Por la unidad de cuidados intensivos de la Cliníca Medellín, en el occidente de la ciudad, se ve pasar una “motica de algodón” que con sus pasitos cortos alegra a todos los que se cruza. La particular presencia llega a la habitación número 9. Allí se topa con don Rubén Ramírez, un paciente que no esperaba una visita tan curiosa.
Pero Simba no viene solo, junto a él está Alahia, una perrita Terrier escocés con una historia muy particular. Ellas hacen parte del programa de terapia asistida con animales que hoy acompañarán a un sorprendido don Rubén en su proceso de recuperación.
En el espacio de cerca de media hora, mientras Alahia se hace en el regazo del hombre reconfortándolo, Simba lo motiva a realizar ejercicios físicos y de memoria. El hombre luce contento y tranquilo mientras está en compañía de los animales, incluso su estado anímico mejora y de a poco sus palabras suenan más sueltas, más optimistas y en sus labios se dibuja una sonrisa.
La terapia asistida con animales es una intervención terapéutica planificada y definida que poco a poco cobra auge en los centros médicos de la ciudad. Esta es conducida por distintos profesionales como psicólogos, médicos especialistas, etólogos y médicos veterinarios que goza de todo el carácter científico y que está diseñada para mejorar el progreso de los pacientes durante su estancia en un centro médico.
Lea también: ¡Qué hermosura! Dos perritos se jubilaron del aeropuerto El Dorado y su despedida se vuelve viral; una familia los adoptó
Según explicó con Jorge Henao Montoya, gerente director médico de la Clínica Medellín, este programa comenzó a estructurarse en la Clínica Medellín unos días antes de pandemia y sus resultados son incuestionables.
“Los perritos primero venían para su entrenamiento en el ambiente hospitalario para que se fueran adaptando a los olores y sonidos que acá sienten. Ya en pandemia, comenzamos a traerlos para generar un bienestar psicológico en los empleados durante ese tiempo tan duro. Luego, al analizar el protocolo de manejo de las mascotas, nos dimos cuenta que podríamos incluso tenerlos aquí con los pacientes de otras enfermedades diferentes al covid. Fue así como estas mascotas se volvieron una alternativa importante para que los pacientes soportaran el aislamiento en ese tiempo de visitas restringidas”, apuntó Henao.
Según el gerente, ese experimento se volvió en un programa permanente conocido como WOOF que se realiza toda las semanas en los servicios de Cuidados Intensivos, Hospitalización y Oncología de la Clínica Medellín. “Empezamos en la unidad de Oncología porque allí los paciente pasan largas jornadas. Notamos que en ese tiempo podían hacerse muchas cosas, entre ellas el acompañamiento con estos animales que es bien importante”, explicó
Nombres como Choco, Lulú, Nico, Perla, Tambor, Rubi y Venecia al interior de la Clínica Medellín son los de todas unas celebridades de cuatro patas y los protagonistas de esta historia.
Ellos, junto a Simba, Alahia y sus guías, hacen parte la Fundación Instintos, el aliado de la clínica para las terapias del programa WOOF dada su experiencia en el tema. La Fundación tiene como fin enfilar sus esfuerzos con los animalitos en proyectos de intervención social que promueven el bienestar animal, la conservación del medioambiente y el vínculo del ser humano con el entorno.
De acuerdo con Sara Jaramillo Gallego, médica veterinaria y directora de la Fundación Instintos, aunque los perros que participan de las terapias tienen personalidades diferentes, todos tienen algo en común: el gusto por el contacto con personas desconocidas y una particular voluntad de ayudar a su modo pese a sus duras historias de vida.
“Una de las cosas más bonitas del programa es que estos son o perros rescatados, o que vienen de albergues porque son 'perros invisibles' porque no los quieren adoptar, o que por algún motivo han sido abandonados, o que incluso han sido considerados 'perros descarte'”, señaló Jaramillo.
