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Águila real de montaña: otra guardiana del cielo que se encuentra en peligro de extinción

También conocida como águila crestada, la Spizaetus isidori, es la tercera ave rapaz más grande de Colombia.

  • Una Spizaetus isidori, también conocida como águila real de montaña o águila crestada, volando en el bosque altoandino colombiano. Foto: Luis Felipe Quintero.
    Una Spizaetus isidori, también conocida como águila real de montaña o águila crestada, volando en el bosque altoandino colombiano. Foto: Luis Felipe Quintero.
  • Águila real de montaña: otra guardiana del cielo que se encuentra en peligro de extinción
  • Ejemplares juveniles de Spizaetus isidori. Fotos: Gilder González.
    Ejemplares juveniles de Spizaetus isidori. Fotos: Gilder González.
  • Águila real de montaña: otra guardiana del cielo que se encuentra en peligro de extinción
  • Ejemplares adultos de Spizaetus isidori Foto: Luis Felipe Quintero.
    Ejemplares adultos de Spizaetus isidori Foto: Luis Felipe Quintero.
21 de agosto de 2023
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En Colombia, al parecer, no quedan más de 100 parejas de águilas reales de montaña o águilas crestadas, una especie que le responde al nombre científico Spizaetus isidori, y que está en peligro de extinción a nivel mundial, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), ya que se estima que en la actualidad existen menos de 1.000 ejemplares a lo largo de los Andes, desde el noreste de Colombia hasta el norte de Argentina, que es el territorio que habitan.

Una cifra a todas luces devastadora que, como puede leerse en el diario estudiantil Pesquisa Javeriana, años atrás llevó a Juan Sebastián Restrepo Cardona, magíster en conservación y uso de biodiversidad de la Universidad Javeriana, a sacar adelante un proyecto de investigación que consistió en identificar la ubicación de algunos nidos y monitorear las presas con las que fueron alimentados los polluelos de esta especie durante su crianza, con el fin de cruzar esa información con los cambios de paisaje de la región, puesto que por la deforestación y la ampliación de la frontera agrícola, la especie perdió el 60,6% de su hábitat original en el país, y ha visto una reducción de más del 30% de su población en tres generaciones.

De ahí, que en 2019 los datos encontrados fueron publicados en la revista Tropical Conservation Science, en el artículo Deforestation may trigger Black-and-chestnut Eagle predation on domestic fowl, donde queda claro que “si bien los mamíferos arbóreos como perros de monte, micos, monos y zarigüeyas, las aves y en ocasiones los reptiles son fundamentales en su dieta, la reducción del bosque es un factor que lleva a esta águila a depredar una notable proporción de aves domésticas, especialmente gallinas”.

Pero esa conclusión, aunque se lea sencilla, implica un proceso más complejo que empieza en el periodo de gestación de un nuevo ejemplar, descrito así por Ana María Morales Canizalez, una bióloga de vida silvestre egresada de la Arkansas Tech University, que hoy actúa como bióloga cetrera en la Fundación Águila de los Andes, y como investigadora del convenio del Bioparque Ukumarí con la misma fundación para el estudio del águila real de montaña en el departamento de Risaralda.

Águila real de montaña: otra guardiana del cielo que se encuentra en peligro de extinción
Ejemplares juveniles de <i>Spizaetus isidori.</i> Fotos: Gilder González.
Ejemplares juveniles de Spizaetus isidori. Fotos: Gilder González.

Los Spizaetus isidori son animales que ponen un huevo cada año, cada año y medio o cada dos años, depende de los lugares y del clima en el que se encuentren, aunque todavía no se ha estudiado esto a profundidad. Durante esos días la hembra es la que lo incuba, se le ve salir a comer y a estirarse pero finalmente es ella la que se encarga de ese proceso, mientras que el macho se encarga de cazar y proveer la comida de ambos.

