Brasil, Ecuador y Perú, yo soy el coordinador de ese plan ante la Comisión Ballenera Internacional, y gracias a ese plan el año pasado se firmó la Declaración Global por los Delfines de Río en Sudamérica y en Asia, ya que el Gobierno y el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible organizaron un encuentro de 14 países, en donde 11 firmaron esa declaración, comprometiéndose por la conservación de estos animales y de estos ecosistemas.

Ahí se nota cómo se entreteje desde lo local, desde el mito del delfín, por ejemplo, acuerdos de pesca con los pescadores, turismo, naturaleza, donde los delfines son parte de la atracción y mueven la economía local a planes de manejo nacionales e internacionales. Es decir, los delfines se han convertido en una excusa para conservar los ríos”.

¿Esa declaración incluye recursos e investigación?

“Sí, en ella se plantearon ocho pilares para poder mover las cosas y yo tengo que ser honesto, las cosas no se van a mover solas, nos toca desde la sociedad civil apoyar a los gobiernos, a mover esos compromisos, a poderlos llevar a un buen término. Nos toca comenzar a ser estratégicos, pero pues ahí vamos a estar, no solo yo, sino muchas otras personas y organizaciones moviendo esto”.

Precisamente todos estos esfuerzos le merecieron el premio Explorador del Año de National Geographic 2024. ¿La noticia lo tomó por sorpresa?

“Sí, creo que fue por ese desarrollo a todas esas escalas, a todos esos niveles que National Geographic decide que este año yo sea el explorador del año, y yo no me lo esperaba realmente, porque lo que pasa es que ellos se reúnen, miran las trayectorias de diferentes personas y dicen: No, tal persona ha hecho algo increíble y se merece esta distinción, por ahí ha pasado gente increíble y para mí es un honor recibirlo, soy el primer latino a que se lo otorgan, entonces la comunidad latina está muy contenta por eso, porque es un reconocimiento también para los latinos, aunque es un premio que viene con una gran responsabilidad”.

¿Entonces siente presión al respecto?

“Sí, claro, y además estas cosas llegan cuando tienen que llegar. A lo largo de mi vida he tenido momentos en que estoy a punto de tirar la toalla, y me acuerdo uno de ellos fue como en el 2006, que yo sentía que no había apoyo, que las cosas no se conseguían, y de pronto me dicen: Oiga, lo hemos considerado como candidato para el Premio Whitley Gold, que es como el premio Nobel de la conservación. Y terminé yendo a Londres, éramos 10 finalistas, y al final gano yo el premio, y eso me dio un impulso enorme para continuar.

Entonces hay momentos en la carrera de científico o de una ONG donde realmente uno siente que ya no tiene energía, que ya está a punto de tirar la toalla, un momento en el que uno se siente pesimista, en que uno siente que por más que le meta el cuerpo a esto, el resultado no va a ser el que se quiere, pero estos reconocimientos nos permiten decir: Listo, si no lo vamos a lograr, muramos luchando. Hay que hablar todo hasta el último momento, y eso es el compromiso, hablar hasta el último momento”.

Fernando conoce el manejo que se debe dar a los delfines, hasta cómo moverlos de un lado a otro. FOTO Getty
Fernando conoce el manejo que se debe dar a los delfines, hasta cómo moverlos de un lado a otro. FOTO Getty

Fernando, ¿qué se viene ahora para usted? Después de haber recibido este premio, ¿en qué proyectos está metido? ¿Qué le espera a la Fundación Omacha?

“Tenemos un gran compromiso. Ahorita arrancamos con esa nueva sede en el Amazonas desde la que seguiremos buscando soluciones para la Amazonía y para poderla subir de escala. Entonces vamos a seguir trabajando en sitios Ramsar, en humedales de interés e importancia internacional. Vamos a trabajar con pesquerías, con alternativas económicas para las comunidades indígenas, y vamos a seguir trabajando con los gobiernos para buscar soluciones que sean efectivas. Ahora lo que viene es seguir arremangándonos la camisa y seguir trabajando con mucha fuerza. Eso es lo que tenemos que hacer. Estos premios nos ponen la vara cada vez más alta y tenemos que ser consistentes”.

Y una última cosa, ahora que viene la COP16, ¿hay esperanzas para la conservación de las especies marinas gracias a que este evento se va a realizar en Cali?

“Yo creo que es algo muy importante para el país, pero yo sí quisiera que no se convierta la COP en una gran feria donde se venden muchos tamales y muchas empanadas y ya, no quiero que pase y que después no nos quede nada. Tenemos que conectar a los colombianos con la biodiversidad y la conexión se hace no con cifras, sino con historias. Con historias detrás de la biodiversidad, con compromisos detrás de la biodiversidad.

Así que tenemos que plantearnos cosas tan centrales como lo siguiente: a veces decimos que por qué una comunidad tiene una práctica ancestral hay que respetarla y dejarla suceder, cómo lo que sucede con los tiburones, pero también hay que reconocer que no todas las prácticas ancestrales son sostenibles y son buenas. Ancestralmente uno podría decir que a nuestros abuelos los educaban a punta de regla, de coscorrones, de maltratos, y porque a nuestros abuelos los educaban así, ¿nosotros tenemos que educar a nuestros hijos y a nuestros nietos así? No, tenemos que tener la capacidad como sociedad de cuestionarnos qué cosas están bien y qué cosas están mal. No podemos extinguir especies a costa de que ‘era una práctica ancestral’, eso es lo mismo que justificar que los países balleneros sigan comiendo ballenas cuando realmente no tienen la necesidad de cazarlas.

Es una comparación que hago para que simplemente reflexionemos, o sea, la COP16 tiene que permitir una ampliación en el nivel de conciencia de los colombianos con relación a lo que implica la conservación de la biodiversidad, más allá de llenarnos la boca diciendo que somos el segundo país más biodiverso del mundo”.

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