La luz es siempre tenue. Débiles rayos de luz se cuelan desde lamparitas de pared o de mesa, y una que otra vela, y dejan ver los objetos que emanan la magia del lugar. Las paredes tapizadas, algunas aterciopeladas, sirven de fondo a espejos, repisas con libros y cuadros con fotos a blanco y negro. El lugar se llama La Casa de Ruby y su inspiración son los años 20.
Pretende ser una especie de viaje al pasado, al glamur de la época y al espíritu rebelde de muchos ante la Prohibición o Ley Seca que marcó el inicio de esa década en Estados Unidos, cuando el Congreso aprobó la ley que impedía fabricar, vender e importar licor. La restricción duró casi 13 años, durante los que se popularizaron los llamados bares speakeasy.
Eran sitios donde se podía consumir alcohol, embriagarse con el jazz y conversar en intimidad. Claro que también trajo problemas que marcaron aquel tiempo, pero esa es otra historia.
El concepto speakeasy ha sido replicado en varios países del mundo con diversas adaptaciones, pero en Medellín apenas está cogiendo fuerza y la Casa de Ruby es pionera.
Es la creación de Sadi y Dawit, dos jóvenes amigos del mundo de la publicidad y el marketing. El lugar lleva unas ocho semanas abierto y ya empezaron a sobrepasarse los cupos límites por día (40 personas al tiempo), lo que les convence de que tenían razón con la tesis que dio origen a su idea.
Sadi cuenta que se les ocurrió porque consideran que en Provenza, donde están ubicados, faltan lugares nocturnos que ofrezcan una experiencia más íntima y la posibilidad de conversar, con música de fondo tranquila, no tipo disco, en un ambiente privado.
Optaron por darle un toque propio y original al concepto de speakeasy. Por ello, desde que se lee la carta se conoce el relato que da cuenta de quién es Ruby y por qué sus cócteles están basados en piedras preciosas, como ágatas, esmeraldas, perlas o Garnet. “Son cócteles de calidad, que se pueden disfrutar con una charla. La idea es ser más una experiencia que un bar, donde puedas venir con tu pareja, tu amigo, tu mamá, quien sea, a tener un rato tranquilo y hablar”, dice Sadi.
La otra joya que los inspira es el jazz, con artistas como el inmortal Frank Sinatra, y ofrecen música de los años 20 a los 50, que puede escucharse en vivo los miércoles. Y como el factor clandestinidad es tan importante para el concepto del lugar, el ingreso a La Casa de Ruby se hace a través de la pared de una iluminada heladería llamada Taiyaki Medellín, que ofrece helado japonés y que incluyeron como el primer paso de la vivencia.
No fue fácil encontrar y adaptar el lugar, tardaron más de un año remodelando, diseñando y decorando, hasta que pudieron abrir al público. Pero entrar implica un factor adicional: hay que reservar o responder una pregunta secreta en la heladería. Esto no solo les permite tener el control del aforo, sino aportarle a la experiencia.
La Casa de Ruby abre de martes a domingo, pero analizan si incluir también el lunes, en vista del aumento de reservas que han tenido. Con el inesperado crecimiento en tan poco tiempo empiezan a soñar con convertirse en uno de los referentes turísticos de la ciudad, pero desean que sea siempre de puertas abiertas a los habitantes de Medellín, porque no quieren ser un “lugar solo para gringos”.
Eso sí, algún día esperan estar en la lista de los 50 mejores bares del mundo. Mientras tanto, si quiere sorprenderse usted y de paso a otra persona, llévela a comer helado y, una vez allá, invítela a un lugar tranquilo a tomar uno o dos tragos, como diría Sinatra. Eso sí: recuerde reservar o prepare el santo y seña.