En esta ciudad, a veces, las cosas en apariencia más insignificantes contienen las historias de las pequeñas revoluciones. Una raya azul pintada en el borde de una acera, por ejemplo. Pisoteada, inadvertida, que empieza y termina, aparentemente, en puntos arbitrarios de algunas cuadras que se pierden entre la inmensidad del Centro.
Esa raya azul, que va desde la carrera 39 y serpentea por la Avenida La Playa a través de la 39 A, la 40 y la 42 –en Bellas Artes–, tiene detrás una historia, la idea de uno de esos locos tercos con el don de encontrar y convencer a la gente correcta.
La vida de Mauricio Tangarife gira alrededor de La Playa. Llegó ahí hace casi 25 años a trabajar como mesero en Diógenes, ese pequeño reino de la salsa y el son cubano en la esquina de Córdoba, un patrimonio de ciudad que volvió a abrir sus puertas hace tres meses.
Estuvo allí hasta 2007 cuando decidió que era hora de independizarse. Desde entonces tuvo once negocios en La Playa. El primero fue La Huerta, en 2009, un bar al lado del Pequeño Teatro que ya también era reconocido entre los amantes de la salsa. El bar La Huerta cerró en 2012 pero casi una década después le daría nombre a la quijotada que emprendería Mauricio.
En esos años de cierres y aperturas; de la montaña rusa de los cuadernos de cuentas; del trabajo nocturno que casi todo lo erosiona, Mauricio siempre estuvo acompañado por Paula Andrea Restrepo, una profesora de colegio, una devoradora de libros, su compañera infaltable durante siete años.
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Paula murió en 2015. Tenía 31 años y dejó en Mauricio un hueco que primero intentó cubrir con noches y ruido, pero luego se convenció de que era en una bodega llena de libros ajenos y polvorientos donde podría llenar alguna parte de ese vacío.
Inmolarse por “causas perdidas”
A Mauricio le gusta acompañar sus anécdotas señalando con la mano desde el balcón rojo de la casa amarilla los lugares exactos donde ocurrieron. Juega a su favor que la casa está en una esquina estratégica. El Centro Cultural La Huerta nació en 2022 en una casona antigua de dos pisos, a un costado del teatro Pablo Tobón Uribe, que la terquedad de Mauricio salvó de convertirse en otro inquilinato mutilado como los que abundan en el Centro.
A esa casa llegó un poco por azar y otro poco por intuición.
Gracias a una de esas personas que aparecen de manera fortuita en la vida, Mauricio conoció la existencia de Haylibros.com. Luego supo que las personas detrás de esa librería, cuyo centro de operaciones está en Junín y a dos cuadras del Coltejer, estaban los amigos de sus amigos, gente de toda la vida del Centro, al igual que él.
Se le metió que quería trabajar ahí. Todavía seguía administrando bares, pero algo lo empujaba a meterse en ese cuento, algo le causaba una paz en esa bodega atiborrada de libros. Así que empezó a trabajar lijándolos, preparándolos para las ferias en las que participa Haylibros. En el Carlos E., en El Poblado y, por supuesto, en el Jardín Botánico. Su récord, que pregona con orgullo, son 45.000 libros lijados en un margen de cuatro meses de preparativos para una Fiesta del Libro.
Entonces empezó a obsesionarlo una idea.
—En general, los espacios a los que asistíamos eran frecuentados por un público que ya tenía una formación, un interés inicial de acercarse a los libros. Y recordé que yo que me críe en Castilla nunca conocí un espacio de estos ni supe de vecinos que pudieran estar rodeados de libros, y se me metió que ahí era donde debía llevarlos.
Así nació hace cinco años “Leer para vivir”, un proyecto con el que Mauricio y decenas de voluntarios llevan a la gente en los barrios populares no solo libros que reciben en donación (y recogen hasta donde haya que ir) sino que montan una especie de escuela itinerante de arte y cultura.
Hace cuatro años nació la Fundación La Huerta para darle fuerza a este proyecto y dos años después, desatendiendo los consejos que su yo comerciante le gritaba, decidió inmolarse y meterse en el mundo del emprendimiento cultural en Medellín.
En 2022, cuando recibió la pensión de sobreviviente de Paula, tuvo claro desde el principio qué destino quería darle a esa plata.
—Ella era maestra de un colegio público en Enciso, y su sueño siempre fue ese: ver a niñas, niños y jóvenes metidos en el mundo de la cultura.
Mauricio convenció a un amigo de que comprara esa casa vecina del Pablo Tobón que estaba destinada a ser un inquilinato y luego la tomó en alquiler.
Después de un año de arreglos y adecuaciones la convirtió en el Centro Cultural La Huerta, un refugio para los amantes de la música en vivo; de la salsa, del son cubano, del jazz, del bolero, del porro. De la música que hace resistencia desde esas últimas trincheras que ejercen rebeldía contra la dictadura del reguetón en Medellín.
