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Las disputas ideológicas de Héctor Abad

Habló de literatura, de sus desacuerdos con EL COLOMBIANO y con otros colegas.

  • Las disputas ideológicas de Héctor Abad | Héctor Abad tiene 53 años. Vive entre su finca en La Ceja y su apartamento en Medellín. Es en Antioquia donde quiere verse enterrado algún día. FOTO DONALDO ZULUAGA
    Las disputas ideológicas de Héctor Abad | Héctor Abad tiene 53 años. Vive entre su finca en La Ceja y su apartamento en Medellín. Es en Antioquia donde quiere verse enterrado algún día. FOTO DONALDO ZULUAGA
06 de febrero de 2012
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Si a alguien se le ocurre decir que Héctor Abad Faciolince es tropelero, es porque no ha visto lo mansito que resulta sentado al frente del lago de su finca.

No luce ni tan bravo ni tan cáustico como la tinta que hierve dentro de su pluma. De su cabeza cubierta de canas prematuras y enredadas, en realidad solo salen signos de señor simpático.

Si hubiéramos sabido que del fondo de la montaña aparecería un hombre tan crédulo, tan sonriente, nos habríamos ahorrado el sudor molesto de las manos y esos nervios de quien se vuelve a encontrar, varios años después, con una antigua novia con la que se distanció entre insultos y vituperios.

"Las entrevistas siempre dan un poquito de nervios. Les digo que aquí nunca había venido ningún periodista", diría luego él entre risas.

Pero la entrevista empezó mal, hay que decirlo. A pocos minutos de salir de Medellín rumbo a La Ceja -a la finca que Héctor eligió para verse algún día enterrado-, Gerardo Hernández , el conductor comisionado para llevarnos, vaticinó lo que parecía un mal presagio:

-Antes tengo que ir a llevar una correspondencia a la casa del señor Álvaro Uribe Vélez , en Llanogrande-, anunció como si nada.

-Pero, ¿no podríamos, acaso, dejarlo para luego? ¡Vamos a llegar tarde! -lo increpamos-

Gerardo, un hombre bueno, cuya gran virtud es cumplir sus obligaciones a rajatabla, no escuchó razones y de paso nos precipitó a la más grande de las paradojas. ¿Cómo le explicamos a Héctor Abad que llegamos tarde porque estábamos en la casa de Uribe?

Héctor Abad -en un acto de perfecta mansedumbre-, no solo comprendió los motivos de la demora, sino que al escuchar el cuento, soltó la primera risotada del día.

Héctor pasa buena parte de su vida en una cabaña en medio de unas colinas que, según él, no son más feas que las montañas del Cáucaso o de Los Alpes. Se despierta allí con la única compañía de un Sirirí destemplado que le recuerda, de manera casi corrosiva, a los políticos y periodistas con los que se enfrenta hasta la médula: "son igual de cansones", dice. Y ahí seguirá viviendo hasta que le llegue la hora y el día. "Antioquia es el lugar donde me siento más cómodo, donde se habla con el acento que mejor entiendo, las miradas que puedo interpretar sin equivocarme. Uno es de donde estudió el bachillerato, probablemente", dice.

Nos propuso conversar recorriendo los senderos de la finca, en algo que llamó "una entrevista peripatética", semejante a aquellos diálogos en medio de caminatas en los que se desenvolvía el diálogo de Aristóteles con sus discípulos, por entre las sendas del bosque.

"La última entrevista que di, fue escribiendo en una libreta. Me preguntaban y yo escribía. Porque me parece que a mí me salen mejor las ideas escritas que hablando. Pero bueno, uno caminando se distrae del superyó y eso le permite hablar en paz".

Nosotros, más tímidos, le dijimos que estábamos ante la inauguración de un género periodístico: "La entrevista a pie".

