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2020, el año del declive político de Boris Johnson

A doce meses de haber arrasado en las urnas, el liderazgo del premier británico se debilita y su popularidad decae. ¿Qué está pasando?

  • Para Boris Johnson, establecer nuevas restricciones a barcos europeos para pescar en aguas británicas es símbolo de una nueva independencia. FOTO AFP
    Para Boris Johnson, establecer nuevas restricciones a barcos europeos para pescar en aguas británicas es símbolo de una nueva independencia. FOTO AFP
12 de diciembre de 2020
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Reino Unido no había tenido un líder que causara opiniones tan divididas desde Margaret Thatcher. Este sábado 12 de diciembre se cumple un año desde que un imbatible Boris Johnson disolviera el Parlamento y arrasara en las elecciones generales, haciéndose con una mayoría del 49,6 % de los escaños para el Partido Conservador.

Criticada por reformar la economía a costa de duras confrontaciones con los sindicatos, la mítica “dama de hierro”, ícono neoliberal, sigue siendo, aún siete años después de su muerte, una figura contradictoria entre los británicos. Una encuesta del portal YouGov realizada en abril del año pasado muestra que mientras el 14 % de las personas considera que fue una gran primera ministra, el 20 % cree que fue terrible. Una brecha que ahora Johnson supera.

Cifras de YouGov con corte al 23 de noviembre evidencian que el 58 % de los ciudadanos desaprueba la gestión de Boris, mientras que apenas el 34 % la aprueba. Un panorama completamente diferente al fenómeno electoral de hace un año. ¿Qué pasó?

La factura que pasó la covid

El pasado 27 de marzo el mundo supo que el primer ministro había contraído coronavirus. Su salud se complicó rápidamente y tuvo que ser hospitalizado durante siete días, tres de ellos en una unidad de cuidados intensivos. Durante ese tiempo, la jefatura del Gobierno quedó en manos del ministro de Relaciones Exteriores, Dominic Raab.

Resultaba contradictorio. Para ese entonces, según datos de la Universidad Johns Hopkins, el país acumulaba unos 80.000 contagiados y 9.892 muertos por el virus, pero Johnson había sido escéptico. Durante sus apariciones en público a inicio del año se le podía ver saludando de mano y rehusándose a usar mascarilla. Y aunque el 28 de febrero murió el primer británico a causa del virus, solo hasta el 24 de marzo el mandatario decretó el confinamiento. “La gente puede lavarse las manos y seguir haciendo lo de siempre”, dijo en un mensaje en video transmitido por BBC.

Hoy, tras lo que expertos han denominado una “segunda ola” de la pandemia, Reino Unido alcanzó un pico de hasta 33.470 contagios nuevos el 12 de noviembre, con un total acumulado de 1,77 millones de casos y 62.566 muertes. Para Alejandro Godoy, magíster en Relaciones Internacionales y profesor de la Universidad Militar Nueva Granada, la postura inicial hacia la pandemia le costó a Johnson buena parte de su capital político.

“Ya Reino Unido se convirtió, tristemente, en uno de los países que superaron la barrera de 50.000 muertes por covid-19 y en medio de semejante crisis, vimos a Johnson hace un par de meses quejándose de que su salario y sus condiciones de vida no eran las propicias para un primer ministro. Esto, evidentemente, no fue bien acogido por la opinión pública”, señala.

El episodio al que hace referencia el académico ocurrió el pasado 19 de septiembre, cuando citando anónimamente fuentes de su círculo más íntimo, el diario británico The Times aseguró que el mandatario estaba preocupado por su salario, pues por su nuevo cargo no pudo mantener la columna que escribía en The Daily Telegraph cuando era diputado, ni seguir ofreciendo conferencias, por lo que, de recibir 380.000 euros al año, ahora solo devenga unos 163.000.

Pero si Johnson tiene razones para preocuparse por su propio bolsillo, también los ciudadanos. Y en este punto, la pandemia y el Brexit empiezan a entremezclarse, generando una tormenta perfecta para el gobierno conservador.

El coronavirus desató en territorio británico una crisis económica con escasos precedentes. Hace dos semanas, el ministro de Finanzas, Rishi Sunak, admitió que se han perdido 750.000 empleos y que la economía nacional estaba experimentando “enorme presión y estrés”, sin embargo, se negó a implementar medidas de austeridad en el gasto público. Días después, el 25 de noviembre, Sunak anunció “la mayor contracción económica que hemos experimentado en 300 años”, con una caída del Producto Interno Bruto del 11, 3 % en 2020.