Pero La Huerta también es el lugar donde conviven 17 programas entre semilleros de música, talleres de arte, de teatro, de actuación. Donde los libros donados que recogen por toda la ciudad asoman en estantes y esquinas y donde las paredes se adornan con los instrumentos que tocan los niños y jóvenes del semillero y con los cuadros de los nuevos artistas de la ciudad.
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La Playa, ¿una blue zone?
Mauricio recuerda que hace años las reuniones que sostenían en Bellas Artes los comerciantes con residentes de La Playa terminaban siempre mal; gritos, quejas, reclamos, señalamientos. Y al final no quedaba sino el cansancio y una brecha que se hacía más grande.
Pero sabe –y lo reconoce– que a los residentes no les faltaba razón en muchos de sus reclamos sobre el ruido, las basuras, el deterioro del espacio público.
La Playa, como está ampliamente documentado, fue donde nació Medellín como ciudad, la puerta por donde entró la modernidad. Y aunque cada década impuso una dinámica particular, entre el 40 y los 80, habitar esa avenida fue sinónimo de lujo y confort. Primero con las enormes casas republicanas y luego con los edificios construidos entre el 60 e inicios de los 80 con sus apartamentos gigantes, modernos y rodeados de un ambiente cultural que bullía.
Cualquier día Mauricio se topó con una historia en National Geographic. Hablaban de unas Blue Zones, unas zonas azules en el mundo, cinco para ser exactos, donde los científicos descubrieron que existían unos patrones que propiciaban que sus habitantes gozaran de una longevidad superior al promedio de cualquier otro lugar del planeta.
Loma Linda (Estados Unidos), Península de Nicoya (Costa Rica), Cerdeña (Italia), Icaria (Grecia) y Okinawa (Japón), todos lugares donde los investigadores hallaron que hay una relación directa entre las buenas condiciones sociales y ambientales y el hecho de que los lugareños pasen muertos de la risa la barrera de los 100 años.
Lo de las zonas azules le quedó bailando en la cabeza. Pensó en ese reducto de residentes que llegaron en la época de brillo y se quedaron cuando vino la decadencia. Masticó la idea varios días y se decidió a contársela a todo el mundo.
—Se me ocurrió que en La Playa podíamos tener un corredor Blue, inspirado en el principio de estas zonas azules: un buen vividero puede influir en una mejor calidad de vida para los residentes.
La iniciativa empezó hace diez meses. Lo primero era convencer a la gente, o al menos sembrarles la curiosidad. Logró que 230 residentes de siete edificios aceptaran sentarse a pensar en la transformación de La Playa junto con los comerciantes de 70 negocios, 36 de estos establecimientos nocturnos.
El siguiente paso fue crear un símbolo. La Alcaldía les permitió marcar la franja azul con la que esperan empezar a posicionarse en el imaginario de la gente.
—Hay personas que me dicen que es que yo soy muy soñador creyendo que voy a acabar con las basuras y la inseguridad con una raya azul. Pero hasta ellos mismos saben que lo que importa es lo que se construya detrás de ese símbolo.
El primer objetivo concreto es mitigar la problemática de las basuras; llegar a acuerdos mínimos para sacar los residuos a las horas precisas en los cuatro recorridos que hace Emvarias en la zona. La primera etapa de la iniciativa también busca soluciones para reducir la presencia de habitantes de calle. Hasta ahora el cambio más notorio ha sido la recuperación de la 39 A, una calle que conecta a La Playa con la parte trasera del colegio El Sufragio y que se había convertido en un mini bronx.
El premio que recibieron de la administración por haber recuperado esa zona tomada por el consumo de drogas fue permitirles hacer noches de cine al aire libre y hasta porrovía. La idea, con apoyo de la gente del Pablo Tobón, Mercados de La Playa, los propios residentes de esa cuadra y toda la movida cultural y de entretenimiento de la zona es convertir ese calle en referente del Centro para la realización de para bazares y jornadas recreativas.
Mauricio dice que la iniciativa va en un 30 por ciento de la meta que persigue. Este año los objetivos trazados son consolidar el adecuado manejo de basuras y lograr un acuerdo con los comerciantes para reducir drásticamente los niveles de ruido de sus negocios. También fortalecer la seguridad con la instalación de cámaras y con personal de vigilancia (personas mayores de 50 años conocidos del sector acompañados por el cuadrante) y alcanzar un acuerdo con EPM y la alcaldía para mejorar la iluminación del sector.
La iniciativa del corredor Blue alberga una paradoja y es que aunque se inspira en un idealismo, su ejecución es tan pragmática como puede serlo una idea. Y tal vez la clave para entenderlo esté en lo que apunta Néstor Barraza, un desarrollador de software que un día cualquiera pasando por el Pablo Tobón vio un stand de libros, conoció La Huerta y se quedó como voluntario.
