Las ondas van a sonar cuando el amor llegue. Y van a sonar, incluso, por encima de todos los otros instrumentos. Los sobrepasa.
Turangalila significa amor al cosmos. El compositor de la Sinfonía, Olivier Messiaen, lo expresaba así: “quiere decir a la vez canto de amor, himno a la alegría, tiempo, movimiento, ritmo, vida y muerte”.
Y cuando se escuche hoy en el Teatro Metropolitano, varias cosas van a suceder por primera vez: nunca se había tocado en la ciudad y nunca, tampoco, se habían interpretado Las ondas de Martenot.
“Digamos que el instrumento existía mucho antes que la sinfonía se compusiera, porque fue inventado en 1928 por Maurice Martenot. Lo presentaron por primera vez en la Ópera de París. Turangalila fue escrita entre el año 45 y 48 y la onda ya existía. El compositor la conoció y utilizó el instrumento como parte constituyente de su sinfonía, dándole el rol de solista. Lo utiliza, sobre todo, en la parte más expresiva, en lo que se llama canto de amor. Las ondas doblan la parte de los instrumentos de cuerda”, explica la maestra Pure Penichet-Jamet.
En el mundo, más o menos, señala ella, y pensando en una cifra justa, hay solo unos 50 músicos que ejecutan Las ondas de Martenot, incluyendo a profesionales y a estudiantes.
Es más, cuando se quiere hacer un concierto con este instrumento, hay que viajar con él. La maestra lo trajo a Medellín, para que fuera posible el Turangalila.
“Esa obra es como cuando pasa un cometa. Se demora otros 75 años para pasar. No sé cuándo la volveremos a tocar en Medellín”, explica Gonzalo Ospina, concertino principal de la Orquesta Filarmónica de Medellín.
Lo que pasa es que es una sinfonía muy extensa, añade él: diez movimientos. Además requiere de una muy rica instrumentación en la percusión, un piano solista y las Ondas de Martenot. Son más de cien músicos en escena.
“Lo difícil de la obra es -comenta Gonzalo-, primero, reunir todo ese instrumental. Además, la obra es muy exigente para la orquesta, porque los ritmos no son tradicionales. Utiliza los elementos de la música occidental, para recrear sonidos orientales”.
Detalles que enamoran
La maestra Pure llegó a Las ondas hace muchos años. Más de treinta. Aprendió con Martenot y con Messian. Y aunque ya era pianista, se encantó. “Las ondas tienen una inmensa sensibilidad y una capacidad para hacer muchísimas cosas diferentes, imitaciones de sonidos distintos. Con la onda puede imaginarse muchísimas cosas. Es un instrumento encantador”.
En Europa es más conocido. En América del Sur no tanto, en parte porque no hay. Es más, ella, casi que a donde va, debe contar sobre él, y eso le gusta: es la manera de que siga existiendo. A Colombia vino una vez, en 1993.
Por eso quizá el maestro Gonzalo hace la analogía con lo del cometa. No sabe cuándo volverán a venir Las ondas.
La sinfonía tiene un elemento particular. No solo es para oírla, sino para sentir las sensaciones y para ver a los músicos interpretar esa obra que llevan trabajando durante dos semanas. “Para ellos, yo diría, que es una obra casi pedagógica”, afirma la maestra. A todos les tocó trabajar y sobreponerse a las dificultades. En el ensayo del jueves, cuenta ella, ya todo empezaba a estar en orden.
Hoy, por supuesto, todo estará exacto. Cuando las ondas suenen, el amor va a llegar y a sonar y las paredes van a conversar.
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