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El poeta del país de la lluvia

  • Juan Velasco, su poesía y su canto se escuchan en su tierra.
    Juan Velasco, su poesía y su canto se escuchan en su tierra.
01 de enero de 1900

  • En recuerdo de un cantor, de un hombre que amó a su pueblo.
Con alabaos, esos cantos tristes con los que la cultura negra deja ir a sus muertos, y a orilla del Atrato, el río que lo inspiró muchas veces, fue despedido hace 15 días Juan Bautista Velasco Mosquera, un hombre que para no pasar de presumido decía que vivía de ?cocinar sopas y sancochos?.

Y sí, tenía un restaurante, que durante mucho tiempo fue el mejor de Quibdó y de toda la cuenca del Atrato. Pero la verdad, incluso cuando ni siquiera lo sabía, él vivió, respiró y puso a girar su existencia en torno a la poesía.

Primero, lo hizo tímidamente, como quien no confía en sus habilidades y luego, como cuando llega una revelación, lo hizo sin tapujos ni misterios, con todas las ganas que dan escribir en medio de la exuberante selva, la manigua, como la llamó hasta que lo sorprendió la muerte, la noche del pasado 4 de mayo.

Fue poeta, así lo muestra su obra más desconocida que conocida en el país, pero no por eso subvalorada; la beca regional de Colcultura en 1997, en creación individual de poesía; su paso por el Festival Internacional de Poesía en Medellín, en 1999, y el Festival de Poesía y Artes en La Habana (Cuba), en 2000.

De padre español y madre chocoana, conoció y disfrutó más de su lado negro, el de las rumbas interminables de San Pacho (las fiestas populares de Quibdó), el culto a los muertos, la creencia en los espíritus y el mal de ojo, la voz en tono alto que da el vivir al lado de un río y la convicción de que en las ciudades el tiempo pasa más rápido que en la selva.

?Chocoano de piel blanca y alma de negro?, lo describió su amigo Antonio María Cardona, también poeta, pero de las sabanas de Córdoba, cuando ambos se embarcaron, en 1997, en el plan de publicar un libro con las poesías leídas y creadas por un grupo de amigos en Sueños de la Manigua, una tertulia literaria que todos los jueves se reunía en Quibdó.

Casi siempre con un aguacero de fondo, y en el café Las Vegas, a dos cuadras del río Atrato, quienes les dieron vida a Sueños de la manigua (así también se llamó el libro), disfrutaron de las letras de Héctor Rojas Erazo, Pablo Neruda, Raúl Gómez Jattin, Gioconda Belli, Walt Whitman, X-504, Abelardo Agudelo... y obviamente de Juan B. Velasco:

Canta tu canto sirena
repite tu voz sobre los rompientes
propietaria del viento
y reina de la espuma.
Canta tu canto sirena
pronúnciate sobre la cresta de las olas.
Canta, sigue cantando,
inmutable,
sin importar lo que veas
cuando el mar regrese
y barra mi cuerpo de náufrago
sobre la playa.


Malecón vivo
Cuando varios de los tertulianos tomaron rumbos distintos al ?país de la lluvia?, como él llamaba al Chocó, Juan Velasco y otros amigos emprendieron el trabajo en otro de sus desvelos: la vida cultural en Quibdó. Con la fundaciones Beteguma y Damagua durante cuatro años seguidos (hasta 2003), el malecón del río Atrato fue tomado todos los viernes por poetas populares, tríos, raperos, cantadoras de alabaos, bailarines y copleros. La tarima era para personajes anónimos y también para rendir homenaje a otros más conocidos, como el escritor Arnoldo Palacio, el compositor Jairo Varela, el artista Alfonso Córdoba (El brujo), la folclorista Madolia De Diego y el poeta Alfredo Vanín.

En ese mismo malecón, a los pocos días de ocurrida la tragedia de Bojayá (donde en mayo de 2003 murieron 119 campesinos en medio de un combate entre Auc y Farc), Juan Bautista levantó la voz, no para la poesía, sino para la noche de las maldiciones y los maleficios.

Con la vulnerabilidad de no estar armado, pero con la certeza del poder de la palabra frente a los combatientes, reunió a los quibdoseños a orillas del Atrato y en una especie de vudú chocoano, a muñecos de trapo les fueron clavadas estacas de palma chonta, que representaron a los culpables de la matanza, mientras él decía:

?Que los secreteros de todas las orillas digan sus secretos y oraciones para que las fuerzas del mal caigan sobre ellos y los destruyan... que cada gota de agua que se beban de nuestros ríos y quebradas se les transforme en sangre y mueran de sed en medio de las abundantes aguas de nuestro entorno, que se atraganten y se ahoguen con las espinas de los pescados que se coman de nuestros caudales, que en la noche no puedan dormir, espantados por la presencia de nuestros muertos y que enloquezcan en medio de las peores pesadillas?.