Más o menos a los 50 días de haber sido puesto, el huevo eclosiona, y en ese momento empieza otro proceso de termorregulación brindado por la madre, hasta que el polluelo deja de depender de su calor para sobrevivir y empieza a valerse por sí mismo, es decir, dura hasta que este empieza a caminar, a saltar y sus plumas están casi del todo desarrolladas.

Ahí la madre sale un poco más, mientras el macho sigue cazando y proporcionando la comida para los tres, lo cual sucede hasta que el polluelo está tan grande como para quedarse solo en el nido por periodos de tiempo largos, que es cuando la hembra se ausenta más y aporta presas a la dieta, pero una vez este ciclo se supera, llega el tiempo del vuelo para el ave primeriza, que tras ramear a una altura de, más o menos, 200 metros, empieza a abrir sus alas y a emprender vuelos cortos.

Es decir, en ese momento el polluelo se la pasa visitando los árboles vecinos y si alguien pudiera verlos y detallarlos en medio de los bosques densos altoandinos en los que viven, vería que su vientre, su pecho y su garganta son de color blanco, mientras que leves pizcas de tonos crema aparecen difuminados a la altura de su cuello, y mientras que una línea de plumas negras bordea su dorso y sus alas en las márgenes. Es entonces cuando los padres le dejan comida en lugares más alejados del nido, hasta que, finalmente llega la expulsión del territorio, la emancipación, la búsqueda de un nuevo sitio para él, a tan solo 10 meses de su existencia.

Y aquí es cuando esos animales son más vulnerables, porque en esa etapa de sus vidas es cuando son más curiosos y es cuando están aprendiendo a cazar, es decir, no son duchos en el tema y pueden consumir gallinas, que es lo que encuentran, moviéndose de territorio a territorio en partes fragmentadas de los bosques, y que es su principal amenaza aunque no la única y aunque todas estén estrechamente relacionadas.

¿Por qué? “Porque la fragmentación de los bosques y la ampliación de la frontera agrícola conlleva a que los colonos lleguen al territorio con animales domésticos, y a mayor fragmentación, a mayor ampliación de la frontera agrícola, las chances de que las Spizaetus isidori entren en contacto con esas poblaciones humanas son mucho más grandes, y ahí empiezan a llevar del bulto porque como son depredadores, empiezan a depredar pavos, gallinas, perros, gatos, y se convierten en una amenaza para esos animales domésticos y por ende para las comunidades que habitan con ellos”, explica Ana María.

Por eso, cuando Juan Sebastián encontró evidencia científica que le ayudó a soportar el hecho de que la deforestación es una de las razones por las que el águila real de montaña depreda gallinas, también se preguntó qué tan importante era esa depredación para la especie, encontrándose que entre 1943 y 2019 se presentaron 81 casos de águilas que murieron, 47 en los que recibieron disparos, 16 en los que fueron capturadas (tres para ser traficadas) y dos en los que se electrocutaron con líneas eléctricas de alta tensión.

“La persecución de la Spizaetus isidori es, de hecho, una causa importante de mortalidad y debe ser un tema de conservación nacional, ya que el 60% de los casos ocurren como represalia o en un esfuerzo por prevenir la depredación de gallinas”, concluyó el investigador en el artículo Human-raptor conflict in rural settlements of Colombia que escribió al lado de un grupo robusto de investigadores y que se publicó en la revista Plos one.

Águila real de montaña: otra guardiana del cielo que se encuentra en peligro de extinción
Ejemplares adultos de <i>Spizaetus isidori</i> Foto: Luis Felipe Quintero.
Ejemplares adultos de Spizaetus isidori Foto: Luis Felipe Quintero.

Pero esto, como decía Ana María, es un poco más común en los ejemplares juveniles, que como tienen tan poca experiencia, llegan a una finca, no tienen miedo del humano, se quedan cerca, no huyen y le dan tiempo al campesino para disparar.

