Aruba es una isla de colores. Están los obvios: el azul de muchos tonos del mar que baila al son del viento, el blanco de sus playas de arena suave, el verde de los fofotis, unos árboles de la familia del mangle, de tronco arremolinado que hacen resistencia a las corrientes en Eagle Beach y son hogar de las tortugas que anidan en arena.
Hay otros tonos menos obvios, pero igual de atractivos: los ocres del desierto, el negro de la piedra contra la que choca el mar al norte de la isla, el dorado de las rocas gigantes y el verde intenso de las pencas de aloe.
Claro que hay playa y sol, la costa hotelera tiene todo para el turista: restaurantes, bares y discotecas, planes para distintas personas y familias. Desde los paseos en catamarán por la costa o actividades acuáticas hasta los recorridos por el centro de la capital, Oranjestad.
Aruba también es desierto y aventura, vale la pena recorrerla en boogie o en jeep fuera de la carretera. Lo resalta Eduardo Muller, de ABC tours: “Mucha gente habla de las playas, pero la isla tiene una parte desértica muy interesante. Hay que conocerlo para ver la isla como la vería una persona de la isla”.
Conocer las ruinas de la mina de oro al este de la ciudad de Santa Cruz o el faro California desde el que se divisan las casas y campos de golf del norte de la isla son planes para dimensionar la isla en todo su potencial. Los contrastes entre el azul cristalino de Palm Beach y las áridas llanuras que componen el paisaje del noreste de la isla donde los nativos pescan sentados al borde de los acantilados mientras el aire golpea con fuerza la roca maciza enriquecen la experiencia turística.
Historia que vive en su gente
Los arubianos son personas sonrientes, saludan en español sin ningún problema, pero tampoco sufren si quien les responde lo hace en inglés, papiamento o neerlandés.
Desde el colegio aprenden los cuatro idiomas, el papiamento, que mezcla español y afroportugués, es la lengua oficial del país; el holandés es el idioma del Reino de los Países Bajos, al cual pertenece la nación; el español por su cercanía con Latinoamérica (apenas 25 km los separan de Venezuela), y el inglés por un hecho clave: Estados Unidos es el país del que más viajan los turistas, tanto que en la isla se celebra con fuegos artificiales el 4 de julio, fecha de la independencia del país norteamericano. Lo dijo uno de los funcionarios de ATA (Autoridad de Turismo de Aruba).
Los isleños están orgullosos de su país y mientras se hace un tour por el centro de Oranjestad muestran los episodios de su historia. La plaza de la reina Wilhelmina (Guillermina de los Países Bajos), el monumento a Betico Croes, padre del “Status Aparte” que determinó que Aruba es un país independiente dentro del reino, o las tiendas con fachadas de estilo holandés que se han construido para enbellecer las calles mientras se disfruta del pastechi, una empanada rellena de guiso, carne o queso gouda que los locales comen apresurados mientras caminan a sus trabajos en la mañana.
Quien se pasea desprevenido por las calles de la capital se encuentra con unos vecinos curiosos: una manada de caballos azules, ocho en total, que pastan tranquilos entre las tiendas de lujo y las casas de colores. Son obra de la artista Osaira Muyale, un recordatorio de la historia colonial de la isla. En el pasado la ciudad se llamó Bahía de caballos (Paanderbaai en neerlandés, que también es el nombre del grupo de esculturas de porcelana azul) y fue utilizada para la cría de caballos y ganado, según cuentan los carteles que acompañan cada pieza.
Todos los sabores
La convergencia de nacionalidades que forman el pueblo arubiano tiene sus ventajas, la isla tiene una gastronomía particular enriquecida por quienes han llegado al país.
Se siente el Caribe, están las frutas del trópico, los fritos, las técnicas ancestrales africanas, pero también están los sabores modernos, el refinamiento de las técnicas francesas, la influencia de los holandeses y sus dulces.
En la variedad está la posibilidad de disfrutar de propuestas como la del chef Urvin Croes y sus restaurantes “White” y “The Kitchen Table by White” o la de “Wilhemina” del chef holandés Dennis van Daatselaar.
“La gastronomía arubiana tal vez no tan mencionada porque se habla más de la cocina antillana: Aruba, Bonaire y Curazao. Estaba olvidada y por eso queremos traerla de vuelta”, sostiene Croes al hablar del sabor que define la isla y su esfuerzo por reconocer la tradición.
El turista es el centro en esta isla y el turismo es la actividad económica en la que se emplea la mayor parte de la población, por eso no es raro ver una sonrisa y una respuesta amable cuando se pregunta por un sitio o una recomendación. En esta isla feliz, como dice su eslogan desde que se sale del aeropuerto, sus habitantes quieren que el viajero se sienta bonbini, bienvenido en el sonoro papiamento.
*Invitado por la Autoridad de
Turismo de Aruba (ATA).