Esa madrugada del 24 de febrero de 2022, el mundo entero presenció cómo se concretaba la amenaza que el presidente ruso Vladimir Putin había mantenido sobre los ucranianos desde que se tomó a la fuerza en 2014 el territorio de Crimea y partes de Donbás. Los ataques lanzados con misiles en las afueras de Kiev fueron el campanazo inicial de una batalla de la que hoy no se conocen datos certeros de víctimas mortales en ambos bandos, ni de los desaparecidos, ni de los niños huérfanos, ni de las numerosas violaciones de derechos humanos a los civiles, que hoy, dos años después, intentan sobrellevar los estragos de una guerra, de la cual no se ve, por ahora, un pronto final.
Esa madrugada familias enteras se refugiaron en los sótanos fríos de sus edificios, sin luz, sin calefacción y con la escasa señal que tenían en sus celulares comenzaron a narrar el horror de lo que escuchaban en la distancia. Horror que se convirtió con el paso de los días en muerte, desolación y en un vuelco total de sus vidas. Entonces comenzó el desplazamiento forzado de más de 14 millones de ucranianos, que huyeron para salvar sus vidas dejando atrás todo lo que hasta ese entonces tenían: una vida en familia, la universidad, el colegio, los amigos, la casa, el parque, las mascotas...
Recorrieron miles de kilómetros a pie, en carros, en trenes, en barcos y en avión para labrarse un destino y en ese tránsito no han perdido la fe de regresar algún día a su país, Ucrania, libre de guerra y del asedio ruso, un sueño difícil de alcanzar sobre todo si luego de dos años, Putin parece más envalentonado por sus pírrricas conquistas militares, como la ocurrida hace apenas una semana cuando su ejército tomó posesión de Avdiivka, una pequeña ciudad industrial ubicada en la cuenca del Donbás, que de tener cerca de 34.000 habitantes, hoy quedan allí, entre las ruinas humeantes que dejaron los ataques, unas 1.200 personas.
“Avdiivka tiene un gran valor simbólico, pero estratégicamente es insignificante”, le dijo a la AFP Ivan Kliszcz, del Centro Internacional de Defensa y Seguridad (ICDS), en Estonia.
Le puede interesar: Joe Biden anunció que impondrá más de 500 sanciones contra Rusia por muerte de Navalny
Víctimas sin cuantificar
Las cifras oficiales de los civiles que murieron desde el inicio la invasión rusa, en febrero de 2022, están muy por debajo de la realidad, ya que no se ha podido hacer un recuento independiente. La principal razón es la imposibilidad de acceder a los territorios ucranianos ocupados por Rusia, señala la agencia AFP.
En junio de 2023, las autoridades ucranianas contabilizaron 10.368 civiles muertos. Pero “creemos que la cifra más probable es cinco veces superior. Es decir, alrededor de 50.000” víctimas, precisó en ese entonces Oleg Gavrych, consejero del jefe de gabinete del presidente Volodimir Zelenski, citado por AFP. Naciones Unidas habla de 10.000 civiles muertos, aunque admite que el balance es “considerablemente superior”.
Y debe ser así, porque solo en Mariúpol, ciudad portuaria en el sur del país, donde Rusia concentró sus primeros ataques contra la población civil entre febrero y mayo de 2022, se estimó la muerte de unas 25.000 personas. Las imágenes de los cadáveres expuestos en las calles, amontonados, se convirtieron en un símbolo doloroso de esta invasión.
Las bajas militares también son inciertas de un lado y del otro, los Estados Mayores no comunican sobre el número de soldados muertos, por lo que es necesario referirse a estimaciones de terceros.
El sitio web ruso Mediazona y el servicio ruso de BBC, citados por AFP, identificaron alrededor de 45.000 soldados rusos muertos desde febrero de 2022, en una investigación conjunta publicada el miércoles 21 de febrero. En agosto, el diario The New York Times citó a oficiales estadounidenses, que del lado ucraniano, evaluaron las pérdidas militares en 70.000 y el número de heridos de entre 100.000 y 120.000.