Los adultos en cambio, “pueden que nos tengan un poco más de respeto”. Son distintos y no solo en sus comportamientos, sino también en su apariencia física: cuando llega a su edad madura, esta águila que fue descrita en 1875 por el naturalista Marc Des Murs y que es considerada la tercera más grande de Colombia, cambia de color: su dorso, sus alas y su cabeza se vuelven por completo negros, al igual que el penacho de plumas que sobresale sobre su cabeza a modo de cresta.

“Dorsalmente, la cola presenta una banda gris en su base y negra en su ápice, mientras que la superficie ventral conserva la misma banda negra en la punta, pero el resto de la superficie es de color blanco. Los tarsos y muslos son recubiertos de plumas color marrón, y el vientre, el pecho y la garganta son del mismo color aunque con moteados negros”, cuentan en el blog Bioexploradores Farallones.

Sin embargo, y sin importar su edad, son víctimas de una gran cantidad de mitos y de falsas creencias, que han hecho que su significado dentro de los ecosistemas, parezca nulo ante la sociedad: si llega a extinguirse lo más probable, comenta Álex Ospina, director y fundador de la Fundación Águilas de los Andes, es que muchos de los mamíferos, las aves o incluso los pequeños reptiles que consumen se convertirán en plagas, y por ende, se pierda el balance de los bosques altoandinos, ya que al desaparecer, desaparecen también otras especies de fauna y de flora que existen y que son vitales en su mismo hábitat.

Así que conservarlos es una obligación de carácter social en la que el Estado y las autoridades ambientales deberían unir esfuerzos, sobre todo porque hasta hoy es poco o “casi nulo” lo que han hecho al respecto, incluso a sabiendas de que es indispensable “mantener e incrementar su hábitat, aumentar las poblaciones de mamíferos arbóreos que ejercen el rol de presas, reducir la exposición de aves domésticas con el uso de corrales adecuados y otorgar otorgar compensaciones económicas a los campesinos al sufrir la pérdida de gallinas por ataques del águila”, que son algunas recomendaciones de Julián en sus estudios.

Y sobre las cuales Álex y Ana María comparten la idea y amplían la perspectiva. Álex considera que se necesita hacer énfasis y un trabajo importante, arduo y constante de educación y concientización con las comunidades locales, con el fin de que esa educación sea la base de la conservación.

Y Ana María añade que desde la ciudad también se puede, primero, aportar recursos a los científicos que en la actualidad están investigando sobre el tema, porque la investigación es muy costosa y en la mayoría de los casos se frustra por la falta de recursos; segundo, conocer los proyectos que se están haciendo alrededor de, darlos a conocer, involucrarse con ellos de manera comunicativa, volverlos temas de conversación; y tercero tiene que ver con que “muchas de las personas que antes tenían problemas con el águila real de montaña están cambiando su manera de pensar porque se están dando cuenta que el turismo puede ser algo bueno para ellos, entonces ir a visitar esos lugares, ir a visitar esas comunidades, comprarle sus cosas, eso también puede hacer la diferencia”, concluye.

¿Qué es la fundación Águila de los Andes?

Es una organización sin ánimo de lucro dedicada a la conservación de las aves rapaces que por más de 20 años ha trabajado en la rehabilitación de aves rapaces víctimas del tráfico ilegal, la cacería o que han sufrido otros accidentes, a través de la técnica milenaria de la cetrería que practican en su Centro de Rehabilitación de Aves Rapaces de San Isidro.

Además, trabajan en la educación ambiental y en la investigación biológica sobre el tema, convirtiéndose en un referente y en la única de su tipo en Colombia.

“Muchas de nuestras especies de aves rapaces se encuentran amenazadas y es poco lo que sabemos sobre ellas. Con la investigación aprenderemos sobre sus requerimientos ecológicos y con ellos podremos desarrollar estrategias de conservación coherentes con las necesidades de las especies, el medio ambiente y las comunidades cercanas”, cuenta Álex Ospina, su director.

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