El juicio de Gisèle Pélicot, que comenzó esta semana en Aviñón, Francia, es uno de los testimonios sobre violación y abuso sexual más desgarradores y complejos en la historia reciente del país y del mundo.
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Tras una ardua investigación policial, que inició en 2020, se conocieron los escabrosos detalles de este crimen que tiene conmovida a la población feminista, luego de que informaran que esta mujer fue violada en repetidas ocasiones por 72 hombres con ayuda de su esposo Dominique Pélicot, quien la drogaba y la filmaba mientras los hombres accedían carnalmente a su mujer.
A partir de grabaciones que tenía su marido Dominique, se pudo identificar a 51 de los abusadores y se calcularon aproximadamente 200 violaciones contra Gisèle Pélicot.
Según descripciones del diario El País, la mujer decidió llevar un juicio público, con el rostro descubierto, buscando justicia y la mayor exposición de sus violadores. “Cuanta más publicidad, cuanta más deshonra para ellos, mejor”, fue la firme postura de la víctima al tomar esta difícil decisión. Gisèle no se enfrenta sola a este proceso; sus tres hijos la acompañan en todo momento.
La primera audiencia, que se llevó a cabo este lunes 2 de septiembre, expuso una realidad desgarradora. La segunda sesión, realizada al día siguiente, fue aún más perturbadora cuando comenzaron a detallarse los abusos sufridos por Gisèle y su familia.
Caroline, la hija de la víctima, no pudo soportar la crudeza de los testimonios y, tras unos minutos, rompió en llanto, abandonando la sala temporalmente, cuando en los hechos descritos se incluían pruebas como fotomontajes encontrados en la computadora de su padre, en los que Caroline aparecía desnuda. La carpeta de fotografías y videos se llamaba: “Alrededor de mi hija, desnuda”.
Gisèle, sin embargo, permaneció serena, describió el periodista de El País. Con gafas de sol, apenas cambió de expresión mientras escuchaba los detalles de los abusos, observando a su esposo, quien mostraba una actitud distante y desafiante desde el banquillo de los acusados. A pesar de la gravedad de los crímenes, él no mostró signos de arrepentimiento ni intentó ocultar su rostro, como hicieron muchos de los otros acusados, quienes asistieron con tapabocas o se cubrían con su ropa hasta la nariz.
El inicio de la investigación que reveló estos atroces crímenes comenzó de manera casi accidental en 2020. Dominique Pélicot, el esposo de Gisèle, fue detenido en un supermercado tras ser sorprendido filmando a clientas bajo sus faldas. Este incidente llevó a las autoridades a descubrir miles de fotos y videos en su domicilio, donde se evidenciaba cómo su esposa había sido violada por decenas de hombres mientras estaba drogada e inconsciente.
Gisèle no tenía recuerdos de estos actos debido al uso de benzodiazepinas, medicamentos que su esposo le administraba para mantenerla en un estado similar al coma.
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Durante años, sus hijos pensaron que su madre sufría de problemas de memoria o incluso un inicio de Alzheimer, sin imaginar la verdadera causa de sus lagunas mentales.
El juicio involucra a 51 hombres de los 72 identificados por las autoridades en las fotos y videos incautados. Dominique, quien se mostraba ante el mundo como un padre de familia ejemplar, utilizaba foros en línea para ofrecer a su esposa inconsciente como un “juego” para otros hombres.
En un grupo titulado “Sin su conocimiento”, detallaba las reglas para participar en las violaciones. Solo dos personas se negaron a participar tras conocer los detalles del abuso, y solo una de ellas reconoció que lo que se les ofrecía era una violación, aunque tampoco denunció los hechos a las autoridades.
Los perfiles de los violadores varían desde bomberos y periodistas hasta simples jubilados y trabajadores comunes. Todos, aparentemente, llevaban vidas normales, algunos incluso eran considerados buenos padres o abuelos cariñosos.
Sin embargo, en la intimidad de la casa de los Pélicot, seguían las instrucciones detalladas para no despertar a la víctima: entrar sigilosamente, desnudarse en la cocina, y evitar el uso de perfumes o tabaco para no alterar el entorno. También debían calentarse las manos antes de tocar a Pélicot, pues podrían despertarla.
Dominique Pélicot enfrenta cargos de violación agravada, al igual que los otros 50 agresores. Aunque muchos han confesado los actos sexuales, sus defensas se centran en la excusa de que no sabían que la víctima estaba inconsciente, alegando que todo era parte de un juego de una “pareja libertina”.
Sin embargo, el juicio revela otra verdad: el abuso sistemático, la traición y el horror que Gisèle Pélicot tuvo que enfrentar durante una década, mientras confiaba ciegamente en la persona que se suponía debía protegerla.
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Ahora, mientras los acusados repiten sus justificaciones, Gisèle sigue en su asiento, observando a los hombres que durante años destrozaron su vida. Este juicio es más que una búsqueda de justicia; es un testimonio del coraje de una mujer que, frente al horror, eligió la verdad y la dignidad como su mejor arma.