Néstor sostiene que la recuperación de La Playa ha sido una eterna promesa fallida porque históricamente se ha esperado que sea la administración la que asuma esa recuperación.
—Ha sido un error creer que las administraciones, amarradas a sus compromisos políticos y a la burocracia, van a ser las que lideren la transformación de la zona.
Lo que dice tiene sustento. La última gran promesa por transformar La Playa gastó $28.000 millones durante la pasada alcaldía de Federico Gutiérrez en unas obras que supuestamente la convertirían en un bulevar de primer orden. Pero el único impacto palpable que dejaron los tres años de intervención fue el cierre de varios comercios por la afectación que generó el retraso de las obras y el ahuyentamiento de la clientela.
Cuatro años después de la entrega de su supuesta transformación, la finalidad de la intervención que era devolverle espacio público y de disfrute a la avenida, terminó diluida en reclamos por la presunta mala calidad de los materiales y el deterioro físico que azotó a la zona en los últimos años.
Por eso Néstor le cree más a la iniciativa que surge entre la gente.
—Como ciudadano de a pie tengo estos elementos y como comerciante, estos otros. Y lo que hacemos es juntarnos, ir generando cambios sin esperar a la alcaldía ni a la acción comunal, y más bien cuando ellos lleguen, decirles “vea, logramos esto, encuentren la forma de ayudar a que tenga más alcance o replicarlo en más lugares”.
La Playa reclama su lugar
Néstor dice que no se deja conquistar fácilmente por el optimismo. Está convencido de que todo está mal hasta que se demuestre lo contrario. Sin embargo, reconoce que hay síntomas, pequeñas señales de que La Playa podría enderezar el camino.
Hace unos días Néstor abrió Drophub47 en el primer piso del Centro Cultural, un bar tecno que se mueve entre los diferentes subgéneros. Como toda propuesta en Medellín que no involucre géneros comerciales, la de Nestor tiene algo de kamikaze. Pero dice que la respuesta de la gente ha sido bastante positiva.
La Playa parece empezar a reclamar su lugar en ese auge que vive Medellín como destino turístico.
Luis Alfonso Penagos, un diseñador, comerciante y aliado del corredor Blue, asegura que entre los visitantes extranjeros se ha corrido la voz de que hoy por hoy La Playa es el mejor lugar para instalarse en Medellín.
—Lo que nos dicen es que se dieron cuenta que en El Poblado los tumban. Acá encuentran hospedaje, buena comida y buenos sitios de entretenimiento tres veces más económicos.
Luis Alfonso tiene una casa de residencias llamada Confort. Cuenta que allí ha hospedado a directivos de Nissan, Sony y otras multinacionales que llegan a la ciudad a hacer negocios.
Apunta que la conversión de La Playa y otras zonas del Centro en epicentros de hostales y hoteles de lujo para nómadas digitales es real y su posicionamiento avanza a un ritmo frenético.
Tanto Néstor como Luis Alfonso están moviéndose con nuevas ideas para dinamizar el Corredor Blue con estrategias para visibilizar al sector en redes sociales, para capacitar a comerciantes en sus modelos digitales de negocio y con una ambiciosa revista que promocione el corredor.
Mauricio, por su parte, sigue tocando puertas. Quiere convencer a las personas indicadas para montar nuevas rutas turística que cubran desde la Placita de Flórez hasta La Playa. Incluso los comerciantes de Boston han mostrado su interés en sumarse.
Y a la par sigue trazando nuevas rutas de “Leer para vivir”. En este momento está a la espera de mensajes y llamadas que anuncien nuevas donaciones de libros. Entre sus próximos destinos están Remedios y Segovia. En esa zona azotada por la violencia espera que su escuela itinerante de cultura ayude en algo a mitigar la dura cotidianidad que viven muchas personas. Alguien tiene que porfiar con esas causas que parecen perdidas.
Habrá feria del libro con libros desde $2.000
Aunque Mauricio tenía preparado llevar “Leer para vivir” a la Comuna 13 toda esta semana, donde cambiarían juguetes bélicos por libros, finalmente a última hora no pudo hacerse. Sin embargo, desde ayer y hasta el 2 de mayo habrá feria del libro en el Centro Cultural La Huerta.
Habrá donaciones de libros, promociones de lectura y talleres de escritura. Los libros pueden conseguirse desde $2.000. Hay de todo tipo: libros de literatura, filosofía, idiomas, cocina, esotéricos, sobre religión, arte, historia y muchos otros.
Para hacer donación de libros o instrumentos musicales en buen estado, puede comunicarse con el Centro Cultural al Whatsapp y el contacto 3144669297.