x

Pico y Placa Medellín

viernes

0 y 6 

0 y 6

Pico y Placa Medellín

jueves

1 y 7 

1 y 7

Pico y Placa Medellín

miercoles

5 y 9 

5 y 9

Pico y Placa Medellín

martes

2 y 8  

2 y 8

Pico y Placa Medellín

domingo

no

no

Pico y Placa Medellín

sabado

no

no

Pico y Placa Medellín

lunes

3 y 4  

3 y 4

language COL arrow_drop_down

En Santa Elena ser silletero es como ser de la realeza

Miles de personas en el corregimiento sueñan con cargar una silleta alguna vez en su vida, pero muy pocos tienen ese derecho que no se gana sino que se hereda.

  • Wilson Soto debutará en el desfile de silleteros a sus 52 años, después de buscar un espacio durante años. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
    Wilson Soto debutará en el desfile de silleteros a sus 52 años, después de buscar un espacio durante años. FOTO: MANUEL SALDARRIAGA
05 de agosto de 2023
bookmark

Wilson Soto tuvo que esperar 52 años para cambiarse el nombre. Desde diciembre del año pasado se presenta como Wilson Silletero. A la cafetería que tiene en el parque de Santa Elena, que antes se llamaba Donde Wilson, a secas, también tuvo que cambiarle el letrero.

A pesar de que Wilson Silletero y sus papás nacieron en Santa Elena y se dedicaban como casi todos a trabajar la tierra, él era diferente. Ni a sus abuelos ni a sus papás ni a sus tíos se les ocurrió pasar por la oficina de Fomento y Turismo de la Alcaldía de Medellín hace 40 años, cuando para reclamar un contrato de silletero bastaba con ser mayor de edad, haber nacido en Santa Elena y ser de apellido Soto, Ríos, Alzate, Grajales, Grisales, Londoño, Hincapié o Atehortúa.

De manera que Wilson había nacido huérfano de contrato y estaba casi que condenado a pasar toda la vida viendo los desfiles por televisión y en la vergüenza de decir que era un campesino de Santa Elena, pero no un silletero.

Le puede interesar: Desfile de Silleteros en Medellín: puntos de acceso para no perdérselo este lunes 7 de agosto

Pero la suerte le cambió a Wilson a finales del año pasado, cuando su hijastra se casó con un joven que había heredado uno de los 424 cupos que hay para las categorías de los adultos en el desfile. El yerno, recién comprometido y compadecido por la tragedia de su suegro, le cedió el contrato.

Wilson llevó los documentos para el traslado del contrato a la Corporación de silleteros —la agremiación que reúne a los desfilantes y los representa ante la Alcaldía— quienes evaluaron que cumpliera con los requisitos para entrar, de una vez y para siempre, al reino de los silleteros: que fuera de Santa Elena, que tuviera apellido de abolengo, que tuviera su propio jardín y pudiera y quisiera transmitir la tradición con las generaciones venideras.

Yerno y suegro guardaron el secreto hasta el 24 de diciembre. Después de la medianoche, Wilson se fue para su habitación a ver qué le había traído el Niño Dios. La familia entera esperaba incrédula en la sala. Wilson salió de la habitación vestido de delantal blanco, sombrero aguadeño, zurriago y la vaina del machete. Todos se abrazaron y lloraron de la alegría.

No es una exageración. Conseguir cupo para participar en el desfile sin heredarlo es un milagro.

Lea también: Se acerca el Desfile de Silleteros: guía para identificar los tipos de silletas

En el primer desfile de silleteros, en 1957, participaron 40 campesinos de Santa Elena. En las décadas siguientes esos primeros participantes inscribieron a sus hijos y a sus nietos sin mucho trámite y multiplicaron por 10 el número de participantes.

En el 2003, cuando el Congreso de la República declaró la Feria de las Flores como Patrimonio Cultural de la Nación, se creó la Corporación de Silleteros del Corregimiento de Santa Elena, con 180 socios fundadores y siete socios honorarios. Ya para ese entonces en el desfile solo había espacio para 403 silleteros adultos.

La razón del número limitado de cupos es la plata. La Alcaldía le da a cada silletero un “estímulo económico” al final del desfile. Para este año, a quienes participen en la categoría Tradicional el pago será de $2.7 millones, y para las categorías Artística, Monumental, Comercial y Emblemática de $3,3 millones. Para los niños y los adolescentes hay 100 cupos, que también reciben un pago pero no tienen contrato. Cada año en cada vereda se rifan tres cupos para la categoría Infantil y otros tres para la Junior. Wilson vive en una vereda pequeña, seguro de niño se hubiera ganado esas rifas, pero cuando él era niño eso no existía.

El precio de las silletas es entonces el argumento principal para que en los últimos 20 años, en la exclusiva lista de silleteros desfilantes, solo se hayan abierto 21 nuevos cupos. En el 2007, cuando el desfile cumplió 50 años, se abrieron 17 nuevas vacantes (una por cada vereda), y este año la Alcaldía de Medellín creó, después de 16 años, un concurso para cuatro nuevas plazas, una por categoría.

