Estoy en un café, la gente conversa y de repente hace su aparición una banda de blues: The Big Bones. Inician con una canción de Eric Clapton, y después tocan una de B.B. King. Magníficas. Cuatro o cinco mesas giran sus sillas hacia los artistas. El resto continúa con su cháchara y el brindis, el recital de cubiertos y platos.
Los músicos no significan nada. Son parte del "ambiente".
Debo reconocer que mi fe en Dios a veces flaquea, pero de lo que no tengo la más mínima duda es de la existencia del Demonio, la cual confirmo siempre que percibo la mal llamada "música ambiental". A través de ella he comprendido el verdadero significado de la "música satánica".
Y no es solo porque estorba y amplifica el ruido, sino por su efecto soporífero en el ser humano: hemos dejado de sentir, oír y apreciar la música para incorporarla a un paisaje insufrible.
Imagino el Infierno con Richard Clayderman , vestido de blanco, aporreando las teclas de un piano del mismo color, al lado de Satán, con un trincho en el que ensarta todas las versiones ordinarias, chuecas, mal interpretadas, dulzonas, patéticas y flojas del repertorio clásico universal.
Pobre Beethoven, vendiendo paletas; desgraciado Bach en el tedio de los conmutadores; infeliz Vivaldi en los ringtones que despiertan a los universitarios en clase. Desheredado Mozart en los pasillos de centros comerciales? in saecula saeculorum.
(Mejor ni hablar de la música lounge. Debería ser restringida a uso quirúrgico como anestesia general).
No se trata de presumir de oídos castos, impolutos. Todo lugar tiene sus sonidos naturales (la ciudad, el campo, el ascensor, el restaurante, la peluquería?), pero aumentarlos degenera en ruido. Pura bulla.
¿Dónde está Satán? En la grabadora de hombro con su estela de reguetón trastornando la quietud en una playa apacible; en los monstruosos amplificadores de barrio compitiendo con sus decibeles; en el consultorio del odontólogo que emplea su equipo de sonido, además de la fresa, como herramienta intimidatoria.
¿Quién no se ha querido tirar de un avión de Avianca cuando encienden (en los parlantes de techo) la banda sonora de sus vuelos?
Disfruto inmensamente la música, lo que se puede hacer con ella: la interpretación, las variaciones, la experimentación. Cantar, bailar, oír, componer, hacerle variaciones y vibrar con la música es tener conciencia de ella, atesorarla como la más fiel compañía. Lo inaceptable es convertirla en adorno obligatorio.
Ayer, en el supermercado, sonó la suite Nº. 1 para chelo de Bach. No importa si el intérprete era Casals, Rostropóvich o Yo-Yo Ma; las cajas registradoras, los empleados y clientes discutiendo, las canastas circulando, lo ahogaron cual chelista del Titanic.
Cuenta la leyenda que los músicos del transatlántico tocaron hasta el último momento. De haber previsto el sino trágico de la música, se hubieran arrojado por la borda? antes de chocar contra el iceberg.
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