Cabe resaltar que el programa no se realiza con cualquier mascota. De hecho, tras ser rescatados, los animales pasan un filtro donde se determina su capacidad para las terapias. Posteriormente empiezan un adiestramiento de cerca de un año y medio durante el que se les enseñan trucos y comandos que les permiten participar de las terapias de los pacientes. “Aunque el proceso de entrenar perros para entornos hospitalarios es algo que es de ‘toda la vida’”, remarcó.
Según Sara, las terapias benefician tanto a los pacientes como a los tiernos y serenos animalitos, pues al hacerlo casi a diario, recuerdan mejor los comandos entrenados y así mismo sus niveles de ansiedad y estrés se reducen.
“Los pacientes como que se olvidan del dolor, no se sienten solos ni tristes, no hablan de la enfermedad, y solo recuerdan cosas bonitas. Además que, gracias a la terapia ven a los animales con más empatía. Mientras que los perros quedan más tranquilos gracias a la estabilidad mental que les genera el entrenamiento, además se amplía la opción de que los que no tengan hogar puedan tener chance de hallar uno y los que se quedan con nosotros dejan de ser vistos con lástima y ya son mirados con respeto por lo que hacen”, añadió.
Lo que dice Jaramillo lo ratifica doña María Aguirre, la esposa de don Rubén, luego de la terapia.
“Yo dije: 'Ve, porqué traerían perros y todo eso' porque era primera vez que nos tocaba. Pero fue una terapia hermosa y él estaba feliz. A él ahí mismo se le notó el cambio, lo veo mas contento en comparación de ayer que estaba como 'achicopalado'. Me encantó. Fue una experiencia muy bonita”, apuntó la mujer.
En el equipo de WOOF también hay voluntarios, como lo son Alahia y su guía Andrés Orozco. Según contó Andrés, la raza de Alahia es muy apetecida por sus particulares y diminutas patas. Sin embargo, como Alahia nació con sus patas un poco más alargadas fue descartada por sus criadores.
“Mi esposa adoptó a Alahia. Una etóloga cercana se dio cuenta de que ella tenía el don de servicio y de querer interactuar con las personas, por lo que nos recomendó asistir a Instintos. A ella le hicieron toda la evaluación el programa y pasó con honores el proceso. El caso es que quien la iba a guiar era mi esposa, pero yo como soy trabajador independiente comencé a llevarla a sus entrenamientos y a estar más pendiente porque como tutores debemos replicar lo aprendido con constancia. Estando en esas me gustó tanto el cuento que me metí de lleno y ya llevamos dos años en el voluntariado”, añadió.
Orozco agregó que ve que Alahia es feliz durante su labor. “La idea es que el animal se sienta bien porque el bienestar de ellos es invaluable. Es ver que ella disfruta y no piensa en esto como un trabajo. Además, ver la alegría de los pacientes que agradecen el espacio, es algo que siento que nos llena mucho”, apuntó.
Ahora el turno de brillar es para el travieso Tambor y para la serena Venecia, que por ser más “grandecitos” son destinados a la sala de Oncología. Allí apenas llegan transforman el espacio. Algunos pacientes los reconocen y los saludan con efusivas caricias y palmaditas en sus cabezas y lomos mientras les preguntan donde habían estado. Así mismo, los que por primera vez interactúan con ellos se sorprenden de como estos “dogtores” de cuatro patas convierten con sus gracias y su energía un espacio que puede resultar lúgubre.
“Las estadísticas de evaluación son muy buenas, la mayoría de pacientes hacen comentarios muy buenos sobre el programa. Incluso algo tan básico pero tan importante como la aptitud de los pacientes ante el personal y el tratamiento mejora cuando reciben esta terapia Los pacientes se enamoran de las mascotas y ellas se vuelven un aliciente para su estadía en el hospital que en circunstancias normales sería más dura”, apuntó el gerente quien también complementó que esta terapia se podría aplicar en otros espacios de ciudad, como los hogares gerontológicos, donde también se requiere el amor de estos bellos animales.