¿Cuáles son los recuerdos más remotos que tiene de EL COLOMBIANO, ese periódico del que usted ha sido un gran contradictor?
"Recuerdo la ansiedad por saber las noticias locales y la rabia por las opiniones de los comentaristas. Y un poco ha seguido siendo así. Todo es muy ambiguo y se debe a la historia de Colombia. Todo periódico carga con una historia y todos cargamos con una historia. EL COLOMBIANO es hijo del movimiento conservador, que aquí ha sido de lo más recalcitrante.

Yo vengo de un entorno, en cambio, liberal radical. Y aquí los periódicos nacieron como asuntos muy partidistas, que se recrudeció en los años de la violencia; había y hay muchos resentimientos y, sin embargo, todos leíamos EL COLOMBIANO. Ahí estaban las noticias de la ciudad y de la región. Antioquia sigue siendo muy conservadora; no solo en la política, sino también en las opiniones y en las costumbres. Nosotros, al contrario, éramos de una familia liberal, desde mi abuelito, a quien excomulgaron en Jericó por masón. Era un periódico necesario, al que quería por lo que me daba y al que detestaba por muchas de sus opiniones".

¿Su primera aparición en EL COLOMBIANO fue con la columna Diccionario personal?
"Esa columna era de La Hoja. Me pidieron después de varios años que la trasladara a EL COLOMBIANO. En ese primer periodo yo escribía y me colgaban artículos. Generalmente los que tenían que ver con suicidio, eutanasia, homosexualidad, aborto, temas que mezclaban política y religión. En esa época no me conocía nadie. Cuando uno está empezando, hay que aceptarlo, resignarse si quiere que le publiquen. Pero llegó un momento en que me cansé y me salí".

Han sido años difíciles, llenos de desacuerdos con el periódico...
"En realidad es una vieja relación de amor y odio. Tanto ellos como yo, hemos salido a dar esas disputas, pero han sido de palabra. A mí me parece que esas peleas han sido las más civilizadas que ha habido en Colombia. Ojalá fueran así todas: ideológicas. A pesar de ser duras, con epítetos que a lo mejor uno no debe usar, a mí me parece que ojalá este país fuera así, que se disputara a través del lenguaje y de las ideas".

Son desencuentros fuertes. También con Gustavo Álvarez Gardeazábal, con C arolina Sanín ; cualquiera diría que usted es 'pelión'...
"Yo diría que se equivocan... yo soy mansito... (risas). Pero la pluma no... Yo tengo dos personalidades. Una es así, hablando, y otra por escrito. Pero muchos me acusan es de lo contrario: de ser condescendiente, tibio, incluso conservador. Con Carolina Sanín nunca he polemizado. Ha sido ella sola. No he vuelto a oír La Luciérnaga, pero de Gardeazábal me exasperaba su manera tan poco seria de decir lo que decía".

¿No volvió a escuchar La Luciérnaga por Gardeazábal o porque no tiene tiempo?
"No, porque yo soy infiel. Son cambios de costumbres. Pero cuando oía La Luciérnaga -porque me parece muy buena y Hernán Peláez me parece un gran periodista y los imitadores unos genios-, me indignaba que Gardeazábal hablara solo con base en rumores e insinuaciones. Ni siquiera usaba adjetivos, usaba ruidos, era como insinuar maldades con ruidos onomatopéyicos. Decir cosas falsas como que García Márquez había venido a morir a Cartagena sin tener la menor idea de eso, es decir, mentiras, muchas mentiras. Me da pesar porque el primer premio literario que yo recibí me lo dio él (como presidente del jurado), cuando yo estudiaba en la universidad. Escribí un cuento que se llamaba Piedras de Silencio . Yo tenía 20 años cuando me gané ese concurso nacional de cuento".