Para participar en el concurso había que ser de una de las veredas que pertenecen a Medellín —Santa Elena también tiene veredas de Envigado, Guarne y Rionegro— y tener un “padrino” silletero de primer o segundo grado de consanguinidad. El derecho a desfilar, así sea gracias al azar, solo es posible por medio de una herencia.

Por los cuatro cupos se postularon más de doscientas personas. Ana Olga Grajales fue una de las que ganó. La suerte le adelantó el derecho que de otra manera hubiera tenido que esperar otros 20 años. Ana Olga tiene 36, y cuando nació su mamá ya llevaba seis desfiles. Su papá también tenía contrato y con los años sus hermanos mayores habían ido consiguiendo herencias por otros lados. A pesar de que todos los agostos trasnochaba el día antes del desfile armando las silletas, era la única que nunca había cargado una, era la única huérfana de contrato.

Se cansó de rogarle a su papá que le cediera el suyo en vida, pero él, en esas cosas que hacen los papás, fue y lo regaló a otra familia. Su mamá, en cambio, se sentía todavía muy viva como para dejar semejante herencia tan pronto.

Vea la galería: En Santa Elena, cada flor despierta un sentimiento para los paisas

John Mazo también mandó los certificados de sangre y buenas costumbres al concurso pero no ganó. Su padrino fue un tío que heredó el cupo de su abuelo, el único que había en la familia. El tío vive en una vereda de Guarne y como en el concurso solo podían participar los de Medellín, por eso lo apadrinó a él. Pero seguramente el día que muera o que envejezca la herencia se la dejará a su hija y esta a sus hijos, y a John solo le quedará la opción de casarse con un miembro de la familia real.

Sin embargo, esa certeza de que la espera por el honor de convertirse en silletero será larga, quizás interminable, no fue un impedimento para que este agosto, como todos los años, pidiera las vacaciones del trabajo para hacer lo de siempre: silletas. Mazo, como todos quienes esperan en el limbo el contrato al paraíso, hace silletas sin ser silletero.

Este domingo, como todos, trasnochará y beberá haciendo la silleta de una empresa que le pagará un buen dinero, incluso más que si participara en el desfile. Pero a él no lo recogerá una camioneta blanca de la Alcaldía a las cuatro de la mañana. Nadie le tirará flores ni le pedirá fotos. No le temblarán las piernas cuando suene el himno del silletero.

Este lunes 7 de agosto será la primera vez que Ana Olga baje al Centro de Medellín, no solo a desfilar sino a ver el desfile en persona. Para Wilson será lo mismo. Y así pasa en todo el pueblo: los campesinos sin título nobiliario no bajan a ver el desfile. Algunos dicen que es por el cansancio del trabajo del día anterior, pero lo cierto es que es una cuestión de orgullo, de honor. Solo quien tiene contrato tiene derecho a erizarse y a llorar de la emoción cuando estallan los aplausos o suena el himno de Antioquia.

Para la inmensa mayoría de silleteros es el reconocimiento del trabajo y del esfuerzo lo que hace que tener un contrato valga la pena. Más allá de la plata, la gente quiere cargar una silleta para que la aplaudan, para que la vean en televisión y en el periódico. Por eso los más viejos no quieren cumplir 65 años, porque la Alcaldía y la Corporación les dan el título de Pioneros y les dicen que ya no pueden cargar más flores en la espalda sino que deben desfilar sentados en un carro antiguo con un ramo. Por eso nadie quiere ser huérfano. Por eso hay quienes están dispuestos a pagar por ese derecho que el cielo no les regaló.

Aunque los silleteros lo saben, por supuesto no lo dicen muy duro. Pero los contratos para desfilar también se compran y se venden. Que la gente sepa que alguien compró un cupo es vergonzoso, pero al parecer no tanto como no tenerlo. Sucede a veces que el silletero viejo se muere o se enferma y sus hijos, ya universitarios, tienen aspiraciones más terrenales y no quieren seguir con la tradición. También hay casos en los que la necesidad de plata apremia o en los que simplemente hay que sacrificar la más preciada de las herencias por el amor de los suegros.

Algunos silleteros cuentan que un cupo en la categoría tradicional cuesta más o menos $20 millones, y en el resto de categorías puede llegar hasta $25 o $30. Pero con la plata no es suficiente. Los nuevos ricos no son bienvenidos. Sin importar en cuánto se haya hecho el negocio, cada traspaso debe ser aprobado por la junta directiva de la Corporación que se encarga de hacer el estudio genealógico de quienes quieren entrar al club. Sobre esto, la Corporación dice que no reconoce que estos negocios se hagan y los rechazan en caso de que ocurran. Pero ocurren.

Hablar de las bondades de ser silletero en términos de plata es un insulto, una ofensa, una blasfemia. Pero lo cierto es que tiene sus ventajas. Cualquier persona puede convertir su casa y su cultivo de gladiolos, cartuchos, lirios y margaritas en un sitio turístico, pero el sello de silletero cuenta como una estrella Michelin, para ponerlo en términos culinarios. Además, ni los gringos pagarían por una foto con un silletero chiviado.

El empleo que buscas
está a un clic
Las más leídas

Te recomendamos

Utilidad para la vida

Regístrate al newsletter

PROCESANDO TU SOLICITUD