Por su aspecto, “40” podría pasar por el progenitor de cualquiera de los casi 20 combatientes que lo cuidan con diferentes tipos de fusiles como los Galil que utiliza el Ejército, Ak47 y una carabina M14.
Todos estos hombres visten de una manera similar, pantalón negro o azul oscuro de tela impermeable, botas de caucho o botas cortas con medias hasta las rodillas y camisas con manga larga, también de color oscuro. Aunque todos cubren sus rostros con pañoletas camufladas, por su acento se puede distinguir que son de la región. A diferencia de Estiven, estas personas dan la impresión de que la guerra los tiene curtidos.
“40” se sienta en un banco de madera en el interior de una caseta comunal cuyo techo está lleno de agujeros de balas. A su lado, en una mesa improvisada, las moscas invaden los restos de un pollo asado que la tropa acaba de devorar como si no hubiera un mañana.
“Somos los herederos directos del Bloque Mineros de las Autodefensas Unidas de Colombia. Por la persecución del Clan del Golfo, que empezó a matar gente nuestra que estaba desarmada, desmovilizada y dedicada a trabajar, nos tocó rearmarnos y defender este territorio”, dice alias 40, uno de los comandantes de los Caparrapos, quien con esas palabras coincide con la principal razón por la que Estiven y su papá vigilan esas montañas de Tarazá.
Con poco tiempo para hablar, porque asegura que el Ejército empezó a subir la montaña en la que conversamos, “40” le explica a EL COLOMBIANO que la guerra que libran es por la “defensa del territorio”, y reconoce que vejámenes ocurridos como la muerte de civiles, decapitaciones de combatientes y desplazamientos de comunidades enteras “son prácticas” que no deberían estar ocurriendo. Se atreve a pedir perdón a las familias de las víctimas.
-Pero usted pide perdón y la guerra sigue, ¿entonces siguen pasando cosas y ustedes seguirán pidiendo perdón?, replica el equipo de este diario.
-Lamentablemente, sí. A veces toca a Dios rogando y con el mazo dando, porque tenemos que sobrevivir. Las muertes nuestras que se dan son porque hay una confrontación y es la vida de ellos o la nuestra. Lo que si no está bien es que caigan civiles, porque ellos ni siquiera conviven con nosotros, ellos coexisten, que es diferente. Viven en una zona donde existen organizaciones que están en disputa.
-¿Y cuál es el motivo de esa lucha? ¿Cuál es el interés de ustedes de seguir existiendo con armas?
-Sin armas nos matan. No crea que es una cultura, nosotros combatimos por necesidad. Si en estos momentos yo tuviera la oportunidad de dedicarme a algo diferente, donde estuviera lejos de los demás actores, lo haría.
-Ustedes están acusados de matar líderes sociales, ¿hace parte de su estrategia?
-Con relación a los líderes, es muy lamentable la muerte de esas personas. Es uno de los factores que ha movido la fibra de esta organización para buscar puntos de equilibrio que nos permitan llegar a una subsistencia en la región. La muerte de un líder a manos del Bloque Virgilio Peralta Arenas tiene que ser por tener un grado de compromiso muy identificado con el otro bando, tiene que ser un enemigo en potencia.
La muerte de un líder a manos de nosotros tiene que ser por tener un grado de compromiso muy identificado con el otro bando. Tiene que ser un enemigo en potencia”.
Alias "40", cabecilla de "los Caparrapos"
Este comandante de los Caparrapos reconoce que la extorsión, o impuesto de guerra como ellos lo llaman, es la principal renta ilegal para sostener el brazo armado de ese grupo delictivo que también tiene presencia en Caucasia y Cáceres, en Antioquia, y San José de Uré, en Córdoba.
La Fiscalía y el Ejército afirman que ese bloque se beneficia de las cerca de 12.055 hectáreas de cultivos de uso ilícito que según Naciones Unidas aún crecen en el Sur de Córdoba y Bajo Cauca de Antioquia. Además, comerciantes, ganaderos, cocaleros y mineros pagan la llamada vacuna, sin excepción.
A pesar de esto, “40” no acepta que el narcotráfico sea una de las principales entradas. “Acá solamente subsistimos, no hay narcos. Esta zona fue muy rica y aprovecho la oportunidad de hacerle llegar un mensaje al señor ‘Otoniel’, comandante del Clan del Golfo. Que se dé cuenta que la información que a él le llega puede no ser completa, porque acá no hay riqueza, lo que dicen las noticias sobre carteles de Sinaloa no es cierto, esa gente debe pedir coca por toneladas y acá no da para eso”, afirma.
La conversación no dura mucho más. Algunos de sus hombres le recuerdan a “40” que es el momento de volver al monte, lejos de la carretera, pero alcanza a hablar sobre la posibilidad de un sometimiento a la justicia por parte de los Caparrapos.
“Si hay (sic) la posibilidad de que se pueda entender que estamos acá porque nos tenemos que defender y que todo surgió por un abandono estatal, y el Estado nos recibe arreglando nuestra situación jurídica, aunque tengamos que pagar un poco de cárcel, estaríamos dispuestos”, asegura.
“40”, Estiven y su papá, y los demás combatientes de los Caparrapos, caminan hacia la espesa maleza que enmarca las montañas junto al río Cauca y se extiende hasta el Nudo de Paramillo. Su rastro se pierde en segundos.