La avena de la profesora Glennys Clemant se prepara con la leche, la canela y el cereal que sus compañeros de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCL) llevan para repartir entre los estudiantes que llegan sin comer a clases. Esa olla de metal, como la de las abuelas, de unos cinco litros de capacidad, se reparte entre jóvenes que se acercan a reclamar su primer alimento del día o hasta entre los mismos profesores que llegan sin desayunar.
La UCL es una de las principales instituciones de Barquisimeto, estado Lara, pero la crisis también tocó la puerta de sus aulas. Hay estudiantes que llegan a clase caminando porque el transporte es precario, no hay cómo sacar documentos de estudio porque las impresoras están dañadas y tuvieron que hacer una recolecta de dinero para pagar los vigilantes que el gobierno no financia porque en la temporada de vacaciones les han robado cinco veces.
Rompieron ventanas, saquearon puestos de trabajo de los profesores, se llevaron computadores y hasta productos de aseo que estaban en bodega para tener con qué limpiar los edificios en el regreso a clases. “Nosotros sacrificamos todo para que esos muchachos surjan, pero es frustrante”, lamenta el profesor Álvaro Muñoz, representante ante el Consejo Universitario de esa institución.
Clases bajo el sol
Casi todas las ciudades de Venezuela tienen cortes de electricidad y Barquisimeto no es la excepción. Álvaro dicta sus cátedras de tecnología en espacios abiertos, donde los árboles hacen las veces de paredes y el aire libre se enlaza con las discusiones de sus alumnos. Ante los repetidos cortes de energía, la carencia de papel y las dificultades para ir a clase, él cambió su metodología de enseñanza.
Escanea los documentos que puede y los sube a la nube para que todos puedan descargarlos. Busca plataformas para hacer las prácticas, y las clases presenciales son solo para dialogar porque no hay marcadores ni tablero. “Hay una reducción bárbara en el presupuesto. Para 202o el gobierno no nos aprobó ni el 1 % de los que requerimos”, afirma.
Y sabe que la situación podría ser peor si se compara con otras zonas del país.
No hay un sector en Venezuela con una crisis mayor a la del estado Zulia. Uno estados más calurosos, con temperaturas que difícilmente bajan de los 30 grados centígrados y superan los 40, el territorio más rico en petróleo, pero que no tiene combustible y donde la falta de electricidad es una constante desde mucho antes del apagón nacional de marzo de 2019 y los que le siguieron.
Valencia quiere ir a estudiar
De las 80 rutas que tiene la Universidad de Carabobo para el transporte de los estudiantes al claustro, solo funcionan 7. Esos buses verdosos, con sillas para más de 40 personas y de modelos de hasta la década del 60 eran financiados por el Gobierno. Desde finales de 2013 estallaron las movilizaciones estudiantiles y con estas el presupuesto del régimen a las instituciones comenzó a desaparecer.
“Estudio Derecho. En mi carrera no nos varamos por la luz sino por el transporte”, cuenta Steven Mora, de la Universidad de Carabobo. Él comparte aula con personas que tienen que caminar hasta dos horas para ir a estudiar porque las rutas públicas, conocidas como iguanas, no funcionan. En esa facultad, en octubre, el secretario Pablo Aure tuvo que hacer una colecta buscando una impresora tabloide para poder imprimir los diplomas de los graduandos, porque la de la universidad se dañó y no había presupuesto para estamparlos en una litografía.
Gabriel Cabrera, presidente de la Federación Nacional de Estudiantes de Derecho de Venezuela, es uno de esos jóvenes que no ha migrado porque quiere construir su nación desde adentro, pero reconoce que “Venezuela era uno de los países con mayores garantías entorno a la educación pública y ha desmejorado. El gobierno ha hecho un cerco a la educación, han tenido excusas hasta para no hacer elecciones internas de nuestras autoridades”.
Un sistema que colapsó
Antes de las administraciones chavistas, recuerda, las universidades públicas contaban con comedores para todos los alumnos, transporte gratuito, becas para que los profesores estudiaran posgrados en el exterior financiados por el Estado y había apoyo a la investigación. Esos beneficios han menguado y la falta de respaldo al sistema se evidencia en los rankings internacionales.
Según los datos de Scimago Institutions Rankings, plataforma que clasifica todas las instituciones de educación superior, en el ámbito regional la Universidad Central de Venezuela, por ejemplo, ocupa el puesto 117; la de Carabobo, el 123, y la de los Andes, el 127, entre 133. Y para 2009 esas posiciones eran mucho mejores. En ese año, la Central se ubicó en el 78; la de Carabobo en el 124 y la de los Andes en el 90.
¿Y el presupuesto? “No existe”, sentencia Diana Romero, decana facultad de Ciencias Jurídicas y políticas de la Universidad de Zulia. Por eso, los profesores terminaron preparando desayunos para sus alumnos, los estudiantes limpiando los baños y hasta los egresados haciendo recaudos para pagar profesores, en un sistema educativo del que sus integrantes han protagonizado las movilizaciones contra el régimen de Nicolás Maduro en los últimos seis años.
Hay un fantasma más que llega a las aulas: los puestos vacíos de estudiantes y profesores que migran porque la crisis agotó sus oportunidades dentro de Venezuela.
2007
fue el año en el que tomaron protagonismo las protestas estudiantiles en Venezuela.