Desde el puente se ve el valle, que en realidad es una pendiente, un cráter, un hueco enorme, profundísimo. Y no resulta difícil imaginar cómo era todo en un comienzo, como dice el relato. Abajo, la ciudad que va creciendo y comienza a subir la montaña, poco a poco, de manera muy tenaz; los potreros que se van convirtiendo en urbanizaciones, cambiando de nombre; luego la violencia, la ley del más fuerte, y el miedo atroz; pero también la música, el tango alegre o melancólico en las cantinas.
Esa historia, que comenzó hace un siglo, la cuenta el puente Bicentenario, que une a Santo Domingo Savio con Granizal. Pero si un puente es una estructura inerte, útil, sí, pero sin vida, cómo puede hacer tal cosa. Quizá esta sea la excepción. Hace una semana, el colectivo Graffitiart le dio un nuevo significado. Con 80 galones de pintura, y en nueve días, lo transformaron, lo convirtieron en otro.
José Monroy estuvo al frente de ese trabajo. Lo que querían, contó, era hacer un pequeño relato, vívido, de la historia de la comuna nororiental, que comenzó hace exactamente un siglo. Cien años han pasado desde que se urbanizó Aranjuez, por allá en la década del 20, y le siguió Manrique. Por eso, el puente retrata a un burro. ¿Suena extraño? José explicó que es la representación de tiempos que parecen remotos, cuando las familias, llegadas a la ciudad, subían en burro a las partes altas de la montaña, por caminos sinuosos y empantanados, para levantar sus casas.
En el puente también se ven las casas de “arquitectura criolla”, es decir, las viviendas de uno o dos pisos de ladrillos sin revocar y techos de zinc, de puertas metálicas y escaleras empinadas. Otra parte de la obra está dedicada al tango, la música por excelencia de Manrique durante el siglo pasado.
En El cielo que perdimos, la novela de Juan José Hoyos, hay un bello pasaje sobre el alma tanguera de Manrique. Cuenta el narrador que en el Palacio de Exposiciones iban a quemar, a manera de performance artístico, una estatua gigante de Carlos Gardel. Antes de que eso pasara, continúa el narrador, una horda enfurecida baja en varios buses desde Manrique para evitar tal profanación contra el ídolo. Pero, por más indignación, tuvieron que ver la imagen del cantante en llamas, desmoronándose, para luego, con el semblante sombrío, volver a Manrique.
Volviendo al puente, Monroy comentó que fue un reto para su equipo, pues no era fácil condensar la historia de la nororiental: “Nosotros somos del Doce de Octubre y vemos a la nororiental como un referente en temas de apropiación del espacio y en liderazgos comunitarios. La idea del mural era que se viera desde el metrocable como un referente”.
La nororiental
Lo que la gente llama la nororiental es en realidad la suma de las comunas 1 (Popular), 2 (Santa Cruz), 3 (Manrique) y 4 (Aranjuez). En 1923 se inauguró la línea Manrique del tranvía, pero el sector se había poblado desde unos años antes. En 1916, Manuel J. Álvarez compró lo terrenos que se convertirían en el barrio Pérez Triana, en Aranjuez. Un año después se comenzó la urbanización del barrio Berlín y los lotes se vendieron baratos con la intención de ofrecer vivienda a obreros y artesanos.
En 1931 se inició la construcción de la iglesia de Manrique, bautizada como el Señor de las Misericordias, de estilo neogótico. Las fincas en que pastaba el ganado se convirtieron en extensos barrios obreros.
Pero la historia de los barrios de la parte alta, como Santo Domingo, es diferente, y comenzó a mediados o en la segunda mitad del siglo. El puente tiene un complemento y es el Museo Urbano de Memorias, una iniciativa del colectivo Trash Art. En una semana estará lista una galería inédita que cuenta la historia de los 21 barrios de la comuna 1.
David Ocampo es el líder de ese proyecto y explicó que los murales son el resultado de una investigación sobre el barrio. Para recoger la historia de los recovecos de Santo Domingo y sus aledaños, entrevistaron a 2.000 personas, la mayoría ya ancianos, para que contaran cómo habían fundado los vecindarios, levantado la primera iglesia, la primera escuela.
En la investigación recogieron datos importantes, y algunos pintorescos. Por ejemplo, que el barrio Santa Cecilia no se llama así por la santa, sino por la hija de uno de los fundadores. David lo cuenta mejor: “Estas personas deciden bautizar a su hija Cecilia, en honor a la santa. La gente conoce la historia y comienza a llamar así al barrio”.
También hay una cuadra a la que todos conocen como Los Sanducheros. En la investigación se dieron cuenta que el nombre viene de un grupo armado que delinquió allí en los años 90. “Tenemos nombres que, como este, provienen de la guerra, del dolor, y eso hace parte de estos barrios”, comentó David.
El proyecto se enmarca en los 100 años de la nororiental, pero también incluye otras galerías que cuentan historias de otros barrios y otros países. La idea del colectivo Trash Art es que este año se pueda ofrecer un recorrido digital, escaneando un código QR, para que el visitante pueda interactuar con la historia y responder trivias, pero están buscando un patrocinador que los impulse.
En un siglo pasan muchas cosas, y la nororiental es una prueba de eso.