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Juan Antonio Mon y Velarde, usted tenía toda la razón

Hace 233 años, cuando Antioquia estaba arruinada y sentenciada a su aniquilación, el visitador apostó por un milagro.

  • Busto al oidor real Juan Antonio Mon y Velarde en La Playa. FOTO: CAMILO SUÁREZ
    Busto al oidor real Juan Antonio Mon y Velarde en La Playa. FOTO: CAMILO SUÁREZ
17 de julio de 2022
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“Aquella provincia, la más atrasada del Reino, llegará a ser algún día la más opulenta”.

Nadie, salvo el visitador real Juan Antonio Mon y Velarde Cienfuegos y Valladares, hubiera hecho ese vaticinio cuando Antioquia era la tierra más pobre y atrasada del Virreinato, ahogada en la corrupción oficial y el hambre. Por eso sería una injusticia no cerrar este especial del Nuevo Milagro Antioqueño sin decirle a Mon y Velarde que su apuesta, en parte, se cumplió 233 años después. Tenía toda la razón.

Había mucha probabilidad de que ese augurio hecho por allá en 1789 fallara. Casi cien a uno estaban las apuestas. Y no era para menos. Antes de que el oidor real llegara a estas tierras, el último informe que había llegado al Virrey, en 1783, sentenciaba la suerte de esta gente: “La provincia, se advierte, con lastimera compasión del que la ve y conoce, está casi en las últimas agonías de su ruina”, escribía el gobernador Francisco Silvestre.

Y es que grande había sido la prosperidad de los primeros tiempos cuando el oro se encontraba sin forzar mucho el ojo, tanto, que los indígenas lo cambiaban por almudes de maíz. Pero la ambición y voracidad de los conquistadores arrasaron con los primitivos y ya con los bolsillos llenos, los mercaderes saltaron del barco y abandonaron estas tierras.

Entonces, las minas ya no producían por falta de indígenas y de esclavos y no había esclavos porque las minas no daban ni cinco. Nada había en ese Siglo XVIII, ni capitales, ni industrias, ni herramientas; lo único que abundaba era la pobreza y el desempleo.

La sentencia de Francisco Silvestre fue la última de tantas. La primera fue mucho antes, en 1663, del general Gonzalo Rodríguez de Monroy, cuando pidió ayuda de la Corona: “(...) con motivo de cuatro años de escasez han muerto de hambre muchos esclavos”. Otra alerta al Virrey la hizo el gobernador Antonio Manso Maldondo en 1729: “hágalo vuestra majestad, así para bien de esta provincia, ya en los últimos términos de aniquilarse”.

No se entiende cómo Mon y Velarde pudo haber lanzado su profecía en medio de la corrupción oficial que campeaba, la ignorancia y la miseria que tenían aniquilada a Antioquia, salvo por un detalle, basaba sus esperanzas en el carácter de estos montañeses desperdigados por la cordillera.

La teoría del ingeniero de minas, historiador y científico Tulio Ospina es que Mon y Velarde admiraba la templanza de esta provincia, porque su vidas aisladas y semibárbaras contribuyeron a reforzar su espíritu digno e independiente, mientras que su extrema pobreza les había impuesto hábitos de economía, orden y frugalidad.

Decía Tulio Ospina que una comunidad que ha sabido conservar semejantes condiciones de carácter, por atrasada que se halle, es materia disponible para hacer un pueblo que se levante y progrese. Y en parte, ese momento bisagra en el que Antioquia echó a rodar su futuro, todavía no en autopistas, se debe a Mon y Velarde que restableció el orden público, depuró la administración, impulsó las rentas, revivió la minería con nuevas ordenanzas, instaló graneros públicos para almacenar las cosechas y creó juntas de agricultura para mejorar arados, semillas y cultivos.

Nadie a lo menos se atreverá a negar que Antioquia debe su bienestar y prosperidad al magistrado que re generó sus costumbres, su administración y trazó el camino que siguieron sus gobernantes, dice Tulio Ospina en un texto de 1900.

Usted Mon y Velarde, el único que apostó porque un milagro sucedería en estas tierras, tenía toda la razón.

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