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“La placenta es el órgano del territorio”: el obrar de las parteras del Valle de Aburrá

13 parteras integran el colectivo que ha preservado un saber ancestral con la vida, la salud y el territorio.

  • Marisol Pineda, del Colectivo de Parteras del Valle de Aburrá, es partera en Santa Elena y aprendió esta labor de su bisabuela. FOTOS Manuel Saldarriaga Quintero
    Marisol Pineda, del Colectivo de Parteras del Valle de Aburrá, es partera en Santa Elena y aprendió esta labor de su bisabuela. FOTOS Manuel Saldarriaga Quintero
  • Manuela García, con 40 semanas de embarazo. FOTO Manuel Saldarriaga Quintero
    Manuela García, con 40 semanas de embarazo. FOTO Manuel Saldarriaga Quintero
09 de febrero de 2025
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“La placenta es el órgano del territorio”. Se gesta en la calidez de un abdomen abultado y prominente, que termina en punta con un ombligo. Como si la naturaleza se pusiera de acuerdo con la madre, su cuerpo se vuelve tierra fértil, llenando desde las raíces la placenta de nutrientes, sangre, música, tristeza, euforia o tranquilidad, y el bebé indica con un par de patadas cuál está sintiendo su madre.

El cordón umbilical deja de latir y con el alumbramiento de la placenta el bebé abre los ojos a su nuevo territorio.

“Después del parto, sembramos la placenta muy cerca de donde la tuvimos y la regresamos a la tierra”, cuenta Manuela García, embarazada de cuarenta semanas a Marisol Pineda, su partera.

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La conversación entre Manuela y Marisol se alarga. Están en la casa de Manuela, en Santa Elena, donde ahora radica junto a su esposo, suegra e hija Amaru.

Desde Perú emprendieron el viaje “guiados por un vientre gestante” que de manera incontrolable le decía a Manuela que quería nacer aquí. Con un equipaje pesado y Manuela cargando un peso que vale por dos, se quedaron a vivir en una casa donde Marisol la visita con frecuencia para su acompañamiento como partera.

La idea de que el cuerpo de la mujer es un territorio sagrado es la premisa que guía el trabajo de este colectivo de parteras. “El trabajo de la partera no es acompañar el nacimiento y ya, yo hago un acompañamiento para reconocer a ese bebé”, explica Marisol.

Ella tiene varios encuentros y comunicación constante para que la madre y el padre le cuenten cómo se van sintiendo. “A través de ellos yo conozco ese ser que se está gestando y al yo ir recorriendo la historia de esa familia, voy reconociendo a ese bebé que va a nacer”.

Allí Marisol, cuenta, identifica qué necesita el bebé para nacer y cómo se siente la madre, si la apoya desde lo terapéutico con masajes, plantas, vapores, baños o acupuntura. E incluso si la apoya con un rezo en una cascada, a la tierra, el agua o con un sahumerio.

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Y Manuela confía en la decisión diaria de la partera que eligió. “No es que mi parto va a salir bien por la partera, sino porque la partera tiene la capacidad de conectarme a mí con mi propio poder”.

Manuela describe el apoyo de Marisol como el de una mano que agarra con dulzura y aporta determinación y conocimiento.

Manuela se acuesta sobre la camilla, Marisol se embadurna las manos con aceite de ajonjolí y lavanda y comienza a frotar su panza.

Manuela García, con 40 semanas de embarazo. FOTO<b><span class=mln_uppercase_mln> Manuel Saldarriaga Quintero</span></b>
Manuela García, con 40 semanas de embarazo. FOTO Manuel Saldarriaga Quintero

“Aquí está la cabeza de Alana”, dice señalando la pelvis de Manuela; “siente aquí su espalda (...) le dio hipo el masaje, mira como brinca aquí la bebé”, conversan entre las dos. “No es la bebé, no se llamará, no será. Se llama Alana, es una niña y ella ya esta aquí, ya es vida y presencia”, precisa Manuela a quien le pregunta por su hija.

Alana no está siendo ajena al mundo exterior, aunque esté resguardada en un útero y sostenida por una placenta, ella está en conexión con el mundo de afuera.

“Alana siente mi voz, la de su papá, los llantos, juegos y risa de su hermana”. Y así como siente a su familia, reconoce a su partera. “Los masajes que me hace Marisol son un cariño para ella. Alana escucha su voz y sus cantos. Ellos sienten y es algo mucho más que un ser, es algo espiritual”.

Una semilla que ha hecho jardín

Cada una de las parteras que hoy compone el Colectivo de Parteras del Valle de Aburrá se ha hecho a pulso desde sus aprendizajes. Aunque no están en tierra afro, donde la partería es un oficio más sonado, no pretenden serlo.

Ante esto, Marisol dice: “Sabemos que en este momento, en Colombia, existen diferentes tipos de partería reconocidos por el sistema: la partería indígena, la partería afro y la partería campesina. Nosotras sentimos que llevamos un poco de cada una de estas tradiciones”.

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Ellas confían en las profecías de los abuelos e intentan desde el mestizaje, “honrar nuestra identidad y nuestro color de piel”. A lo que explica: “No aspiramos a ser indígenas, ni afrodescendientes, ni campesinas. Simplemente buscamos habitarnos tal como somos”.

Y cada una ha puesto desde sus raíces el brote para acompañar y traer vida a pisar tierra.

Diana Hurtado es hija de una mujer campesina indígena y un hombre afro del pacífico. Llegó a la partería por una relación de hermandad con las mujeres del territorio que le enseñaron la labor. “Yo he atendido partos hasta en carros que no alcanzan a llegar al hospital, con bebés que se vienen de nalgas y todas me han nutrido”, cuenta Diana, quien además refrenda lo mencionado por Manuela, señalando que en medio de ese crecimiento mutuo queda un tejido entre la familia y la partera.

Y más que un acompañamiento técnico, según el Dane, en su Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ECV) se registran 8,2 millones de hogares en Colombia con jefatura femenina, por lo que la presencia de la partera como compañía en partos sirve de consuelo y apoyo. “Nosotras vamos analizando qué es lo que necesita la mujer en cada parto. A veces es necesario decirle que lo está haciendo muy bien, sostener su mano, indicarle cómo pujar o en qué posición. Pero otras veces es mejor no actuar, solo acompañar el momento y darle tranquilidad, no tocarla”, explica Susanna Karrollys, una partera sueca que hace parte del colectivo.

“Hemos acompañado a mujeres de muchos países”, dice Susanna, mientras recuerda las experiencias con personas de distintas culturas. Han estado con mujeres cristianas, musulmanas, taoístas, y también con testigos de Jehová. Para ellas, lo importante no es la religión o la cultura de la madre, sino cómo pueden acompañarla en su camino de maternidad de manera respetuosa, amorosa y digna.

Al final del día, después de cada parto, después de cada acompañamiento, las parteras se sienten agradecidas por haber podido estar allí, por haber sido testigos de la vida, por haber compartido la experiencia de traer un ser al mundo.

“El bebé llega, y nosotras también aprendemos”, dice Diana. El ciclo de la vida, ese que empieza en el vientre y termina en el parto, es un ciclo que no solo transforma a la madre, sino también a las parteras. Y es esa transformación, esa sabiduría compartida, la que hace que el trabajo de las parteras sea tan valioso, tan profundo, tan lleno de amor.

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