Las cifras del chance son alucinantes. En el solo caso de Antioquia los apostadores le meten al año a este juego 500.000 millones de pesos, una suma que supera, de lejos, los 392.266 millones de pesos que venden todas las loterías del país.
La apuesta permanente en la que los jugadores prueban suerte con números "al derecho, combinado y cuña", nació en la clandestinidad en Medellín, en 1962, de la mano de José Tapias y Tristán Ochoa, el primero de los cuales llegó a estar preso durante mes y medio. El arrollador éxito del chance sedujo pronto a otros empresarios, incluyendo al emblemático Argemiro Salazar. Buena parte de ellos se está convirtiendo en leyenda urbana, porque en cuestión de 25 años el negocio pasó de ser un monopolio estatal a uno privado.
Aquí llegaron a operar a la vista de todo el mundo cerca de 70 empresas de chance. Sin embargo, esa lista de jugadores se fue recogiendo, como quien pasa agua por un embudo. La clave de ese proceso radica en que la Beneficencia de Antioquia (Benedán) cede la explotación del monopolio rentístico a los particulares, a cambio de unas regalías o derechos.
Así, entre 2001 y mediados de 2006, la concesión tuvo como titulares a siete firmas: Le Apuesto, La Montaña, Full Apuestas, Gildardo Echeverri, Mayapuestas, Q.A.P. Juegos y Megapuestas. Según los estudios contratados por Benedán, en ese período el chance debía generar 1 billón 300.000 millones de pesos en ingresos. El compromiso del grupo de los siete era que, aunque lloviera, tronara o relampagueara, le tenían que liquidar a la Beneficencia más de 157.000 millones de pesos, que luego irían a financiar la salud.
A todos les faltaba pelo para la moña. Por eso se unieron y, aunque oficialmente eran siete los responsables de la concesión, prácticamente todas las firmas tradicionales disfrutaban del negocio en su condición de comercializadoras.
Se asociaron, pues, por razones económicas. Posteriormente lo volvieron a hacer, y hasta descolgaron sus avisos, pero en un contexto muy diferente: bajo la amenaza de otros "empresarios" armados que querían el trono como reyes del juego. Justo en este punto, el mito y la realidad comienzan a mezclarse.
Para el 2006 ya era de público conocimiento la estrategia de diversificación de inversiones de los paramilitares. Hasta el ex presidente César Gaviria Trujillo había advertido que "hay varios departamentos donde las mafias se han tomado la administración, se han tomado los impuestos, se han tomado el juego del chance, se toman la lotería".
Como ejemplo recomendó mirar a Santander. Allí, mediante licitaciones cuestionadas, denunciadas por el senador Hugo Serrano, salió de la escena Enapuestas, que pertenecía a 16 empresas chanceras.
Tanto en círculos empresariales como gubernamentales se reconoce que la adjudicación de la nueva concesión por parte de Benedán, para el período 2006-2011, fue muy tensa. Las presiones llegaban de todas partes. Hasta de los mismos chanceros, que rebatieron el monto del negocio y, por supuesto, los derechos que debían cancelar.
Tales conductas son comprensibles. Para entonces, y de acuerdo con los análisis del Centro Nacional de Consultoría, el chance ya no movería 1,3 billones de pesos, como en la anterior concesión, sino 2,5 billones de pesos.
Un bocado semejante despierta todo tipo de apetitos. Pero no todos pierden la cabeza. Fuentes del mundo de los juegos afirman que si hubo presiones de los paramilitares, eso quedará guardado como secreto durante un buen tiempo, porque nadie quiere coger esa papa caliente.
Doblada esa página, prefieren hablar de la racionalidad empresarial, matizada con un toque bíblico: al enemigo se le vence haciéndolo nuestro amigo. En efecto, el Grupo Antioqueño de Apuestas (Gana) logró unir en el 2006 a antiguos rivales, muchos de los cuales se habían canibalizando el mercado a punta de gabelas para clientes y vendedores.
Grave, sobre todo porque, según estadísticas de Feceazar, las empresas de apuestas permanentes manejan mucho efectivo, pero tienen estrechos márgenes de ganancia. De cada 100 pesos en ingresos, 44 pesos con 90 centavos se les van en el pago de premios; 18,5 en salarios y comisiones; 12,1 en derechos de explotación y gastos administrativos; 6 en el pago a proveedores de bienes y servicios; 16 en el pago de impuestos y contribuciones; y 2 pesos con 50 centavos, como excedentes.
Esas utilidades, añade el gremio, muestran una tendencia decreciente para los chanceros. En 1997 era del 10,7 por ciento, en el 2002 ya estaba en el 6,9 por ciento y en los tiempos que corren es del 2,2 por ciento.
A favor de esa hipótesis de la sensatez empresarial también juega un factor: todos los departamentos están entregando la operación del chance a una sola y robusta firma. Los únicos que no siguen esa onda son la Guajira y Valle del Cauca.
Ex funcionarios de Benedán afirman que este modelo de Gana es benéfico, pues ha permitido una sistematización de la industria del chance y, en consecuencia, una mayor fiscalización que le genera recursos adicionales a la salud. "¿Se imagina -dice la fuente- cómo era el control cuando se tenían unos 30 millones de papelitos mensuales de apuestas?".
Según Néstor Díez Montoya, gerente de la Beneficencia de Antioquia, al cierre de octubre de este año Gana le había cancelado a la entidad más de 193.433 millones de pesos, por concepto de derechos y gastos de administración.
Esa es la parte más visible del usufructo de un monopolio que, de paso, ayuda a la formalización de un sector, a la conformación de empresas sólidas y con el músculo financiero necesario para invertir en soluciones integrales de tecnología 20.000 millones de pesos, como lo ha hecho Gana. Un monopolio que, valga decir, depende del alma de jugadores que tienen los colombianos, pues 61 de cada 100 le apuestan con frecuencia a los juegos de suerte y azar. Ese no es patrimonio exclusivo de los más pobres. El 57 por ciento del estrato 5 y 6 también se deja seducir por una diversión propia, en su momento, de emperadores romanos.
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