María Eugenia Valencia tiene clara la cuenta: 46. Ese es el número de compañeros suyos que han muerto desde junio de 2014, cuando la administración de Aníbal Gaviria desmontó el Bazar de los Puentes por ser “un expendio de droga”. Ella, líder de los informales que están en los bajos del metro, agrega que eran 403 las familias que vivían de “sus puesticos” y que –desde entonces– tuvieron que salir a vender sus cosas bajo el viaducto de la estación Prado. Estando ahí, donde la brisa golpea y el sol quema, a dos los atropellaron y a muchos otros se les fue la vida
Nueve años cumplieron ya bajo el metro. Contrario a lo pensado, la venta de drogas nunca disminuyó y, en cambio, en el lugar se vende “perico” y “ruedas” a cielo abierto. Pero ese es un tema aparte. El foco del artículo es recordar la promesa que no cumplió la administración anterior y que esta, que está en su año final, parece que tampoco saldará.
El hecho puede parecer repetitivo, pero nunca es suficiente para relatar los dramas de las personas que llevan nueve años pasando las verdes y las maduras. Pues bien, a comienzos de esta alcaldía, en 2020, el subsecretario de Espacio Público de entonces, Jhorman Benítez, dijo que el Bazar de los Puentes no pasaría “de agache” durante esta administración.
Varias veces se han cambiado los planes y los venteros no han hecho más que esperar y preguntar. Este año se enteraron de que el deprimido de Villanueva, donde estaban los viejos comercios, será desmontado. La idea la tiró el alcalde en vísperas de Semana Santa, pero no se ha sabido más. En ese momento les dijeron que la reubicación, anhelada sería en todo el viaducto del metro.
Pero unos meses después, funcionarios de la administración les dijeron que el presupuesto para el proyecto, de unos 8.000 millones de pesos, estaba enredado. La excusa que les dieron, comentó María Eugenia, fue que no había plata porque el Concejo no había aprobado la transferencia adicional de EPM a la alcaldía y que de ahí saldría el recurso. Desde el martes 20 de junio EL COLOMBIANO envió un cuestionario a la alcaldía para responder algunas preguntas, entre ellas si los recursos están destinados o no. Y es que los venteros están cansados de escuchar promesas. En abril del año pasado, la entonces gerente del Centro Mónica Pabón anunció de manera sorpresiva, que las plataformas donde estuvo el viejo bazar se convertirían en una cancha polideportiva. Hoy esas plataformas están invadidas de talleres de motos y de cambuches. Es un espacio perdido para la ciudad. Y ni hablar de la inseguridad. A un comensal de un restaurante cercano le robaron la carne mientras almorzaba. Parece chiste pero no lo es.
Pues bien, un año después del anuncio de la cancha, el alcalde dijo que más bien iba a quitar el deprimido, es decir, levantar las losas de concreto donde irían las canchas y donde estaba pensado el nuevo bazar. De nuevo, como en los nueve años que han pasado, los venteros se sintieron abandonados. “Ya van tres administraciones y no han hecho nada. Federico Gutiérrez vino cuando era candidato y dijo que nos iba a ayudar, pero no volvió cuando se montó”, dijo María Eugenia.
El drama de los venteros
Lo último que les dijeron a los venteros es que serán 590 los módulos que se instalarán. El problema es que en estos años han llegado muchos venteros nuevos, algunos de ellos migrantes, y hoy son cerca de 1.200.
Sin embargo, los módulos son urgentes. Los venteros, que ganan lo justo para comer y pagar un arriendo, tienen que guardar sus mercancías en lugares alquilados en los que les cobran entre $10.000 y $20.000. Esa plata no la tendrían que pagar con los módulos que aunque pequeños tienen capacidad para bodegaje.
Los venteros no están muy satisfechos con el tamaño escogido para los módulos, que incluso tendrán ruedas, pero saben que eso es mejor a las condiciones que han tenido que soportar durante casi una década. Como no hay baños, tienen que pasar las calles y así murieron dos compañeros, atropellados por carros. “A muchos otros les ha dado epoc por estar ahí a la intemperie. Se mojan cuando llueven y tienen que correr”, dijo María Eugenia. Si esta administración los desplanta, como las anteriores, seguro serán muchos más los que engrosarán la lista de los que murieron esperando una solución.
El bazar, pese a todo, es un sitio pintoresco. Hay muñecas barbies junto a herramientas; peluches al lado de juguetes sexuales. “Acá se vende hasta una loca preñada”, comentó un pregonero con una mueca desdentada. Algunos miran mal sus excentricidades, sus tumultuosos recovecos, sus olores indescifrables. Pero, que es un mercado excepcional, único en su tipo, no hay dudas. En una esquina se ubica Rodrigo Valencia, un ventero que estaba antes de que tumbaran el viejo bazar. Después ocho años bajo el metro, al sol y al agua, ya perdió la esperanza de la prometida reubicación. “Ningún alcalde ha hecho nada por nosotros. Nos sacaron porque se vendían drogas y eso no ha parado acá”, dijo, con desazón.