Doña Rosa, la madre de los hermanos Castaño Gil, siempre tuvo a Carlos por su "niño mimado". Era el consentido de aquella matrona que vio desaparecer a seis de sus hijos en la marejada de violencia que suelen arrastrar narcotráfico, paramilitarismo y conflicto armado. Uno de sus últimos pedidos se lo hizo a Vicente: "devuélvame los huesos del niño, de su hermano, para poder enterrarlo".
A Carlos Castaño lo habían asesinado-desaparecido sus viejos socios de las AUC cuando se cansaron de su tono vociferante, de sus decisiones inconsultas y de sus amagos de traición al haber intentado convertirse en testigo protegido de los Estados Unidos.
Por eso, narrada en palabras de la misma madre de los Castaño, estaba aquella imagen de Vicente, a comienzos de 2007, tirado en el piso de la casa materna, cabizbajo y apenado, semanas antes de ser asesinado en otra calculada conspiración, mezcla de sus exsocios y de otras "fuerzas de extrema derecha" que lo acechaban por resistirse a ser recluido en una cárcel, lo que terminó con la extradición a Estados Unidos, el 13 de mayo de 2008, de la mayor parte de la cúpula paramilitar.
Aunque en enero de 2004 Vicente le advirtió a Carlos Castaño que los jefes de las AUC podían matarlo por sus excesos verbales, retando incluso a los más "traquetos" (los más narcos, entre los que se contaba el mismo Vicente), él se hizo a un lado y autorizó a alias Móvil 5 y alias Monoleche para que mataran a quien fue el jefe visible del paramilitarismo en Colombia entre 1994 y 2004. Lo redujeron, se lo llevaron y antes de matarlo, Monoleche le cobró a golpes varios desprecios. Móvil 5, entonces, dijo: "aquí solo vinimos a cumplir una orden. Mátelo, sin humillar".
Era curioso: aquellos restos que la madre de los Castaño le reclamó a Vicente, eran los mismos huesos que por años fueron la pesadilla de Carlos cuando recordaba la tumba y el cadáver de Fidel deslavados por una tempestad y la corriente del río Sinú, en un potrero de la Finca Las Tangas.
Ese Fidel implacable que se enfrentó en su momento a Pablo Escobar y que Carlos mató en una repetición de la historia parricida de aquel clan familiar. El mismo Fidel que acabó con la vida de su hermano Ramiro, de "ideas izquierdosas", porque lo creía cómplice de la guerrilla en el secuestro de su padre, Antonio de Jesús Castaño.
El mismo Fidel Castaño que comenzando los años noventa embarcó a otros dos de sus hermanos en una avioneta cargada de cocaína y que, a pesar de ser avisado de que la Fuerza Aérea Colombiana podía derribarlos, los obligó a continuar el vuelo y a encontrarse con la muerte.
Esto suena a novela. Pero así es Colombia: un libro de páginas incontables al mejor estilo del realismo trágico.
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