Para las organizaciones humanitarias, como el Comité Internacional de la Cruz Roja, es un reto establecer cuántas personas desaparecidas ha dejado la confrontación. En un comunicado del pasado lunes afirmó que investiga la desaparición de unas 23.000 personas de ambos lados, pero en los últimos dos años ha recibido más de 115.000 solicitudes de búsqueda de familiares tanto en Rusia como en Ucrania. Pero no es una tarea fácil. “Hasta el 31 de enero de 2024, el CICR (...) ayudó a 8.000 familias a obtener información sobre la suerte o el paradero de sus seres queridos”, expresó en el comunicado.
El otro drama es el de miles de niños que fueron arrebatados a sus padres y llevados a la fuerza a territorio ruso. La organización Aldeas Infantiles habla de que por lo menos 700.000 niños ucranianos están retenidos en territorio ruso, según las declaraciones de Lukashov Serhii, director de esa entidad en Ucrania. “El Kremlin les ha cambiado el nombre, les ha hecho nuevos pasaportes y permanecen en lo que llaman campos de reeducación. Un verdadero crimen de guerra”, detalló el directivo a medios locales en España. De ellos, Aldeas Infantiles ha logrado localizar a más de 9.500, de los cuales 386 volvieron a su país. Cada tanto, Rusia informa de deportaciones de niños, como esta semana que bajo la mediación de Catar se logró que 11 menores de edad, entre los 2 y los 16 años, regresaran a su país, de un total de 59 que han retornado gracias al trabajo de la embajada catarí.
Sobre este tema, la Corte Penal Internacional (CPI) había emitido en marzo del año pasado una orden de arresto contra Putin y la comisionada rusa para la Infancia Maria Lvova-Belova, por presunta “deportación ilegal” de menores, pero todas estas medidas son un canto a la bandera para el gobierno ruso.
La vida hoy en Ucrania
Así como la comunidad internacional comienza a revaluar la ayuda militar a Ucrania en una clara fatiga de un conflicto que no va para ningún lado —aunque haya temor de que no hacerlo es darle espacio a Rusia para ganar terreno y fortalecer su aparato militar, como de hecho ya ocurre —, los ucranianos intentan llevar una vida, “lo más normal posible”.
La familia de Nathasa*, una joven de 24 años, se enfrenta día a día a los rigores de una economía, que desde que comenzó la invasión, ha encarecido los productos en el mercado hasta tres veces su valor. En Kiev se consigue de todo en las tiendas para suplir las necesidades de alimentos, vestuario y medicamentos.
Gran parte de la cotidianidad está marcada por los sonidos de las sirenas y las alertas que resuenan cada cierto tiempo como señal inevitable de ataques. “Pero la gente está cansada de la guerra. Van al trabajo, a la universidad, a los colegios, a los parques, intentando superar lo que no pueden evitar. Muchos ni siquiera van a los refugios, ignoran las alertas de ataques que les llega a los celulares, a través de una aplicación en la que les informan cuando comienzan y cuando terminan, pero siguen de largo en lo que están”.
En varias de las ciudades, prosigue Nathasa, incluso en las que están ubicadas más al occidente del país, hay un rechazo general a todo lo que proviene de Rusia: el idioma, el arte, la cultura en general, “al punto de que si alguien habla en ruso, a pesar de haber sido el idioma principal, puede terminar hasta en peleas”, cuenta Nathasa.
Y eso ha llevado a desarrollar un alto sentido nacionalista para promover las tradiciones ucranianas. Las mujeres, por ejemplo, visten con más frecuencia las vyshyvanka (blusas bordadas típicas) y llevan los sylyanka beeds (collares artesanales hechos con semillas), como una forma de conectarse con sus raíces.
Son ellas, las mujeres, las que tienen sobre sus hombros las mayores responsabilidades en la vida cotidiana de Ucrania. La guerra envió a los hombres al frente de batalla y ellas, como ya lo hicieron hace 10 años cuando estalló el conflicto en Crimea, se quedaron levantando a sus familias y sosteniendo gran parte de la economía del país. “También se ocupan todo el tiempo de buscar donaciones para llevar a los campamentos militares, al fin y al cabo todos de alguna manera tienen en ellos a sus esposos, padres, hijos y amigos. No quieren dejarlos solos”.
*Nombre cambiado