Hace 25 años Marta Correa se convirtió en Yudy, la niña de la película La vendedora de rosas de Víctor Gaviria. Un personaje que se inmortalizó, que es icono en Colombia. Que es, también, cientos de memes. Marta tiene unas ganas tremendas de comerse el mundo: no quiere que el mundo se la vuelva a devorar a ella, ya está agotada de eso.
Vive en el barrio Popular 1, en esa montaña de casitas incrustadas en la zona nororiental. Su casa está en un callejón tan estrecho que no caben los carros, solo pasan motos. Aquí nació y creció junto a su madre y tres hermanos. Acaba de cumplir 42 años.
Tiene cuatro hijas. La primera (26 años) estudia psicología, la tuvo meses después del rodaje de la película; la otra tiene 24 y se fue por el campo del mercadeo; la tercera tiene 22 y es trabajadora social; y la menor cumplió 10 y tiene unos ojos grandes como los de la mamá, pero azules. A Colombia, a Medellín, al Popular 1 regresó en 2021 después de vivir siete años en Chile. Está parada en un mirador del barrio donde corrió tantas veces. El viento le golpea la cara.
—¿Qué le inspira este barrio?
—Fuerza, pasión, ganas de entregarle a toda la gente lo guerrera que soy, que los demás se den cuenta que aquí hay personas buenas que quieren progresar. Quiero que estos barrios sean reconocidos por el cine y no por la violencia. También me está inspirando la película en la que estoy trabajando, se llama El Sosiego, y es sobre mi historia de vida, la de mi mamá y cómo es vivir en los barrios.
Nunca vivió en la calle, pero si la habitó bastante, de día y de noche. Tomó la decisión de migrar sola a Chile luego de la separación que tuvo con el padre de una de sus hijas. Se fue a buscar un futuro para todas: allá vendió empanadas, tamales, dulces. Así se rebuscó la vida. Su regreso a Colombia ha sido como un renacer.
Marta físicamente no ha cambiado mucho a como se veía en la película: los mismos ojos redondos y grandes, el mismo cabello negro. La gente la reconoce, le preguntan que si es la actriz de La vendedora de rosas. Habla durísimo, casi gritado. Cuando habla, mueve las manos al mismo tiempo. Su cuerpo es menudito: mide 1.52 de estatura.
—¿Cómo era Marta cuando grabó la película?
—Tenía 15 años. Una fastidiosa, inconsciente, insensible. Rebelde, que paró todo un elenco, ¡qué pena! A esa edad no dimensionaba lo que era hacer cine, lo que es una marca tan grande en Medellín. Hoy pienso que inculcar buenas conductas en la casa es muy importante, empezar por dar amor y futuro. Y eso lo tuve muy poquito en mi casa.
Precisamente esa falta de amor y no saber qué hacer con la vida, estar perdida en el mundo, dice, la llevó a atravesar laberintos oscuros. Ir por caminos no tan buenos. A darse golpes. Bastantes golpes se tuvo que dar Marta para ser la mujer que es en la actualidad.
—Mi mamá fue ama de casa toda la vida, una mujer sin norte. La calle me hizo más fuerte. Cuando yo estaba en la película a ella la internaron en el Hospital Mental, fue un contraste que yo no entendía, no sabía afrontar, porque el barrio me obligaba a subsistir, yo decía pero por qué tantos golpes, pero no, Dios me estaba preparando para ser una mujer guerrera, entrona, sin miedos.
—¿Usted cómo llegó a la vida de Víctor Gaviria?
—Eso fue muy histórico porque yo salí de un problema muy grande de mi casa, feísimo, me senté a llorar en una esquina y llegó Mónica Rodríguez y me propuso que fuera a donde Víctor. Al principio yo no quería, pero ese día con platica me convencieron de que primero fuéramos amigos y luego que hiciera parte de la película. Sentí de inmediato una paternidad, era muy bonito, me daba consejos, sin él yo no habría podido afrontar la calle.
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Cuando dice las memorables frases de Yudy en la película, se ríe. Las tiene frescas en la memoria. Recuerda la escena cuando va en un carro y dice “me dejo nada más tocar y dejarme mamar mamar las tetas. O: “Yo no me dejo pegar de mi mamá, ay yo estoy muy mamona para que me manden”. O la clásica: “Oe, oe, oe, fuck you men, gonorrea”. Las dice todas en medio de las carcajadas.
—¿Se ha vuelto a ver con las demás actrices de la película?
—Sí y ha sido un choque espectacular, porque es volver a mi infancia, llegar y saber que todavía están Leidy y La negra. Ver a Liliana (Claudia) me dio mucha emoción, ella fue con la que más pelié en la película y en la realidad, su vida no ha sido nada fácil. Sentí que hacen también parte de mi familia, son un espejo de vida y si no los hubiera tenido todo habría sido peor.
—¿Qué piensa de los cientos de memes que le han creado?
—Me emociona mucho porque cuando llegué de Chile no pensé que la gente me recordaba tanto, estuve muchos años allá. Cuando llegué al aeropuerto las azafatas me decían que si era Yudy. No sabía si la gente me quería o me odiaba, sentía mucho miedo por el qué dirán.
—Si tuviera a Yudy al frente, ¿qué le diría?
—¡Qué la amo mucho!
Cuando era niña, los primos no le decían Marta ni Yudy, sino Martuca o Tuca. Y así se quedó. No ha terminado el bachillerato, esa es una de sus tareas pendientes. Y la quiere cumplir porque cuando estuvo en Chile recibió varios cursos de actuación, expresión corporal y dirección de cine, entonces los quiere homologar para cumplir el sueño de hacer sus propias películas, ser directora de cine.
—¿Qué no la deja caer en la vida?
—Mis hijas, mi mamá y mis hermanos, ellos son ese pilar. Cuando me tuve que desplazar del barrio fue muy frustrante porque no sabía si escoger entre la familia o mi carrera. Por los comentarios de la gente casi me destruyen la vida.
En sus planes no solo está el rodaje de su propia película, porque también tiene planeado llevar brigadas de salud y jornadas de cine al aire libre en el Popular 1. Se viene además su participación en el largometraje Tres Lunas que pronto será estrenado en el país y donde hizo el papel de Cecilia. Y como si fuera poco, Marta aterrizó en el mundo de las redes sociales (@40rosas_yudi): allí produce contenido.
—Yo entiendo que para muchos soy Yudy, soy una marca que quedó en Colombia, pero también tengo vida personal, entonces que la gente a veces sea tan ignorante e inconsciente me ha marcado. Siento que me estigmatizaron como la gamina de Medellín y eso no es así, yo hice cine en la ciudad, soy un ejemplo en mi familia, no todos los de La vendedora de rosas quedamos mal.
—¿Usted es así de peliona como Yudy, la de la película?
—Soy muy rebelde y cuando veo que algo no funciona me paro en mis casillas y se lo grito al mundo entero, yo prefiero gritar que callar.
—¿Qué le agradece a este personaje?
—Ella transformó mi vida, me enseñó a construir. Gracias a esa loca y rebelde volví a vivir, aunque me dio pena cuando mis hijas vieron la película porque fue algo que marcó su generación. En la oficina de una no le creían que yo era la mamá y le pidieron que me llevara para tomarse fotos (risas). Mi sueño es tener una navidad feliz con ellas, con mi familia, ese sería mi regalo más grande.
—¿Y cómo se imagina esa navidad?
—Con la paila afuera, el sonido de la gente cantando, muy a lo yo, a lo Marta Correa, muy a La vendedora de rosas porque en la vida todo ha cambiado mucho.