Inteligente y valerosa fue Laura Montoya. La misma que ya entra al santoral católico.
Se enfrentó no solo a la selva sino a quienes no miraban con buenos ojos su lucha en favor de los derechos legítimos de los indígenas. Fue una maestra que enseñaba con sabiduría y una misionera -quizá demasiado abierta en su momento- para penetrar con el hondón del alma de los desposeídos y marginados.
Conocimos la obra de la madre Laura por boca del abuelo. Cuando a diario lo llevábamos a la empedrada plaza de la antigua capital de Antioquia para cumplir su rito diario de esperar la llegada, en bus de escalera, de El Colombiano -del cual era su agente-, nos señalaba la que fuera residencia por algún tiempo de la religiosa. En la vieja ciudad fundó la revista Almas, con profundas meditaciones sobre la Biblia.
Relataba el abuelo que Laura fue su amiga y le sirvió de escudero cuando algunas voces airadas se levantaban en su contra, desoídas afortunadamente por el entonces obispo de la primera diócesis antioqueña, monseñor Francisco Cristóbal Toro. El mitrado apoyó a Laura para que desde Urabá persistiera en su camino de heroicidad. Desde Dabeiba luchó en favor de las tribus indígenas para que se les reconociera que también tenían alma y sentimientos.
Fue en su vida atacada por diversos actores. Acusada con infamia -antes de tomar los hábitos religiosos- de haber desbaratado un matrimonio de alguna de sus discípulas para forzarla a abrazar el estado religioso, se defendió con sólidos e inteligentes argumentos. Una novela del escritor Alfonso Castro, "Hija espiritual", la injuriaba y la sometía a escarnio público. Profesores, padres de familia, alumnas todas, salieron en defensa de Laura Montoya. En las obras completas de don Tomás Carrasquilla, están estos testimonios acerca de la conducta intachable de la que hoy honra al país y a su región como prototipo de la dedicación por los desvalidos y desarraigados.
Prosa natural, sin adornos empalagosos la de la madre Laura. A veces, leyéndola, cree el lector que se equivocó de autora y cayó en las páginas místicas de Teresa de Ávila.
Frases de gran calado intelectual y espiritual. Cronista aguda para desentrañar los misterios de la manigua. Sus Cartas Misionales lo testimonian. Era un castellano "derramado en soltura".
Así que desde ahora la maestra "monstruosa e impura", la "falsa beata, disociadora que trastornó a una aventajada discípula" para hacerla arrepentir del matrimonio para que abrazara la vida monacal, según innoble ataque del escritor Alfonso Castro -quien en su lecho de muerte se arrepintió de la calumnia- está en los nichos de las iglesias. Esta maestra y misionera, por su labor, ha sido espiritualmente premiada, como en su momento lo hizo el presidente Eduardo Santos al imponerle la Cruz de Boyacá.
Obró con amor, con desprendimiento, con dedicación, con inteligencia en favor de las gentes más humildes y desposeídas de ese Urabá, entonces sumergido en la espesura de la jungla. Defensora de los indios como Bartolomé de las Casas. Escritora mística como Teresa de Ávila. Misionera, como Francisco Javier. Su amor por los desvalidos al estilo de Teresa de Calcuta. ¿Se podrá pedir más?.
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