Luego de publicar Traiciones de la memoria , ¿cómo quedó la pelea con Harold Alvarado Tenorio?
"Casi todos los meses manda un artículo viejo sobre mí, sobre 'el huérfano ilustre', que es como él me llama, acusándome de que mi mamá (que tiene una empresa de arrendamientos) es muy rica y que entonces ella paga mis premios. Que me dieron en Portugal un premio, porque ella fue a comprarlo allá, a Lisboa, cosas así de absurdas. Él dice -que es lo más ofensivo y más duro-, que yo me lucro de la muerte de mi papá... Y hay algo de verdad en su insulto, porque esta finca yo la compré gracias a El olvido que seremos . Pero, ¿yo escribí ese libro para comprar el sitio donde me quiero morir? ¿Para ganar con un libro lo que nunca había ganado? Yo escribí ese libro como una necesidad personal. ¿Y por qué me demoré 20 años para escribir ese libro si era tan buen negocio? ¿Una campaña de expectativa? ¡Qué genio y qué paciencia!".Usted alguna vez dijo en España que los delitos en la mayoría de países prescriben a los diez años. ¿Sus disputas ideológicas a los cuántos años prescriben?
"Por mi parte prescriben. No soy rencoroso. Ahora me dio por entrar a Twitter y me he dado cuenta de que los que están a la derecha de Álvaro Uribe, tienen la costumbre de decirme 'hijueputa'. Y los que están a la izquierda de Piedad Córdoba, me dicen 'gonorrea'. ¿Qué puedo hacer yo ante eso? Yo prefiero que me insulten de los dos extremos. Y siento que de alguna manera estoy defendiendo una posición justa y liberal en el sentido filosófico, que va en contra de la violencia paramilitar y guerrillera".

Cuando Mario Vargas Llosa escribió con tantos elogios sobre su obra, ¿sabía con anticipación que lo haría? ¿Se lo dijo?"No, no sabía. Vargas Llosa es de una generosidad increíble. Es uno de los pocos escritores del boom que es capaz de leer a los mucho más jóvenes que él. Escribió, por ejemplo, un artículo que le abrió las puertas a Soldados de Salamina , de Javier Cercas . Gracias a ese artículo de él, El olvido que seremos tiene como cinco o seis ediciones en España".
En su caso, ¿lee a los más jóvenes?
"Yo soy menos generoso que Vargas Llosa y leo a muy pocos. Hay un muchacho de Envigado que me parece un gran escritor, se llama Miguel Rivas . Le publiqué en Eafit un libro de cuentos ( Los amigos míos se viven muriendo ). Rivas es un loco lleno de talento".

Si no lee a los jóvenes, ¿sigue al menos a escritores que representan a generaciones más jóvenes, como Roberto Bolaño?
"No creo en dioses y mucho menos voy a ser idólatra. Lo quiero y me gustan sus novelas, me divierten, pero no siento la idolatría que muchas personas sienten por él. Los detectives salvajes me encantó, pero a Bolaño no lo he mitificado".

Entonces, ¿a cuál escritor ha estado a punto de mitificar?
"(Risas) Solo a los muertos. Al hombre que he estado más a punto de mitificar es a Joseph Roth , que es un escritor que venero, aunque el verbo sea excesivo, y que releo muchísimo".

La entrevista "peripatética" que había comenzado mal y que se fue componiendo a medida que Héctor daba cada paso, por poco se va al traste de nuevo justo en el momento de la firma de los libros. Donaldo Zuluaga, el fotógrafo de EL COLOMBIANO que nos acompañaba y a quien Héctor Abad conocía de años atrás, sacó de su bolso un ejemplar de El olvido que seremos . El autor, con el lapicero en la mano y una sonrisa pícara, advirtió, "¡Donaldo, pero este libro es pirata!".

Vinieron las excusas, las respuestas nerviosas -que fue que un amigo me lo regaló-, y llegó de nuevo ese sudor en las manos antes soslayado. Y, aunque la antigua amistad salvó el impasse, se vino luego una seguidilla de dedicatorias de antología, de las que ni el inefable conductor ni el viejo conocido reportero gráfico se salvaron:

"Para Donaldo, este libro pirata que le regaló Esteban Vanegas (ahorrando)". Y "Para Gerardo Hernández , que hoy pasó del valle uribista a la montaña de Abad. La Ceja, enero de 2012".

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