En su sabiduría tan práctica los abuelos suelen decir que si hay sospecha de que un adorno sobra es porque con toda seguridad afea. Convendría entonces preguntarse si las estrambóticas luces que iluminan desde hace días el cielo de Medellín semejando batiseñales eran realmente necesarias, como asegura EPM, para complementar el alumbrado navideño.
Las potentes luminarias fueron instaladas en los cerros El Volador, Nutibara y la Asomadera. Cada torre cuenta con 56 reflectores, con una potencia de 4 millones de lúmenes (unidad de medida que expresa la cantidad de luz emitida por una fuente determinada – por ejemplo una bombilla incandescente de 100 vatios puede tener 1.500 lúmenes). Fueron diseñadas, según EPM, para que en diferentes momentos de la noche se junten y recreen la Estrella de Belén.
Hasta ahí todo bien, todo un cuento navideño. El problema es cuando se recuerda que Medellín es una de las ciudades con mayor contaminación lumínica en el país y aunque es un mal del que poco se habla sus impactos a la salud humana y contra la fauna y flora son graves.
Que la contaminación lumínica es un problema que agobia en secreto a Medellín y su población se sabe desde hace varios años. Una de las investigaciones más robustas al respecto es la de Andrés Torres Cañas, Coordinador del Observatorio Astronómico del ITM. Los hallazgos apuntan a que el creciente alumbrado público, su ubicación y características técnicas, así como la tendencia al derroche de iluminación en las casas ha provocado una fuerte contaminación lumínica que afecta ecosistemas de la ribera del río Medellín, pero también en cerros y laderas.
El investigador ha insistido en que Medellín perdió su noche y sus habitantes su derecho a disfrutar de las estrellas por cuenta de esta problemática, y que incluso en las noches más despejadas y favorables, esa observación celeste es cada vez más difícil.
Pero eso no es lo más grave. La iluminación desmesurada de ciudades como Medellín y todas las grandes urbes ha desatado un boicot a un proceso de millones de años, la adaptación a los ritmos circadianos que rigen los organismos de seres humanos y animales en ciclos de 24 horas en los que se distribuyen la luz y la oscuridad para regular todas las funciones biológicas, como el sueño, por mencionar solo una.
Las investigaciones sobre cómo las luces artificiales que lo inundan todo en calles y cuadras inhiben la producción de melatonina que se encarga de regular los ciclos del sueño se han robustecido desde los años 60.
Según el profesor Héctor Rivera, una de las grandes autoridades en aves del país, desde hace aproximadamente 15 se empezaron a realizar los primeros estudios concluyentes sobre el impacto de la contaminación lumínica en aves, causante, entre otras consecuencias, de la disminución en poblaciones de varias especies por los trastornos reproductivos.
Sin importar la especie, diversos estudios llegan a los mismos hallazgos sobre los efectos adversos: desorientación que aumenta la accidentalidad y muertes, modificaciones drásticas en sus ciclos biológicos y comportamientos. En cierta poblaciones han determinado una disminución de hasta el 70% en visitas de polinizadores. Sin mencionar el deterioro de la flora con perturbaciones que llegan a ser totales en cuanto a sus ciclos de crecimiento.
Entonces, nuevamente el interrogante es si el juego de luces con los que EPM engalló todavía más los alumbrados era realmente necesario o era un adorno prescindible en una ciudad con la problemática ya descrita, no como solución de fondo pero al menos sí como mensaje, como mínimo reconocimiento del problema.
Según respondió EPM, en la evaluación que hicieron de posibles impactos cuanto a la evaluación de posibles impactos por contaminación lumínica derivada de la instalación de los reflectores de alta potencia en los tres cerros, la empresa recibió el aval del Área Metropolitana y la Secretaría de Medio Ambiente tras comprometerse a adoptar unas prácticas para mitigar efectos negativos sobre la fauna y la flora locales.
Entre las acciones a las que se comprometieron están la restricción horaria limitados a solo seis horas diarias, de modo que las luces se apagan a las 12 de la medianoche. También a evitar el impacto sobre los árboles, asegurando que los reflectores estuvieran por encima del dosel arbóreo donde se colocó el faro. Aseguraron además que ajustaron el ángulo de proyección de la luz con el objetivo de garantizar que no afecte las copas de los árboles de los otros dos cerros, evitando así, según consideraron, “cualquier impacto negativo sobre la fauna y la flora existente”.
También recalcaron que han implementado “tecnología de iluminación que minimiza el impacto en las especies nocturnas”.
La Secretaría de Medio Ambiente y el Área Metropolitana quedaron en deuda con sus explicaciones públicas sobre los argumentos que sopesaron para dar el aval, y sobre su posición respecto a la contaminación lumínica en la ciudad. Aunque EL COLOMBIANO quiso conocer dichas explicaciones, desde ambos despachos optaron por guardar silencio.
