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Los marginados de los Juegos Olímpicos de Río

Mientras el mundo se asombra con la espectacularidad de las competencias, varios desalojos dejan confrontaciones en la ciudad.

  • Amargos recuerdos tienen vecinos como María da Penha (foto), desalojados a la fuerza por las autoridades durante las obras de Río 2016. FOTO cortesía Amnistía Internacional / sergio ortiz
    Amargos recuerdos tienen vecinos como María da Penha (foto), desalojados a la fuerza por las autoridades durante las obras de Río 2016. FOTO cortesía Amnistía Internacional / sergio ortiz
12 de agosto de 2016

Desde que el 2 de octubre de 2009 Río de Janeiro fue elegida como ciudad olímpica, los cariocas soñaban en una transformación de la ciudad, sin tráfico de dogas, ni violencia, con nueva infraestructura, menos desigualdad y más facilidades en transporte. Una pequeña parte de estos deseos se han hecho realidad: un tranvía en el centro, un tramo de ciclorruta, 150 km de carril único de bus, una línea de metro y un barrio llamado Porto Maravilla, que tras el pomposo nombre esconde una gigantesca operación urbanística de apertura al mar.

Lo que nadie se imaginaba es que albergar una cita deportiva como ésta pudiera dividir a una población que, hoy día, tiene sentimientos opuestos. “Los Juegos deben servir a las ciudades, no las ciudades a los Juegos.” La frase, de Pasqual Maragall, alcalde de Barcelona en 1992, luce en letras grandes en una de las paredes de la sala donde se reúnen las autoridades responsables de las obras. La cita se repite como un mantra por su similar de Río, Eduardo Paes, cada vez que inaugura un sitio.

Sin embargo, para Maria da Penha Macena esta frase invirtió el sentido cuando supo que, junto a 600 familias establecidas hace cinco décadas, sería desalojada de su casa después de 23 años de vivir en Vila Autódromo, situado en Barra de Tijuca, en la zona oeste. El barrio, una comunidad humilde de calles sin asfaltar y condiciones pésimas de saneamiento, estaba adosado al Parque Olímpico, un caramelo para los inversores, aunque la alcaldía siempre alegó que la demolición de la casas facilitaba el acceso a las instalaciones olímpicas. “La especulación inmobiliaria nos echó, los Juegos son una simple excusa”, afirma Maria, de 51 años, símbolo de la resistencia y la lucha de esta favela.

La alcaldía señala que, entre 2009 y 2015, 77.206 personas tuvieron que salir de sus casas debido a los grandes eventos que acogía la ciudad. Sin embargo, desde Amnistía Internacional hablan de al menos 100.000 personas.

Humildes tragedias

El 8 de marzo de este año, Vila Autódromo parecía una ciudad después de un terremoto: casas medio derruidas, escombros amontonados, y apenas un centenar de chabolas restaban en pie, cuyas paredes de ladrillo decoradas con grafitis hablaban por sí solas: “No todos tenemos un precio” o “Somos pobres, ¿pero no tenemos los mismos derechos?”. El mismo día, Maria da Penha vio cómo una grúa de tres metros se llevaba por delante más de media vida en cuestión de segundos.

“Todo lo que ves, lo construimos nosotros. Las mujeres pedíamos dinero casa por casa para construir la marquesina del bus para que cuando lloviera los niños no se mojaran y cuando hiciera sol no nos muriéramos de calor. Nosotros le dimos nombre a las calles. También construimos la plaza”, recuerda emocionada.

Junto a ella, unas 3.000 personas han tenido que salir a regañadientes y dejar enterrados sus recuerdos en un terreno víctima de la fiebre de la especulación inmobiliaria que vive Río desde que se convirtió en sede del Mundial de Fútbol del 2014 y de los JJ. OO.

En 2015, Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional, proclamó optimista: “Los Juegos de Río dejarán el mayor legado en una ciudad desde Barcelona ‘92”. Un legado irreconocible para habitantes de Vila Autódromo, que a duras penas pudieron adaptarse a una nueva vida en un barrio periférico.

“Ellos tienen la convicción de que el pobre no puede vivir al lado del rico. Esto es lo que realmente molesta a estas grandes empresas. No se justifica que una comunidad como ésta, sin narcotráfico ni milicia, que no da ningún costo para el Estado, la quieran desaparecer”, lamenta Altair Antunes, presidente de la Asociación de Vecinos —cuando Vila Autódromo era un barrio—.

Algunos resisten

Ahora apenas 20 familias permanecen en la zona, después de que, bajo presión, la alcaldía entregara 20 viviendas nuevas. Son familias que a diferencia de las otras, no han querido acogerse a las elevadas indemnizaciones que se les ofrecía, ni vivir en un apartamento estrecho, lejos de donde estaban. Aún así, la resistencia no les fue fácil: primero les cortaron servicios básicos como el agua y la luz, después llegaron los conflictos con la Guardia Municipal y, en ocasiones, las agresiones físicas, como en el caso de Maria da Penha, víctima de un desalojo forzado.

No sirvieron de nada las denuncias que hicieron más de la mitad de los habitantes de la comunidad por haber sido hostigados para dejar sus casas. Los desalojos llegaron de madrugada, sin previo aviso y con los inquilinos dentro.

Desde su ventana de aluminio, Maria da Penha atisba el Centro de Prensa del Parque Olímpico. Estos días, miles de trabajadores, voluntarios, periodistas y visitantes circulan por la zona, que en quince días quedará desierta. “Nos echaron para un evento de 17 días”, decía una amiga suya.

Maria y esas 20 familias que permanecen en Vila Autódromo son el símbolo de la victoria, una victoria ajena a la que conseguirán los atletas en los estadios que quedan a pocos metros de su casa.

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