Las previsiones de la Oficina de Responsabilidad Presupuestal, que controla las finanzas públicas en el país, no son alentadoras: se espera que el número de personas desempleadas llegue a 2,6 millones en 2021 y que la deuda pública para hacer frente a la crisis alcance los 422.000 millones de euros.

Y ahora, por fuera de la Unión Europea, Reino Unido no podrá beneficiarse de la porción que le correspondería de los 1,8 billones de euros del Fondo de Recuperación que gestiona el bloque. Aún más, si todo continúa su curso actual, a partir del 1 de enero de 2021, regirán entre el archipiélago y Europa fuertes barreras arancelarias.

Sin consenso

Pese a la pandemia y sus consecuencias, el investigador asociado del Observatorio de Análisis de Sistemas Internacionales de la Universidad Externado, Rafael Piñeros, considera que el verdadero “duro golpe” para el liderazgo de Johnson y para el partido conservador sería no alcanzar un acuerdo posbrexit con Europa: “Uno pensaría que con la crisis del coronavirus, el primer ministro debía haberse debilitado más. Esa era mi sensación inicial. Sin duda está golpeado políticamente y las encuestas y la percepción de hoy no reflejan esos resultados electorales de 2019, pero llegar al 1 de enero sin acuerdo comercial con la UE sí sería un duro golpe, porque el Conservador ha sido el partido abanderado de los empresarios y los negocios”.

Acotó Piñeros que “hoy son esas empresas, el sector financiero y la City de Londres, los que se verían significativamente afectados con la entrada en vigencia de un Brexit duro. Muchos bancos de inversión ya han decidido mudarse de Londres a Francfort o París, mientras que crece el temor en las compañías cuyos principales socios comerciales son países europeos. Un Brexit sin acuerdo por supuesto que sería un fracaso, porque el empresariado es supuestamente la base del partido y en este momento eso no se está materializando, dijeron que el Brexit iba a ser la mejor decisión para el país, pero hoy Reino Unido tiene acuerdos más o menos similares con Japón y está negociando algo parecido con Estados Unidos. No es nada excepcional”.

Desde el 2 de marzo, el bloque y su exsocio se sentaron a la mesa, un proceso de negociación lleno de plazos y ultimátums y que aún no arroja resultados. Ambas partes han sostenido férreas posturas frente a temas álgidos ya conocidos: los derechos de pesca para barcos europeos en aguas británicas y las barreras aduaneras para productos de Irlanda del Norte.

Visiblemente preocupado por la situación, el alcalde de Londres, Sadiq Khan, alzó su voz este miércoles: “Si no se puede alcanzar un acuerdo comercial en los próximos días, urjo al primer ministro, Boris Johnson, y a la Unión Europea a que extiendan el periodo de transición”, porque un Brexit duro “simplemente no es una opción. Supondrá pérdidas para Londres y Bruselas en los puestos de trabajo, reducirá el crecimiento económico y golpeará los niveles de vida”.

Y añadió que “También sería un gran fracaso político en el peor momento posible, justo cuando estamos en un momento crucial en nuestra lucha contra la pandemia. Toda región en Europa está en medio de una crisis sanitaria y económica en una escala sin precedentes”.

Pero ni Londres ni Bruselas quieren ceder. El jueves, tras una reunión de emergencia entre la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y Boris, las expectativas de lograr deponer las diferencias decayeron. Ambas partes fijaron el próximo domingo como plazo perentorio para finiquitar las negociaciones.

Ese mismo día, más tarde, al ser preguntado sobre la reunión, el premier británico afirmó a periodistas que “existe ahora una fuerte posibilidad de que tengamos una solución que se parezca más a la relación que Australia tiene con la UE”, es decir, sin tratado de libre comercio y con aranceles según lo estipulado por la Organización Mundial del Comercio.

Piñeros explica esta intransigencia desde ambos lados del Canal de la Mancha como “la pretensión de demostrar fortaleza. La UE con Reino Unido era muy fuerte en términos comerciales. Sin él, sigue siendo un actor fuerte y eso hace que haya una sensación constante de tener que definir quién es el que se tiene que adaptar a las condiciones del otro”.

Una apuesta dura que desde ya deja pérdidas, sobre todo, para quien prometió enmendar los errores de Theresa May y hoy, según YouGov, tiene más desaprobación que ella.

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