El estreno de la película de Hollywood, Oppenheimer, revivió heridas del pasado en las comunidades del estado de Nuevo México y otros lugares de Estados Unidos, que han sido afectadas por los residuos de radiación de las pruebas atómicas realizadas por el gobierno de ese país.
Las Fuerzas Militares estadounidenses realizaron cerca de 200 ensayos con explosiones de armas nucleares entre 1945 y 1962, pensando que lo hacían en desiertos deshabitados, pero años después se conoció que los habitantes de los alrededores empezaron a morir de cáncer o a desarrollar enfermedades congénitas.
Al parecer los científicos del Ejército no contaban con el gran alcance que tendrían las partículas contaminantes ni que los vientos empujarían nubes de radiación más allá de los perímetros establecidos.
Los afectados por este fenómeno, que vivían en las ciudades que quedaron a contraviento de las pruebas atómicas ejecutadas en el desierto, fueron denominados “downwinders”. Su historia fue recordada en un reportaje de la BBC News publicado esta semana con el título: “La gente pensó que era el fin del mundo: las víctimas olvidadas de la explosión en la prueba de la primera bomba atómica en Nuevo México”.
Uno de los hechos documentados fue la detonación de la primera bomba creada por Robert Oppenheimer, el 16 de julio de 1945, en un sector desértico conocido como Jornada del Muerto. Los científicos pensaban que estaba deshabitado, pero a unos 20 kilómetros había familias en ranchos y animales de granja.
“Me han contado cómo estaban dormidos y fueron tirados de la cama por la explosión. Y que vieron una luz como nunca habían visto antes, porque la prueba de hecho produjo más luz y más calor que el Sol. La gente pensó que era el fin del mundo”, manifestó Tina Cordova, una líder social de Nuevo México y defensora de los derechos de los “downwinders”, en una entrevista televisada en 2021.
William Kinsella, un académico de la Universidad de Carolina del Norte, le contó a la BBC que “inmediatamente después de la prueba, la nube resultante se movió a través y más allá del paisaje local, diseminando muchos radioisótopos diferentes. Estos incluían productos de la fisión, como estroncio, tecnicio y cesio; y productos de activación producidos por la irradiación de materiales en el dispositivo, la torre de prueba y los alrededores”.
Según Tina Cordova, descendiente de los habitantes de aquella época, en 1945 no había acueducto en la región y la gente recogía agua de la lluvia o del subsuelo, consumiendo un líquido contaminado de radiación. “En realidad estuvimos expuestos al máximo a la radiación como resultado de la prueba y al hecho de que vivíamos una vida muy orgánica, dependientes completamente de la tierra para nuestro bienestar”, dijo.
Y añadió: “Diez años después hubo gente que empezó a morir de cáncer. Gente que nunca había escuchado la palabra cáncer en sus comunidades. Soy la cuarta generación de la familia en sufrir cáncer”.
Aunque se desconoce el número exacto de víctimas, pues fueron falleciendo décadas después por aparentes casos de “muerte natural”, un artículo académico de Tilman Ruff y Dimity Hawkins, investigadores de las universidades de Melbourne y Swinburneen (Australia), acotó que: “El número total de muertes por cáncer en el mundo como resultado de explosiones de pruebas nucleares atmosféricas se ha estimado entre 2 millones y 2,4 millones, aunque estos estudios utilizaron estimaciones de riesgo de radiación que ahora están anticuadas y probablemente subestimaron el riesgo”.
Con la proyección de la película del director Christopher Nolan en las salas de cine se reactivó este importante debate, que al parecer las autoridades tenían engavetado.
Córdova, quien lidera la organización Consorcio de Downwinders de la Cuenca de Tularosa, explicó que todavía falta mucha compensación estatal. El Gobierno solo ha compensado a los “downwinders” del vecino estado de Nevada, donde concedió el pago de más de 2.500 millones de dólares a trabajadores de la industria del Uranio.