Repitió varias veces el conjuro y así, para él y muchos de los que fueron testigos, quedaron malditos las Farc por haber lanzado el cilindro a la iglesia, los paramilitares por haberse refugiado alrededor del templo y el Estado por no actuar, cuando estaba avisado de la presencia de los armados.

Del tiempo que le dedicaba a la cocina del Pacífico (el periodista y escritor Alfonso Carvajal quedó maravillado hace muchos años con una de sus invenciones: guagua en salsa alcaparrada), siguió sacando para la poesía, aunque más bien puede decirse que las sopas y sancochos le robaban los momentos a la poesía.

Y en medio de los afanes de cocinero chocoano, parió su primera publicación en solitario, ya sin los acompañantes de Sueños de la manigua.

En Orillas secretas y otros poemas, sorprendió con una selección de tres obras inéditas: Orillas secretas, La piel del recuerdo y Canciones para María Conga en el embarcadero para Paimadó, dedicado a la compañera de sus últimos días, María Antonia Rivas Palacios.

Búsqueda del ancestro blanco
Cuando el recuerdo de los relatos que le dejó Ángel Velasco, su padre, no fueron suficientes para estar tranquilo de sus ancestros, a sus 55 años, Juan Velasco emprendió un viaje a Asturias, para dejar de privilegiar su lado negro y ahondar en su parte de hombre blanco.

?Él tenía una visión muy afro de la vida, pero siempre tenía la inquietud de sus ancestros españoles. Cuando llegó a Asturias buscó en un directorio telefónico el apellido Velasco y así dio con la familia de su papá y de su abuelo?, cuenta el profesor Néstor Emilio Mosquera de las anécdotas que trajo Velasco de su viaje a España, donde estuvo dos años.

Volvió en diciembre pasado, para terminar Desandando, un texto en el que desentraña los pasos de los Velasco entre Asturias y el Atrato. En un par de meses, si la muerte no lo hubiera interrumpido, Velasco debía estar en España en el lanzamiento de su libro.

Regresó más adolorido de lo que vivía antes por la realidad de su selva y su Atrato, que había plasmado antes en Hay un río en la memoria:

Hay un río que corre por mis venas
hay un río que sabe de mis viajes
y el pulso de mis años
(...) hay un río tejido por la lluvia
(...) un río que en las largas y oscuras
noches del dolor ,
recibe a sus amados muertos...


En febrero pasado, en la celebración del Día del Periodista, hizo un llamado para que los hijos del Chocó se sacudieran de la inercia y para que se condenara a los corruptos. El texto dejó de ser un discurso en salón cerrado y el periódico Citará lo publicó como editorial del mes de marzo:

?...Descarados hijos sin conciencia social ni étnica, a costas de nuestras necesidades primarias se enriquecen ilícitamente, roban de la boca de los más hambreados y miserables el pan mínimo de la subsistencia, esquilman el dinero de la salud de nuestros niños y ancianos; se apropian de lo poco que este estado cicatero nos asigna; criminales desalmados que ya Dios castigará en su debida hora?.

Así no fuera muy conocido en el país, ?de los escritores chocoanos actuales, él era el más internacional porque su literatura rebasaba fronteras. Miguel Caicedo era costumbrista y sólo lo podíamos leer nosotros. La poesía de Juancho le cantaba a lo negro, pero no se quedaba en exaltar las caderas y el baile?, comenta el profesor Mosquera.

Y el documentalista antioqueño Juan Guillermo Arredondo no sólo destaca la palabra y el conocimiento que Velasco tenía del Chocó: ?Él entonaba muy fácil con ese mundo de magia y misterio; su voz era una prolongación del rumor de la selva y del río (...) para mí era un iluminado?.

?Se murió el palabreador?, anunció al día siguiente de su muerte a varios de sus amigos el poeta y antropólogo Antonio María Cardona.

Y apenas lo supo Alfredo Vanín envió un mensaje a quienes lo despidieron en Quibdó: ?Todo el Atrato debe estar de luto, todo el Chocó Caribe y todo el Pacífico, porque perdimos a una voz mayor, el que me dio un día la bienvenida al país de la lluvia, que ahora lo alberga para siempre?.

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