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En el lugar donde nació Medellín quieren hacer un hotel de lujo

Mariscal Sucre, un edificio abandonado en el corazón de Medellín, busca inversionistas para construir un hotel.

  • La terraza del edificio tiene vista a las montañas, al edificio Coltejer, al Banco de la República, a la iglesia de La Candelaria, al metro y al Palacio de la Cultura. Allí quieren hacer un restaurante. FOTO Camilo Suárez
    La terraza del edificio tiene vista a las montañas, al edificio Coltejer, al Banco de la República, a la iglesia de La Candelaria, al metro y al Palacio de la Cultura. Allí quieren hacer un restaurante. FOTO Camilo Suárez
23 de noviembre de 2024
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¿Cuánto costaría una noche en un hotel ubicado en la primera calle que se construyó en Madrid, al frente del primer estadio de Buenos Aires, contiguo a la primera iglesia de Roma, diagonal al museo del Louvre en París o con vistas al Central Park de Nueva York? ¿Cuánto cuesta en cambio una noche en el Parque de Berrío, el lugar donde hace cuatro siglos nació Medellín; al frente de la iglesia de La Candelaria, la primera de la ciudad; de una estación del metro con murales de Pedro Nel Gómez; a unos pasos del edificio del Banco de la República y de una escultura de Rodrigo Arenas; a menos de 200 metros de la Plaza de Botero, la que sea quizás uno de los museos al aire libre más importantes del mundo?

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Nada. No vale nada porque ahí, salvo los habituales habitantes de calle, nadie duerme. En el edificio Mariscal Sucre —nombrado así en honor al prócer de la Independencia Antonio José de Sucre— ubicado al frente de la primera iglesia de la ciudad, con vista a las palmeras de la que alguna vez fue la Plaza Mayor de esta villa, a unos pasos de los frescos de Pedro Nel y de las gordas de Botero, no hay nadie habitándolo. Ni oficinistas, ni turistas, ni pensionados ni asalariados, ni prostitutas, ni jíbaros.

El edificio de seis plantas, 2.798 metros cuadrados, fachada color púrpura, ventanales y pasillos amplísimos y una terraza con vista a todo el centro de la ciudad y a sus montañas inmensas está vacío. Y está vacío porque, en lugar de ver todo eso, la gente de aquí se acostumbró a fijar la vista en otro lado: los venteros ambulantes, los transeúntes afanados, el ruido del metro, los muchachos mal encarados y las muchachas tristes.

La última vez que el edificio construido en la década de los 60 —cuando allí emergía la zona financiera de esa ciudad emergente— estuvo en las noticias fue en 2015, cuando los empleados de los juzgados que funcionaban allí se quejaron porque estaban infestados de ratas y cucarachas. Ahora, está de nuevo en el periódico porque un grupo de arquitectos, constructores y hoteleros hicieron un negocio con los dueños para convertir el antiguo edificio en un lujoso hotel de unas 60 habitaciones, para quienes, como quien va a Madrid, a Buenos Aires, a Roma, a París o a Nueva York, estén dispuestos a pagar para quedarse en el corazón de la ciudad. Al frente de los edificios icónicos, las obras de arte y la estación del metro, pero también de los venteros de frutas, de los chanceros y los mendigos.

La idea se le ocurrió a Sebastián del Corral, un ingeniero que en 2007 fundó con su padre, un arquitecto, Dimétrica, una empresa de arquitectura y construcción. En 2020, con la pandemia y la caída de clientes, se fue a buscar un lugar para remodelar (revivir sería más preciso) en el centro. Encontró letreros de se arrienda y se vende, y al final, después de idas y vueltas, se quedó con el Mariscal Sucre, el de la terraza promisoria.

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Las bondades, dice Sebastián, son cuantiosas: la ubicación, el ambiente del centro, la cercanía con museos y obras de arte, el valor histórico del sector, el transporte público, los venteros, el ruido, el ambiente, “la experiencia”, como se dice ahora. Además, en La Candelaria hay menos hoteles por turistas que en otras zonas de la ciudad. Por ejemplo, en 2023 a El Poblado fueron poco más de un millón de turistas. Ese barrio cuenta con unas 7.800 habitaciones, es decir que hay una habitación para cada 133 turistas. Sin embargo, en La Candelaria, que recibió en 2023 325.000 turistas, apenas hay 1.200 habitaciones. Una para cada 271 turistas.

No obstante, los riesgos parecen importantes. Según la secretaría de Seguridad, La Candelaria es la comuna donde se cometen más homicidios y también donde hay más hurtos. Entre el primero de enero y el 15 de noviembre de este año, se han denunciado 6.859 hurtos, eso significa una media de 21 robos al día. No obstante, este año la estadística ha caído un 18% si se compara con 2023. Además, hay que tener en cuenta que La Candelaria es, con diferencia, la zona más transitada de la ciudad.

El ingeniero insiste en que no se imagina un proyecto que quiera o pretenda meter bajo la alfombra los problemas. “¿Que tenemos habitantes de calle? Sí, pero es porque como sociedad no hemos sabido darle manejo. ¿Que hay vendedores ambulantes o un negocio de buñuelos? Qué importa, ¿por qué no puede convivir un puesto de buñuelos con un hotel chévere? Eso es lo que somos, ¿por qué lo vamos a esconder? Los extranjeros nos muestran cosas que nosotros no valoramos”, dice.

Además, el público que se imagina para el hotel no es el que viene de fiesta ni a comprar camisetas de Pablo Escobar. “Estos proyectos, además de revitalizar la zona, sirven como respuesta a esas otras expresiones”, asegura.

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Aunque la estructuración del proyecto ya está en marcha, todavía falta un inversionista que llegue con la plata para arrancar las obras. Según las proyecciones, el proyecto puede costar en total $20.000 millones y, si todo sale según lo planeado, espera estar operando en 2026. “Esto es mucho más fácil que construir desde cero. Aquí ya tenemos servicios públicos, fundaciones, estructuras, ya está hecho, solo hay que adecuar y reformar el interior”, explica.

Cuando consigan esa primera inversión, que se estima en $800 millones, abrirán la posibilidad de que más personas se sumen al proyecto con montos menores.

El hotel, al que probablemente no se le cambiará ni la fachada ni el nombre, quiere convertirse en el inicio de la revitalización de la zona, pero, de nuevo, sin esconder lo que ya es. ¿Será posible?

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